lunes

LA CRISIS CRISTIANA

 


Extracto del libro de John Main OSB “El Cristo Presente” (Nueva York: Crossroad, 1991) págs. 74-76.


Para ser verdaderamente espirituales debemos abandonar nuestro yo religioso oficial, es decir, debemos renunciar al fariseo que acecha dentro de nosotros porque —como nos dijo Jesús— tenemos que dejar atrás todo nuestro yo. Todas las imágenes de nosotros mismos que provienen del cerebro enfermizo del ego tienen que ser abandonadas y trascendidas si queremos ser uno con nosotros mismos, con Dios, con nuestros hermanos, para así volvernos verdaderamente humanos, verdaderamente reales, verdaderamente humildes. Igualmente, las imágenes que tenemos de Dios deben desaparecer. No debemos ser adoradores de ídolos. Curiosamente descubrimos que las imágenes que teníamos de Dios desaparecen a medida que desaparecen las imágenes de nosotros mismos, lo que sugiere algo que ya sabíamos: que nuestras imágenes de Dios eran realmente imágenes de nosotros mismos.

En este maravilloso proceso de llegar a la plena luz de la Realidad, de alejarse de la ilusión, surge un gran silencio del centro. Nos sentimos envueltos en el eterno silencio de Dios. Ya no estamos hablando con Dios o, peor aún, hablando con nosotros mismos. Estamos aprendiendo a estar, a estar con Dios, a estar en Dios.

En el viaje espiritual necesitamos más energía para permanecer en quietud que para salir corriendo. La mayoría de las personas pasan gran parte de su tiempo moviéndose de una actividad a otra y tienen miedo a la quietud y al silencio. Un cierto pánico existencial puede apoderarse de nosotros cuando nos enfrentamos por primera vez a la quietud. Pero si encontramos el valor para adentrarnos en el silencio podremos entrar en la paz que está más allá de todo entendimiento.

Sin duda, es más fácil aprender esto en una sociedad equilibrada y estable. En un mundo turbulento y confuso estamos recibiendo continuamente voces y ruidos que nos distraen. Pero debemos recordar que el poder de la peregrinación es inagotable y que está siempre accesible para todos nosotros.

Carla Cooper

sábado

DISCERNIMIENTO


 Como ya he mencionado en una lectura anterior, Juan Casiano, en su obra “Conferencias”, alternaba capítulos sobre la oración y sobre el discernimiento. El discernimiento es un elemento muy importante en la vida espiritual. Procuramos abandonar nuestros deseos egocéntricos y, al hacerlo, esperamos poder escuchar la voz interior divinamente inspirada de la intuición. Pero la dificultad, por supuesto, es discernir si los pensamientos o incluso las visiones realmente provienen del Espíritu o de los engaños del «ego».

En el discernimiento es preferible que recibamos la ayuda de un maestro espiritual, un compañero espiritual o un amigo. Los ermitaños del desierto eran afortunados porque tenían a su Abba o Amma a quienes podían consultar. Casiano aprendió en el desierto sobre el don del discernimiento y basa su énfasis en las palabras de San Antonio quien dijo: «El discernimiento es lo que en las Escrituras se describe como el ojo y la lámpara del cuerpo. Esto es lo que dice el Salvador: “Tu ojo es la luz de tu cuerpo, y si tu ojo está sano, entonces hay luz en todo tu cuerpo. Pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo estará en tinieblas” (Mt. 6, 22-23). Este ojo ve a través de todos los pensamientos y acciones de un hombre, examinando e iluminando todo lo que debemos hacer».

Casiano nos enseña las preguntas que debemos hacernos en el proceso del discernimiento. En primer lugar, debemos plantearnos si el asunto es importante o trivial; si hay una «apariencia engañosa de piedad»; si la interpretación de las Escrituras es herética o si los «demonios» de la «vanidad» y el «amor propio» están en acción. En su opinión, el discernimiento es básicamente de sentido común, que viene guiado por una actitud de moderación que va surgiendo de la experiencia de toda una vida de oración profunda. Casiano narra la siguiente historia para ilustrar este punto:

“Y luego estaban los dos hermanos que vivían al otro lado del desierto en Tebas, donde había vivido el bendito Antonio. Al viajar a través de esa inmensa región deshabitada, un lapso de discernimiento los llevó a decidir que la única comida que tomarían sería la que el Señor mismo les ofreciera. Iban tambaleándose por el desierto, debilitados por el hambre, cuando los mazices los divisaron desde la distancia. Los mazices eran una tribu muy violenta y cruel que atacaban por pura ferocidad. Sin embargo, a pesar de su agresividad innata, cuando vieron a los dos hombres se acercaron para darles un trozo de pan.  

Uno de los hermanos, guiado por el discernimiento, aceptó con alegría y bendición el alimento que le ofrecían como si fuera el mismo Señor quien se lo estuviera dando. En su opinión, Dios mismo había facilitado que les llegara algo de comida. Tenía que ser obra de Dios que aquellos salvajes que solían disfrutar con el derramamiento de sangre ahora estuvieran dando de lo que tenían a unos hombres débiles y desnutridos. El otro hermano, sin embargo, rechazó la comida pues provenía del hombre y no de Dios. Y, por tanto, murió de hambre.

Ambos habían comenzado con la decisión equivocada. Sin embargo, uno, con la ayuda del discernimiento, cambió de opinión sobre algo que habían decidido de forma precipitada e imprudente. Por el contrario, el otro se mantuvo fiel a su estúpida presunción. Sin saber nada acerca del discernimiento se abocó a la muerte que el Señor había querido evitar. No fue capaz de discernir y ver la acción de Dios en el hecho de que esos bárbaros olvidaran su salvajismo innato y fueran hacia ellos con un pan en lugar de con una espada».

La virtud necesaria para evitar estos riesgos es la obediencia, que es básicamente una actitud de humildad: “La primera evidencia de esta humildad es cuando todo lo que se hace o se piensa se somete al escrutinio de nuestros mayores”. Pero incluso al elegir tu Abba es necesario ejercitar el discernimiento: “No debemos seguir las huellas o las tradiciones o los consejos de todos los ancianos solo por sus canas y su edad. Más bien, debemos seguir a aquellos que, sabemos, vivieron su juventud de una manera loable y admirable y que fueron entrenados no por sus propias presunciones, sino por las tradiciones de sus mayores».

Aunque inicialmente Casiano influyó fuertemente en el movimiento monástico occidental, la confrontación de sus ideas con las de San Agustín implicó que sus enseñanzas sobre la oración no perduraran en el tiempo. Su breve frase recomendada para repetir en la oración privada se convirtió en parte de la liturgia establecida. Su énfasis en el esfuerzo y la responsabilidad personal y el discernimiento que esto implicaba se convirtió en “obediencia” a las directivas de la Iglesia.


Kim Nataraja

(Adaptado del capítulo sobre Juan Casiano del libro “Viaje al corazón” de Kim Nataraja)

lunes

EL PODER DE LA ATENCION


  Extracto del escrito de Laurence Freeman OSB en “El Yo Desinteresado” (Londres: DLT, 1989) págs. 31-35.

Hoy más que nunca, en nuestra sociedad ególatra y narcisista corremos el riesgo de confundir la introversión, la autofijación, el autoanálisis, con la verdadera interioridad. Tener una verdadera interioridad es todo lo contrario a ser introvertido. En la conciencia de la presencia interior nuestra conciencia se transforma, de modo que ya no estamos, como lo hemos estado haciendo habitualmente, mirándonos a nosotros mismos, anticipando o recordando sentimientos, reacciones, deseos, ideas o ilusiones. En la verdadera interioridad nuestra conciencia se dirige lejos de nosotros.  Y esto lo vivimos como un problema.

Creemos que sería más fácil alejarnos de la introspección si supiéramos hacia dónde nos dirigimos, si tan solo tuviéramos un objeto fijo al que mirar, si tan solo Dios pudiera ser representado por una imagen. Pero el Dios verdadero nunca puede ser una imagen. Las imágenes de Dios son dioses. Al construir una imagen de Dios acabamos mirando una imagen renovada de nosotros mismos. Ser verdaderamente interior, abrir el ojo del corazón, significa vivir dentro de la visión sin imágenes que es la fe, y ésa es la visión que nos permite “ver a Dios”. En la fe, la atención ya no está controlada por los espíritus del materialismo, del egoísmo y de la autoconservación, sino por un Espíritu Nuevo que es, por naturaleza, desposeído. Se trata de un continuo soltar y renunciar incluso a las recompensas que nos trae la renuncia, que son muy grandes y que, por tanto, es aún más necesario que las soltemos.

No hay desafío más crucial que entrar en la experiencia de permanecer centrado en el otro. Es el estado extático y continuo del desapego. Podemos vislumbrarlo simplemente recordando aquellos momentos o fases de la vida en los que experimentamos el mayor grado de paz, plenitud y alegría y reconocer que eran tiempos, no en los que poseíamos algo, sino en los que nos abandonábamos en algo o en alguien. El pasaporte hacia el Reino requiere el sello de la humildad, de la pobreza.

Carla Cooper

sábado

JOHN MAIN OSB - ESCRITOS Y ENSEÑANZAS


 La meditación siempre ha sido vista como una forma de visión. A menudo ha sido descrita como el proceso mediante el cual abrimos los ojos del corazón y aprendemos a ver con amor. La mejor analogía para ello es la analogía de enamorarse. La persona amada sigue pareciendo la misma para todos los demás, pero cuando amamos a alguien profundamente y sin reservas, lo vemos bajo una nueva luz. Su más mínimo gesto puede transmitirnos lo que nadie más puede ver. Enamorarse es una experiencia tan importante y profunda para todos nosotros porque nos saca de nosotros mismos y nos lleva más allá, hacia la realidad del otro. La meditación profunda es del mismo orden.


Abandonamos nuestra visión aislada de la vida y aprendemos, en el silencio y la disciplina de nuestra meditación diaria, a viajar más allá de nuestras propias limitaciones hacia el océano ilimitado del amor de Dios. Al entrar en el silencio, al abrir los ojos del corazón a la luz de lo infinito, comenzamos a ver con una nueva visión y vemos con una nitidez y agudeza de visión que es sorprendente y con una profundidad que es embriagadora.


Fuente: Word Made Flesh. Silence and Stillness in Every Season, página 202

domingo

EL SILENCIO DEL ALMA

 


El silencio del alma”. Extracto del escrito de Laurence Freeman OSB en “The Tablet” (10 de mayo de 1997).


Nuestros pensamientos, miedos, fantasías, esperanzas, enfados y deseos están continuamente surgiendo y desapareciendo en nuestra mente. De forma automática nos identificamos con estos estos estados fugaces o compulsivamente recurrentes sin ser conscientes de lo que estamos pensando. Cuando el silencio nos enseña lo poco fiables que son estos estados, nos enfrentamos a las inquietantes preguntas sobre quiénes somos realmente. Luchamos con la terrible posibilidad de nuestra propia no realidad.

El pensamiento budista hace de esta experiencia, lo que llama “anatman” o «no yo», uno de los pilares de la sabiduría central en el camino de liberación del sufrimiento hacia la iluminación. El budismo anima al practicante a buscar este sentido de fugacidad interior y, en lugar de huir de él, sumergirse de lleno en la experiencia, como hicieron los grandes místicos cristianos. Es comprensible que “anatman” sea la idea budista con la que solemos tener más dificultad. Nos diremos a nosotros mismos: “qué absurdo, qué terrible, qué sacrilegio decir que yo no existo”. De hecho, la mayor parte de la oposición cristiana hacia “anatman” es infundada o se debe a una mala interpretación. No significa que no existamos, sino que no existimos con independencia autónoma, que es el tipo de existencia que al ego le gusta imaginar que posee.

No existo por mí mismo porque Dios es la base de mi ser. A la luz de esta intuición leemos las palabras de Jesús con una percepción más profunda. “Si alguien desea seguirme, deberá renunciar a sí mismo; día tras día deberá tomar su cruz y venir conmigo; pero el que pierda su vida por mí, la salvará”. Si a través del silencio podemos abrazar la verdad de “anatman”, descubriremos que la conciencia, el alma, es mucho más que el asombroso sistema de cálculo y juicio del cerebro. Somos más que nuestros pensamientos.

Carla Cooper

LIBERTAD MORAL Y GRACIA ESPIRITUAL


 Juan Casiano, siguiendo los pasos de Evagrio, enfatizó la importancia tanto de la libertad moral, la responsabilidad personal, como del trabajo de la gracia. Esto contrasta fuertemente con el pensamiento de San Agustín, quien consideraba que solo era necesaria la gracia para alcanzar la salvación. San Agustín estaba de acuerdo con Atanasio. Aceptó el punto de vista teológico de que había un abismo infranqueable entre Dios y la creación. Esto chocaba, por tanto, con la visión más positiva de la naturaleza humana sostenida por los monjes «origenistas» a los que pertenecía Casiano, quienes consideraban que la creación de Dios, incluida la humanidad, es esencialmente buena. Según Casiano, los seres humanos han sido hechos a «imagen» de Dios y, por lo tanto, tienen la libertad de decidir llevar una vida de práctica, purificación y oración que les permita recuperar, con la ayuda de la gracia, esa «semejanza» con Dios.

La teoría de Agustín del «pecado original» infería que la humanidad no tenía potencial para elegir si pecar o no pecar y que de hecho era incapaz de alcanzar personalmente la salvación. Así, los seres humanos dependían enteramente de la gracia de Dios, ayudados por un liderazgo firme de la Iglesia. Este énfasis en la pecaminosidad básica de la humanidad desde la caída de Adán y Eva causa un sentido permanente de indignidad y culpa y elimina cualquier sentido de responsabilidad personal en la salvación. Desde este punto de vista, por lo tanto, no tiene sentido purificar las emociones; todo lo que se necesita para lograr la salvación es una fe fuerte y confianza en Dios. La visión de San Agustín, como suele ser el caso, se basó en gran medida en sus propias experiencias y percepción de la realidad. Su incapacidad para controlar sus propios impulsos básicos, especialmente su sexualidad, le hizo llegar a la conclusión de que todos eran igualmente impotentes para controlar sus compulsiones.

Casiano fue de hecho el portavoz de muchos monjes que estaban molestos por la negación de Agustín de la validez moral de la «praxis» con la que estaban comprometidos. Destaca el papel de la elección basada en el libre albedrío humano y, al mismo tiempo, confirma la necesidad de la gracia. A sus ojos, el comportamiento de Adán y Eva no hace que toda la humanidad se vuelva esencialmente pecadora sino que, por el contrario, su papel se ve como una advertencia para no abusar de nuestro libre albedrío, nuestra capacidad de elegir. Casiano considera que el alma no está indefensa y puede dar el primer paso: el hijo pródigo y el ladrón en la cruz son citados por él como ejemplos.

En la XIII Conferencia dice: “Por consiguiente, siempre queda en el ser humano un libre albedrío que puede o bien descuidar o bien amar los dones de la gracia. La gracia de Dios siempre obra junto con nuestra voluntad en favor del bien, ayudándola en todo y protegiéndola y defendiéndola, de modo que a veces incluso exige y espera de ella ciertos esfuerzos de buena voluntad, no sea que parezca otorgar sus dones enteramente a quien está dormido o relajado en su pereza”.

Hemos visto cómo John Main estuvo de acuerdo con los primeros Padres de la Iglesia Clemente y Orígenes en que “el Espíritu Santo habita dentro de cada uno de nosotros de tal manera que todos somos, literalmente, templos de santidad. Sabemos entonces que compartimos la naturaleza de Dios” (John Main).

El punto de vista de Agustín, por tanto, estaba totalmente en desacuerdo con Casiano y John Main. La espiritualidad celta también difería de la opinión de Agustín. Como dice un experto en espiritualidad celta, J. Philip Newell: “La doctrina de Agustín enfatizó la depravación humana total junto con la creencia de que la creación es básicamente defectuosa. La gracia de Dios fue vista por encima y en contra de la naturaleza, no como la restauración de la humanidad y la creación a su bondad natural dada por Dios. Sin embargo, el cristianismo celta “continuó haciendo énfasis en la imagen de Dios en el corazón de los seres humanos y su convicción de la bondad esencial de la creación».

Dado el trasfondo familiar celta de John Main, su resonancia con las ideas de los primeros Padres de la Iglesia y Juan Casiano como representante de las enseñanzas del desierto, no es sorprendente que lamentara la prevalencia de la opinión de San Agustín, incluso en nuestro tiempo. El resultado de esto fue en su opinión que hombres y mujeres modernos “han perdido el apoyo de una fe común en su bondad esencial, en su integridad interior y en la conciencia del potencial del espíritu humano, en lugar de las limitaciones de la vida humana». Sentía firmemente que «la meditación es un proceso de liberación: debemos liberar estas verdades en nuestras vidas».

La experiencia proveniente de la oración contemplativa profunda nos haría experimentar la unidad de lo Divino, la creación y la humanidad: “La oración es la vida del Espíritu de Jesús dentro de nuestro corazón humano. Solo hay una oración, la corriente del amor entre el Espíritu de Jesús Resucitado y su Padre, en la que estamos incorporados todos”.

Kim Nataraja

jueves

JOHN MAIN OSB - ESCRITOS Y ENSEÑANZAS


 La meditación es una forma potente si puedes aprender a decir el mantra continuamente, sin cesar, porque esa es la manera en la oración de dejar el yo atrás, de entregar nuestra vida para ser absorbidos en el misterio infinito de Dios. La gente pregunta: «¿Cuál es la experiencia de la oración?» La experiencia de la oración es ir más allá de nosotros mismos, más allá de cualquier palabra que podamos usar para describir la experiencia. San Pablo la describe como la entrada a la gloria de Dios. Pero al decir nuestro mantra dejamos atrás todas las palabras, porque limitan la experiencia. Hacen que la experiencia sea subjetiva. La experiencia es de infinito, y ninguna palabra finita puede abarcarla.

Déjame resaltar que el camino es el de la simplicidad y la inocencia infantil. «A menos que te conviertas como un niño» significa que hemos de encontrar en nuestro propio corazón la capacidad de asombro, de un asombro inocente, una inocencia que todos perdemos tan fácil y descuidadamente. Pero debemos encontrarla de nuevo. La manera en que la encontramos es entrando en el silencio, siendo, estando abiertos a la gloria de Dios, al asombro de su ser. Por eso nuestro mantra es de suma importancia. Todos estamos llamados al momento eterno cuando nos perdemos en Dios.

Fuente: Word Made Flesh. Silence and Stillness in Every Season, página 185

SALUDO DEL P LAURENCE...

 Ha sido hermoso tenerla a Claudia acá en Bonnevaux durante este tiempo y hoy va a hacer su oblacion final con 4 otras personas lo cual nos causa mucho gozo. Y quiero enviarles mucho cariño a todos uds en Argentina.  Claudia les llevará. Ella ya estará queriendo volver porque aca empieza a hacer frio y seguro que alla estará mas calido. Ella les llevará mis saludos y cariños y oraciones. Espero poder visitarles en 1 o 2 años. Gracias por sus oraciones y su apoyo durante mi tratamiento medico. Gracias a Dios me estoy sintiendo mucho mejor. Y quiero que sepan que están en el corazon de la comunidad y muy queridos por los meditadores aca en Bonnevaux por nuestra pequeña comunidad aca y que siempre son bienvenidos. Claudia les puede dar una buena clasificación. Una  buena crítica espero.

Y si quieren venir como visita o como voluntario y ayudar con el labor aca serán siempre bienvenidos. Asi que les envío todas las bendiciones y continuamos creciendo juntos en el Señor. Gracias


miércoles

 


Por lo tanto, les pido que dejen de preocuparse por la comida y la bebida para mantenerse con vida, y por la ropa para cubrir su cuerpo. Ciertamente la vida es más que la comida y el cuerpo más que la ropa (Mateo 6:25).  

Nuestro objetivo es permanecer en el presente, que es el único momento de realidad, de encuentro con el Dios que es «Yo Soy». Sin embargo, en cuestión de segundos estamos pensando en el ayer, haciendo planes para el mañana o tejiendo ensoñaciones y deseos cumplidos en el reino de la fantasía. «Aspira al reino de Dios y a su justicia antes que a nada, y todo lo demás te llegará por añadidura. Así que no se angustien por el mañana; el mañana se cuidará solo» (Mateo 6:33).  

La enseñanza de Jesús sobre la oración es sencilla y pura, incisivamente sabia y sensata. Sin embargo, parece estar más allá de nuestra capacidad para practicarla. ¿De verdad se dirigía a la humanidad común? 

El descubrimiento de nuestras distracciones superficiales es una lección de humildad. Por lo tanto, conviene recordar que se trata de un descubrimiento universal. ¿Por qué, si no, Casiano recomendó el mantra (lo llamó una «fórmula») hace mil seiscientos años? Sin embargo, nuestra propia época ha agravado el problema de la distracción natural debido a la enorme cantidad de información y estímulos que debemos procesar a diario, intentando absorberlos y clasificarlos desde que encendemos la radio por la mañana hasta que apagamos el televisor por la noche. 

Ante este descubrimiento, es fácil desanimarse y alejarse de la meditación. «No es mi tipo de espiritualidad. No soy una persona disciplinada. ¿Por qué mi tiempo de oración debería ser otro tiempo para trabajar?». A menudo, este desánimo encubre un sentimiento recurrente de fracaso e incompetencia, el lado débil de nuestro ego dañado y autorrechazado: «No sirvo para nada, ni siquiera para la meditación». 

Lo que necesitamos sobre todo en esta etapa inicial es comprender el significado de la meditación y sentir una sed que surge de un nivel de conciencia más profundo, de aquel en el que parecemos estar estancados. Es aquí, desde el principio, donde encontramos, aunque aún no lo reconozcamos como tal, la inspiración de la gracia. Proviene de fuera en forma de enseñanza, tradición, amistad espiritual e inspiración. Desde dentro, surge como la sed intuitiva de una experiencia más profunda. Cristo, quien como Espíritu no está más dentro que fuera de nosotros, parece impulsarnos desde fuera y tirar desde dentro. 

Ayuda a comprender claramente desde el principio el significado y el propósito del mantra. No es una varita mágica que deja la mente en blanco ni un interruptor que enciende a Dios, sino una disciplina que comienza en la fe y termina en el amor , que nos lleva a la pobreza de espíritu. No decimos el mantra para combatir las distracciones, sino para ayudarnos a apartar nuestra atención de ellas. Simplemente descubrir que somos libres, por muy pobres que seamos, de poner nuestra atención en otra parte es el primer gran despertar. Es el comienzo de la profundización de la conciencia que nos permite dejar las distracciones en la superficie, como olas en la superficie del océano. Incluso en esta etapa más temprana del viaje, estamos aprendiendo la verdad más profunda, al dejar atrás nuestros pensamientos religiosos y cotidianos: no es nuestra oración, sino la oración de Cristo lo que nos concierne.  

Laurence Freeman OSB 

5 septiembre 2025

domingo

EL CENTRO DE NUESTRA ATENCION


 Extracto del libro de John Main “Escritos Esenciales”, editado por Laurence Freeman (Marynoll, NY: Orbis, 2002) Pág. 109.

El objetivo de pronunciar repetidamente el mantra es que se convierta en el foco de nuestra atención. No estamos pensando en nada, ni estamos persiguiendo ningún conocimiento que pueda llegarnos al decir el mantra. Dejemos que todos los pensamientos se alejen de nuestra mente y lleguemos a un silencio cada vez más profundo en el que el único sonido que nos envuelva sea el del mantra. El mismo mantra nos irá enseñando la paciencia que necesitamos para repetirlo incesantemente. También nos enseñará la humildad que debemos tener para pronunciarlo. Cuando meditamos no buscamos aprehender a Dios o llegar a una visión profunda de Él; buscamos simplemente aceptar el regalo de nuestro propio ser tan plenamente como podamos ahora y responder a ello tan generosamente como seamos capaces. Para hacer esto debemos aprender a permanecer en quietud, a guardar silencio y a ser verdaderamente humildes.

En el lenguaje común, la esencia de la meditación es dejar atrás el ego. No estamos tratando de ver con el ego lo que está sucediendo. La visión del yo está limitada por su propio egocentrismo. El ojo con el que vemos sin límite es el ojo que no puede verse a sí mismo. La paradoja de la meditación es que una vez que dejamos de ver y poseer comenzamos a ver todo como nuestro.  

Carla Cooper

lunes

EL CAMINO DE LA ILUMINACION


 Extracto del libro de John Main “Sed de sentido y profundidad”. Edición de Peter Ng (Singapur: Medio Media, 2007), págs. 188-189.


Todos somos conscientes de que en nuestro mundo existe mucha oscuridad. A diario escuchamos noticias sobre terribles injusticias, conflictos, sobre actos de violencia, de odio, de envidias y de codicia. Vemos que estas sombras están en el ser humano, tanto a nivel personal como a nivel colectivo. Todos nosotros también somos conscientes de la oscuridad que hay dentro de nosotros mismos.

Cuando comenzamos a meditar vamos comprendiendo que no podemos entrar en la experiencia del silencio con solo una parte de nuestro ser. Todo lo que somos, la totalidad de nuestro ser debe estar involucrado. Es decir que cada parte de nuestro ser debe abrirse a la luz y llegar a ella. No meditamos solo para desarrollar nuestra dimensión o capacidad religiosa. En el hombre o la mujer verdaderamente espirituales todas sus dimensiones están en armonía.

La meditación no es el proceso mediante el cual intentamos ver la luz. Cuando alcanzamos la luz que ilumina todo por completo nuestra vida queda transformada. La meditación es el proceso mediante el cual salimos a la luz y comenzamos a ver la realidad completa. Empezamos a verlo todo por el poder de la luz. Y vemos que, como nos dice Jesús, el poder de la luz es el amor.

La prueba de nuestro progreso en la meditación es saber en qué medida somos capaces de ver a los demás y ver todo a la luz de Dios. Ver la vida iluminada por la luz del amor también nos hace amar a todos. No juzgar, no rechazar, sino ver a todos y a toda la creación desde esta luz que debemos descubrir en nuestro propio corazón.

Carla Cooper

domingo

SOLOS O EN COMUNIDAD


 Juan Casiano sentía una gran admiración por Evagrio. De hecho, era el maestro al que más veneraba entre los Padres y Madres del Desierto. En su libro “Conferencias” podemos comprobar que no solo recibió las enseñanzas de Evagrio, sino que también escuchó las de otros Abbas del desierto. Sin embargo, fue Evagrio al que más agradecido estaba por sus pensamientos. Casiano básicamente amplió las ideas expresadas en las breves frases de Evagrio; apenas hay diferencias en el énfasis y en los consejos que expone. En sus escritos, tuvo la precaución de no mencionar a Orígenes ni a Evagrio, aunque la influencia de los dos maestros queda impregnada en su pensamiento y ellos no fueron prohibidos oficialmente hasta el Concilio Ecuménico de Constantinopla convocado por el emperador Justiniano en el siglo VI.

Su principal obra, “Conferencias”, contiene una descripción exhaustiva del camino de la oración del desierto, el camino para llegar a la “pureza de corazón” y entrar así en el “Reino de Dios”: “El fin último de nuestra misión es el Reino de Dios o el Reino de los Cielos, pero la meta intermedia es la pureza de corazón».

Los capítulos de sus “Conferencias” describen el camino hacia la pureza de corazón y, además, subrayan la importancia de la adquisición de la virtud suprema de la prudencia, el don espiritual de reconocer si los pensamientos y las acciones provienen del ego o de la intuición divina. Estas conferencias se inspiraron en situaciones del desierto; los discípulos se sentaban en silencio, a los pies de los Abbas y las Ammas para escucharlos, y éstos les hablaban de sus propias experiencias de oración profunda. La enseñanza procedía no solo de escuchar a los Ancianos, sino también de observar sus comportamientos ya que la verdad de sus enseñanzas era confirmada en sus acciones.

Juan Casiano era un verdadero buscador de espiritualidad. Trataba de responder a las eternas preguntas del ser humano sobre el significado y el propósito de la vida y de la relación entre el mundo que vemos con nuestros sentidos y la Realidad Última de la que se origina. Su principal pensamiento procedía de las palabras de Jesús: “Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros pertenecéis a este mundo; yo no» (Juan 8,23). Casiano trató de encontrar formas de acceder a esta realidad Divina de las «cosas de arriba».

Como hicieron los ermitaños del desierto, enfatizaba en sus enseñanzas la necesidad de purificar las emociones, de alcanzar un crecimiento moral que conduzca a la pureza del corazón que permita al monje entrar en la presencia de Cristo: “Mirar con ojos completamente purificados a la divinidad es posible, pero sólo para aquellos que se elevan por encima de las obras y pensamientos terrenales y que se retiran con Él a la montaña de la soledad. Cuando se liberan del tumulto de las ideas y pasiones mundanas, cuando se liberan de la esclavitud de los vicios, cuando han alcanzado las alturas sublimes de la fe plenamente pura y de la virtud excelsa, la divinidad les da a conocer la gloria del rostro de Cristo y permite la visión de sus esplendores a aquéllos que son dignos de mirarlo con los ojos purificados del espíritu» (Conferencia XVI).

La principal razón por la que Casiano fundó los monasterios de Marsella, una vez que tuvo que abandonar el desierto, fue su absoluta convicción de que era muy arriesgado avanzar solo por el camino espiritual. Recordamos el consejo del desierto de «obedecer» a tu Abba o Amma, ya que era muy fácil dejarse engañar por los «demonios», un riesgo implícito de llevar la vida solitaria de un ermitaño. Las experiencias debían ser contrastadas con la sabiduría y la capacidad de discernimiento de los monjes mayores: “Sé de monjes que fracasaron después de mucho trabajo y cayeron en la locura porque confiaron en su propio trabajo y descuidaron el mandamiento que dice: “pregúntale a tu padre y él te lo dirá» (San Antonio).

Casiano sintió con fuerza la necesidad de experimentar primero la vida espiritual en una comunidad, viviendo y practicando una vida regida por las virtudes de estabilidad, pobreza, castidad y obediencia. Solo después de haberse afianzado en la propia vida de oración ser un ermitaño podía considerarse una opción válida.

Aunque Casiano se refería específicamente a los monjes que estaban a su cargo, no creía que este camino fuera el único que conduce a Dios. Estaba convencido de que cualquier persona podía llegar a Dios en su propia vida: “El camino hacia Dios toma muchos caminos. Así que cada uno lleve hasta el final y sin volver atrás el camino que eligió primeramente para que pueda ser perfecto, sin importar cuál sea su profesión” (Conferencia XIII). Incluso llegó a decir: “La persona que en este mundo atiende a los enfermos vale más que el ermitaño que no se preocupa por su prójimo” (Frase 34).

En todo esto vemos cuánto resuenan los pensamientos de John Main con la enseñanza de Casiano.

Kim Nataraja

sábado

NUESTROS SENTIDOS INTERIORES



Al desapegarnos cada vez más de nuestros condicionamientos y de la necesidad de usar el mundo y a los demás como apoyos emocionales, a veces dejamos atrás lo que nos impide avanzar. Habrá momentos, por fugaces que sean, en los que entraremos en otra realidad, el reino espiritual y trascendental, que John Main llama el «nivel de silencio, donde contemplamos con asombro la luz de nuestro propio espíritu», «donde contactamos con la raíz de nuestro ser» y «donde experimentamos el vacío», y donde, en palabras de Laurence Freeman, experimentamos «paz, conciencia de la Presencia de Dios», y nos enfrentamos al ego desnudo, al «ego» sin todos sus deseos desordenados ni heridas emocionales.  

Cuando entramos en el silencio de esa manera profunda, se activa una forma diferente de conocimiento: dejamos atrás nuestra conciencia puramente racional y lógica y comenzamos a comprender con un conocimiento superior e intuitivo, directo e inmediato, a menudo llamado por los primeros teólogos «El Ojo del Corazón». Hemos accedido a la fuente interior de la verdadera sabiduría, la conciencia de Cristo en nuestro corazón. Cuanto más nos adentramos en el silencio y la quietud de la meditación, más clara se vuelve nuestra comprensión intuitiva. Simplemente «sabemos». Esto se extiende a nuestra vida cotidiana y cada vez más seguimos la voz de nuestra intuición.  

Orígenes, el Padre de la Iglesia primitiva, fue el primero en hablar de los sentidos internos. Afirma que existen otros cinco sentidos además de los físicos habituales. El alma también tiene ojos, oídos, gusto, olfato y tacto.  

El propósito de la meditación es despertar estos sentidos. Al llevar la mente al corazón, nuestro ser racional ya no domina nuestro ser, sino que nuestro ser intuitivo, nuestro ser verdadero, puede infundir en el ego, el ser racional, y ambos se integran lentamente. Entonces nos sentimos verdaderamente completos. Ahora recordamos quiénes somos realmente. La meditación nos ayuda a experimentar a Cristo como una fuerza viva en nuestro interior, energizante, sanadora, transformadora, llevándonos a una mayor consciencia, plenitud y compasión.  

 Es importante recordar que esto no es algo exclusivo de la élite; forma parte de nuestra naturaleza humana. Uno de los principios fundamentales de la psicología de Jung es que existe un impulso intrínseco hacia la plenitud y la integración en la psique de todas las personas, lo cual también se pone de manifiesto en esta frase de San Agustín:  

“Todo el propósito de esta vida es restaurar la salud, el ojo del corazón por el cual se puede ver a Dios”

Kim Nataraja, 29 agosto 2025

domingo

JOHN MAIN OSB - ESCRITOS Y ENSEÑANZAS

 La meditación no está de ninguna manera aislada del significado de nuestra actividad cotidiana. Nuestros momentos establecidos de meditación, nuestra fidelidad al recitar el mantra desde el principio hasta el final de estos momentos, constituyen la esencia de nuestras actividades porque la meditación es nuestra realización del Ser, de la acción pura. La meditación es actividad pura.

Es acción en el sentido de que es el despliegue positivo y deliberado de energía, una ordenación y enfoque de todas las energías que conforman el misterio de nuestra personalidad. No puede ser un estado meramente pasivo, porque lo que es a la vez energético y tranquilo está en el punto más alto de acción, energía incandescente: conciencia. Sabemos esto en una experiencia muy inmediata, la experiencia de perseverar en nuestro viaje hacia la cima de la montaña. La fe que nos exige la peregrinación requiere cualidades nada pasivas como el coraje, la perseverancia y el compromiso.

Fuente: Word Made Flesh. Silence and Stillness in Every Season, página 160

sábado

VERDADERO SER

 


De John Main OSB, “Segunda Conferencia sobre MEDITACIÓN CRISTIANA: Las Charlas de Getsemaní” (Montreal: Christian Meditation Media, 1982), pp. 36-37.

La meditación y su pobreza no implican autorrechazo. No huimos de nosotros mismos; no nos odiamos. Pero para alcanzar nuestra verdadera identidad —y es a esa invitación a la que respondemos cuando meditamos— debemos adentrarnos en la experiencia radical de la pobreza personal con una entrega inquebrantable. 

Y aquello a lo que nos entregamos, a lo que morimos, en el pensamiento zen, no es el yo de la mente, sino más bien esa imagen del yo que erróneamente hemos llegado a identificar con quienes realmente somos. Ahora bien, esta no es una proposición que debamos, en el lenguaje de la Nube, “exponer con ingenio imaginativo”. Pero sí nos dice que a lo que renunciamos en la oración es esencialmente irrealidad.

Y el dolor de la renuncia será proporcional al grado en que nos hayamos comprometido con la irrealidad, al grado en que hayamos tomado nuestras ilusiones por reales.