domingo

SOLOS O EN COMUNIDAD


 Juan Casiano sentía una gran admiración por Evagrio. De hecho, era el maestro al que más veneraba entre los Padres y Madres del Desierto. En su libro “Conferencias” podemos comprobar que no solo recibió las enseñanzas de Evagrio, sino que también escuchó las de otros Abbas del desierto. Sin embargo, fue Evagrio al que más agradecido estaba por sus pensamientos. Casiano básicamente amplió las ideas expresadas en las breves frases de Evagrio; apenas hay diferencias en el énfasis y en los consejos que expone. En sus escritos, tuvo la precaución de no mencionar a Orígenes ni a Evagrio, aunque la influencia de los dos maestros queda impregnada en su pensamiento y ellos no fueron prohibidos oficialmente hasta el Concilio Ecuménico de Constantinopla convocado por el emperador Justiniano en el siglo VI.

Su principal obra, “Conferencias”, contiene una descripción exhaustiva del camino de la oración del desierto, el camino para llegar a la “pureza de corazón” y entrar así en el “Reino de Dios”: “El fin último de nuestra misión es el Reino de Dios o el Reino de los Cielos, pero la meta intermedia es la pureza de corazón».

Los capítulos de sus “Conferencias” describen el camino hacia la pureza de corazón y, además, subrayan la importancia de la adquisición de la virtud suprema de la prudencia, el don espiritual de reconocer si los pensamientos y las acciones provienen del ego o de la intuición divina. Estas conferencias se inspiraron en situaciones del desierto; los discípulos se sentaban en silencio, a los pies de los Abbas y las Ammas para escucharlos, y éstos les hablaban de sus propias experiencias de oración profunda. La enseñanza procedía no solo de escuchar a los Ancianos, sino también de observar sus comportamientos ya que la verdad de sus enseñanzas era confirmada en sus acciones.

Juan Casiano era un verdadero buscador de espiritualidad. Trataba de responder a las eternas preguntas del ser humano sobre el significado y el propósito de la vida y de la relación entre el mundo que vemos con nuestros sentidos y la Realidad Última de la que se origina. Su principal pensamiento procedía de las palabras de Jesús: “Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros pertenecéis a este mundo; yo no» (Juan 8,23). Casiano trató de encontrar formas de acceder a esta realidad Divina de las «cosas de arriba».

Como hicieron los ermitaños del desierto, enfatizaba en sus enseñanzas la necesidad de purificar las emociones, de alcanzar un crecimiento moral que conduzca a la pureza del corazón que permita al monje entrar en la presencia de Cristo: “Mirar con ojos completamente purificados a la divinidad es posible, pero sólo para aquellos que se elevan por encima de las obras y pensamientos terrenales y que se retiran con Él a la montaña de la soledad. Cuando se liberan del tumulto de las ideas y pasiones mundanas, cuando se liberan de la esclavitud de los vicios, cuando han alcanzado las alturas sublimes de la fe plenamente pura y de la virtud excelsa, la divinidad les da a conocer la gloria del rostro de Cristo y permite la visión de sus esplendores a aquéllos que son dignos de mirarlo con los ojos purificados del espíritu» (Conferencia XVI).

La principal razón por la que Casiano fundó los monasterios de Marsella, una vez que tuvo que abandonar el desierto, fue su absoluta convicción de que era muy arriesgado avanzar solo por el camino espiritual. Recordamos el consejo del desierto de «obedecer» a tu Abba o Amma, ya que era muy fácil dejarse engañar por los «demonios», un riesgo implícito de llevar la vida solitaria de un ermitaño. Las experiencias debían ser contrastadas con la sabiduría y la capacidad de discernimiento de los monjes mayores: “Sé de monjes que fracasaron después de mucho trabajo y cayeron en la locura porque confiaron en su propio trabajo y descuidaron el mandamiento que dice: “pregúntale a tu padre y él te lo dirá» (San Antonio).

Casiano sintió con fuerza la necesidad de experimentar primero la vida espiritual en una comunidad, viviendo y practicando una vida regida por las virtudes de estabilidad, pobreza, castidad y obediencia. Solo después de haberse afianzado en la propia vida de oración ser un ermitaño podía considerarse una opción válida.

Aunque Casiano se refería específicamente a los monjes que estaban a su cargo, no creía que este camino fuera el único que conduce a Dios. Estaba convencido de que cualquier persona podía llegar a Dios en su propia vida: “El camino hacia Dios toma muchos caminos. Así que cada uno lleve hasta el final y sin volver atrás el camino que eligió primeramente para que pueda ser perfecto, sin importar cuál sea su profesión” (Conferencia XIII). Incluso llegó a decir: “La persona que en este mundo atiende a los enfermos vale más que el ermitaño que no se preocupa por su prójimo” (Frase 34).

En todo esto vemos cuánto resuenan los pensamientos de John Main con la enseñanza de Casiano.

Kim Nataraja

sábado

NUESTROS SENTIDOS INTERIORES



Al desapegarnos cada vez más de nuestros condicionamientos y de la necesidad de usar el mundo y a los demás como apoyos emocionales, a veces dejamos atrás lo que nos impide avanzar. Habrá momentos, por fugaces que sean, en los que entraremos en otra realidad, el reino espiritual y trascendental, que John Main llama el «nivel de silencio, donde contemplamos con asombro la luz de nuestro propio espíritu», «donde contactamos con la raíz de nuestro ser» y «donde experimentamos el vacío», y donde, en palabras de Laurence Freeman, experimentamos «paz, conciencia de la Presencia de Dios», y nos enfrentamos al ego desnudo, al «ego» sin todos sus deseos desordenados ni heridas emocionales.  

Cuando entramos en el silencio de esa manera profunda, se activa una forma diferente de conocimiento: dejamos atrás nuestra conciencia puramente racional y lógica y comenzamos a comprender con un conocimiento superior e intuitivo, directo e inmediato, a menudo llamado por los primeros teólogos «El Ojo del Corazón». Hemos accedido a la fuente interior de la verdadera sabiduría, la conciencia de Cristo en nuestro corazón. Cuanto más nos adentramos en el silencio y la quietud de la meditación, más clara se vuelve nuestra comprensión intuitiva. Simplemente «sabemos». Esto se extiende a nuestra vida cotidiana y cada vez más seguimos la voz de nuestra intuición.  

Orígenes, el Padre de la Iglesia primitiva, fue el primero en hablar de los sentidos internos. Afirma que existen otros cinco sentidos además de los físicos habituales. El alma también tiene ojos, oídos, gusto, olfato y tacto.  

El propósito de la meditación es despertar estos sentidos. Al llevar la mente al corazón, nuestro ser racional ya no domina nuestro ser, sino que nuestro ser intuitivo, nuestro ser verdadero, puede infundir en el ego, el ser racional, y ambos se integran lentamente. Entonces nos sentimos verdaderamente completos. Ahora recordamos quiénes somos realmente. La meditación nos ayuda a experimentar a Cristo como una fuerza viva en nuestro interior, energizante, sanadora, transformadora, llevándonos a una mayor consciencia, plenitud y compasión.  

 Es importante recordar que esto no es algo exclusivo de la élite; forma parte de nuestra naturaleza humana. Uno de los principios fundamentales de la psicología de Jung es que existe un impulso intrínseco hacia la plenitud y la integración en la psique de todas las personas, lo cual también se pone de manifiesto en esta frase de San Agustín:  

“Todo el propósito de esta vida es restaurar la salud, el ojo del corazón por el cual se puede ver a Dios”

Kim Nataraja, 29 agosto 2025

domingo

JOHN MAIN OSB - ESCRITOS Y ENSEÑANZAS

 La meditación no está de ninguna manera aislada del significado de nuestra actividad cotidiana. Nuestros momentos establecidos de meditación, nuestra fidelidad al recitar el mantra desde el principio hasta el final de estos momentos, constituyen la esencia de nuestras actividades porque la meditación es nuestra realización del Ser, de la acción pura. La meditación es actividad pura.

Es acción en el sentido de que es el despliegue positivo y deliberado de energía, una ordenación y enfoque de todas las energías que conforman el misterio de nuestra personalidad. No puede ser un estado meramente pasivo, porque lo que es a la vez energético y tranquilo está en el punto más alto de acción, energía incandescente: conciencia. Sabemos esto en una experiencia muy inmediata, la experiencia de perseverar en nuestro viaje hacia la cima de la montaña. La fe que nos exige la peregrinación requiere cualidades nada pasivas como el coraje, la perseverancia y el compromiso.

Fuente: Word Made Flesh. Silence and Stillness in Every Season, página 160

sábado

VERDADERO SER

 


De John Main OSB, “Segunda Conferencia sobre MEDITACIÓN CRISTIANA: Las Charlas de Getsemaní” (Montreal: Christian Meditation Media, 1982), pp. 36-37.

La meditación y su pobreza no implican autorrechazo. No huimos de nosotros mismos; no nos odiamos. Pero para alcanzar nuestra verdadera identidad —y es a esa invitación a la que respondemos cuando meditamos— debemos adentrarnos en la experiencia radical de la pobreza personal con una entrega inquebrantable. 

Y aquello a lo que nos entregamos, a lo que morimos, en el pensamiento zen, no es el yo de la mente, sino más bien esa imagen del yo que erróneamente hemos llegado a identificar con quienes realmente somos. Ahora bien, esta no es una proposición que debamos, en el lenguaje de la Nube, “exponer con ingenio imaginativo”. Pero sí nos dice que a lo que renunciamos en la oración es esencialmente irrealidad.

Y el dolor de la renuncia será proporcional al grado en que nos hayamos comprometido con la irrealidad, al grado en que hayamos tomado nuestras ilusiones por reales.

martes

CONOCIMIENTO


 En la quietud viene el conocimiento: “Estad quietos y sabed que yo soy Dios”. Y con ese conocimiento, por supuesto, no sólo llegamos a conocer a Dios, sino también a conocernos a nosotros mismos. La quietud de la meditación, que es la disciplina que practicamos día a día, es la quietud en la que dejamos de hacer, dejamos de pensar, dejamos de juzgar, dejamos de planificar, dejamos de analizar. En esa quietud, a medida que aprendemos a estar quietos, surge un conocimiento, surge un conocimiento del Espíritu, y es en ese conocimiento que encontramos nuestro camino hacia adelante. En esa quietud descubrimos que podemos experimentar la vida libres de toda referencia conceptual. En otras palabras, no tenemos que pensar en la vida para poder vivir.

Aspectos del amor 1  de Laurence Freeman OSB  

MUNDO DE ILUSION

 


La meditación es una forma de salir de un mundo de ilusión hacia la luz pura de la realidad” . (John Main) 

El mundo de ilusión al que se refiere John Main en esta declaración es el mundo que construimos con nuestros pensamientos. Muchos equiparamos lo que somos con lo que pensamos. ¿Quién te crees que eres? La imagen que tenemos de nosotros mismos, la imagen que tenemos de los demás y el mundo en el que vivimos se compone de pensamientos: nuestros propios pensamientos y, a menudo, los pensamientos de otros que, sin pensarlo, hemos hecho nuestros. Desde el momento en que nacemos, aceptamos sin cuestionar las opiniones de quienes son importantes en nuestra vida: nuestros padres, nuestros hermanos, nuestra familia en general, nuestra comunidad, nuestro grupo de iguales, la sociedad en la que vivimos y la religión y la cultura en la que nos criamos. Moldeamos nuestra visión de la realidad basándonos en las opiniones aceptadas de los demás en un intento de encajar, ser aceptados, ser amados y respetados. En otras palabras, impulsados por nuestra necesidad de sobrevivir, adoptamos las opiniones de los demás y adoptamos los roles y actitudes esperados. A menudo, al hacerlo, olvidamos quiénes somos realmente y quedamos prisioneros de todo este condicionamiento. 

A medida que crecemos, algunos adquirimos la confianza necesaria para cuestionar y examinar estos pensamientos y perspectivas. Sentimos la necesidad de descubrir quiénes somos realmente bajo todos los condicionamientos, máscaras, roles y funciones. Pero, en palabras de John Main, «abrirse paso» , no es fácil. El hecho de que estamos dominados por los pensamientos se puede descubrir en el momento en que empezamos a meditar. Nos damos cuenta de lo que John Main denominó «el caos de una mente devastada por tanta exposición a trivialidades y distracciones» , mientras que Laurence Freeman se refiere al «nivel de distracción de la mente de mono» . 

Sin embargo, nos resulta difícil dejar ir nuestros pensamientos, ya que hemos sido educados para creer que el pensamiento es la actividad más elevada en la que podemos participar. Descartes en el siglo XVII dijo : "Pienso, luego existo" , y al hacerlo vinculó la existencia con el pensamiento. TS Eliot lo ilustra en sus "Cuatro Cuartetos", en los que las personas sentadas en un tren subterráneo, atrapadas en un túnel, sienten que se enfrentan al "creciente terror de no tener nada en qué pensar". No pensar se siente como una amenaza para nuestra supervivencia. No es de extrañar que las personas tengan miedo cuando se enfrentan a una disciplina como la meditación que fomenta el abandono del pensamiento. Las etapas en el viaje de la meditación, nuestro "abrir paso", son, por lo tanto, nuestra relación cambiante con nuestros pensamientos. 

 “Romperse” , requiere valentía y perseverancia en la meditación, pero nos llevará a la “luz pura de la realidad” , donde recordamos y experimentamos que somos “hijos de Dios”, “templo del Espíritu Santo”, y que “la conciencia que estaba en Cristo está también en nosotros”.

domingo

LA ORACION PURA

 Un extracto del Padre John Main, “Dos palabras del pasado”, en EL CORAZÓN DE LA CREACIÓN (Nueva York: Continuum, 1998), págs. 43-44.

Un joven vino a verme hace poco y me preguntó: "¿Cómo soportas mirar por la ventana y ver lo mismo todos los días? ¿No te vuelve loco?". Quizás la verdadera pregunta debería ser: "¿Cómo es que siempre podemos ver tanto, mirando por la misma ventana todos los días?". Los primeros padres sabían que el aburrimiento proviene del deseo, del deseo de realización o fama, de algo nuevo, de un cambio de entorno o actividad, de relaciones diferentes, de certeza.

La oración pura atenúa el deseo. En la quietud de la oración, cada vez más quieta a medida que nos acercamos a la Fuente de todo lo que es, de todo lo que puede ser, nos llenamos de asombro tanto que ya no hay lugar para el deseo. No es tanto que trascendamos el deseo, sino que simplemente ya no hay lugar en nosotros para él. Todo nuestro espacio se llena con la maravilla de Dios. La atención que se dispersa en el deseo se vuelve a Dios y se absorbe en él. [...]

Al meditar, dejamos ir el deseo de controlar, poseer y dominar. Buscamos, en cambio, ser quienes somos y, siendo la persona que somos, nos abrimos al Dios que es.

OBEDIENCIA, CONVERSION Y ESTABILIDAD

 La razón principal por la que se retiraron al desierto los ermitaños fue por su intenso anhelo de seguir el camino de la vida y la enseñanza de Jesús y, así, poder entrar en el «Reino de Dios» para vivir en la Divina Presencia. Sabían por su experiencia que esto solo sería posible a través de una profunda oración silenciosa interior. Y para lograrlo tuvieron que abandonar todo pensamiento egocéntrico. Según la expresión que utilizaban, tenían que “purificar sus pasiones» para poder alcanzar la «pureza de corazón». Se consideraba que la oración pura no era posible si no se abandonaban los pensamientos centrados en el ego. «Uno de los Padres dijo: “de la misma manera que no puedes ver tu cara en aguas turbulentas, el alma, si no es vaciada de pensamientos egocéntricos, no puede reflejar a Dios en la contemplación»». En palabras de Thomas Merton: “Lo que más buscaban los Padres era su propio ser verdadero en Cristo. Y para alcanzarlo tuvieron que rechazar por completo al ser falso y formal construido bajo la compulsión social en «el mundo».

La «purificación de las pasiones» se entendía como una lucha contra los propios “demonios”.  Actualmente y, en términos psicológicos, interpretamos la expresión «luchar contra los demonios» tal como lo hace Thomas Merton: como un intento de entender los impulsos dañinos del «ego» herido, las energías negativas que surgen de las necesidades afectivas y/o psicológicas no satisfechas. Nosotros también tenemos que enfrentar y reconocer las heridas del ego y su comportamiento consecuente, a menudo dañino, antes de que podamos ser completos y «ver la realidad como es, infinita» (William Blake). Estas energías son muy poderosas, por lo que no sorprende que en aquella época estas fuerzas se personificaran como «demonios». También lo explica la fuerte creencia que había entonces tanto en los ángeles como en los demonios.

Las condiciones que favorecen el crecimiento espiritual fueron recogidas maravillosamente por San Benito un siglo después en su Regla para los monjes: obediencia, conversión y estabilidad. Aunque pueda parecer extraño, estas tres actitudes siguen siendo relevantes para nosotros en nuestro viaje espiritual. Veamos con más detenimiento cada una de ellas.

ud esencial es la conversión. A menudo, al comienzo del viaje espiritual, hay una visión espiritual profunda y repentina, un atisbo de una dimensión más amplia. Los primeros Padres de la Iglesia llamaron a este momento “conversión”’ o “metanoia”, un cambio sutil en el corazón y en la mente que permite a la memoria de nuestro verdadero ‘yo’ salir a la superficie y nos permite atravesar el umbral entre diferentes niveles de percepción. Este momento de iluminación nos anima a realizar una oración profunda y silenciosa. Al soltar nuestros pensamientos, imágenes y fantasías, será posible que experimentemos la verdadera realidad que envuelve la realidad ordinaria en la que vivimos nuestras vidas. Esa percepción elevada nos hace conscientes de nuestra conexión esencial con lo Divino y nuestra vida se convierte así en una dedicación total a Dios viendo a Dios en todas las cosas y en todas las personas de la creación.

La segunda condición es la obediencia. En el desierto, la obediencia al Abba (Padre) o a la Amma (Madre) era fundamental. La autoridad natural de los Abbas y las Ammas se basaba en la sabiduría que poseían, resultado de su propia experiencia vivida en la oración profunda. En lo que respecta a la obediencia para nosotros, solo podemos superar la dificultad que supone ser obedientes en nuestro tiempo cuando entendemos que obediencia realmente significa «escuchar atentamente». Los aspirantes a ermitaños primero tenían que escuchar con atención la Palabra de Dios, tal como la escucharon de las Escrituras especialmente en cuanto a los Mandamientos en forma de Bienaventuranzas y hacer de ella su regla en la vida. En segundo lugar, debían escuchar atentamente a su Abba o Amma, su guía espiritual, cuya sabiduría y compasión los apoyaba y alentaba. Necesitaban abandonar su propia voluntad y dejar atrás sus deseos individuales del ego para permanecer abiertos a escuchar la voluntad de Dios. De la mano de la obediencia va una actitud de humildad: ambas conducirían a dos de las principales virtudes mencionadas en las Bienaventuranzas: no solo la pureza de corazón, al liberarse de los deseos egoístas, sino también la pobreza de espíritu en el sentido de «conocer su necesidad de Dios».

Así, también nosotros necesitamos escuchar con atención el verdadero significado de las Escrituras.  Para ello disponemos de una valiosa disciplina de la tradición benedictina: la “lectio divina”. También debemos escuchar atentamente la enseñanza y la orientación de John Main OSB y Laurence Freeman OSB. Igualmente, es necesario que abandonemos nuestros pensamientos centrados en el ego y confiemos en la intuición interna, nuestra guía divina, la «voz apacible y silenciosa de calma».

Y, finalmente, la estabilidad que vemos expresada en este dicho: «Un hermano en el desierto de Escete fue a pedirle un consejo al Abba Moisés y el anciano le dijo: “ve y siéntate en tu celda y tu celda te enseñará todo»». El énfasis que ponían los Padres y Madres del desierto en la estabilidad tenía el propósito de ayudar a los ermitaños a reducir su inquietud física y mental innata. La evidencia de que los ermitaños encontraban muy difícil el cumplimiento de esta regla de estabilidad lo vemos en los continuos cambios de asentamiento que llevaban muchos de ellos, vagando de un lugar a otro.  Pero como dijo Amma Sinclética: «Si te encuentras en un monasterio (comunidad de ermitaños) no te vayas a otro lugar, porque eso te hará mucho daño. Así como el pájaro que abandona los huevos en los que estaba sentado evita que éstos eclosionen, el ermitaño o la ermitaña se enfría y su fe muere cuando van de un lugar a otro». Del mismo modo, la virtud de la estabilidad significa para nosotros un arraigo en una comunidad; un arraigo en la oración/meditación, en el camino espiritual. Pero, sobre todo, un arraigo en Dios.

Kim Nataraja