viernes

VIERNES SANTO

 Juan 18.37-19.42


Hoy pasamos con Jesús desde el huerto donde es traicionado por Judas hasta el juicio legal en el que es negado por Pedro, rechazado por sus compatriotas, ridiculizado por el poder ocupante, torturado y crucificado.


Sus últimas palabras en este relato no son una defensa, ni un discurso, ni una acusación, sino una simple declaración: que cualquiera que haya sido el propósito de su vida, ahora está cumplido. Es una afirmación ambigua. Mirando hacia atrás, podríamos decir: todo ha terminado, un fracaso irredimible. Mirando hacia adelante, podemos entender que todo está completo, que se ha cumplido todo lo que debía ser.


Pero el momento de la muerte es un momento presente, que no mira ni hacia atrás ni hacia adelante para juzgar o revivir la esperanza. Es una quietud absoluta. Por eso los detalles de este momento tienen definiciones tan nítidas, aunque no sea fácil decir qué significan. La esponja, el vino, el hisopo. El gesto profundo pero ineficaz de consuelo a un hombre moribundo. Esta es la calidad similar al Zen de la Pasión de Jesús. Es vívida, tan vívida y no conceptual como nuestro propio sufrimiento y desolación. Y sin embargo, no hay una falsa consolación, ningún “todo va a estar bien” ni un tímido medio abrazo de alguien ajeno. En este momento, o estamos dentro o estamos fuera. Y si estamos dentro, con él, en él, en meditación —como él dijo que permanecería en y con nosotros—, entonces este no es un momento para explicaciones.


Hoy en la iglesia leemos el Evangelio, decimos las oraciones. Pero la verdadera razón por la que estamos allí es para unirnos a la fila de personas que, en silencio y voluntariamente, salen de sus educados asientos, caminan por el pasillo y besan la cruz en la que él murió.



Este es un extracto de Sensing God de Laurence Freeman, SPCK Publishing - distribución exclusiva para miembros de WCCM.

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