Necesitamos tomar conciencia de las imágenes que hemos creado de nosotros mismos, del mundo y de Dios, que nos están impidiendo ver la realidad tal como es. Necesitamos comprender que esta tendencia viene impulsada por las necesidades primarias de supervivencia de amor, seguridad, estima, poder, control, placer, etc. que todos compartimos. Es necesario que tomemos conciencia de nuestra tendencia a reprimir y proyectar ciertos aspectos de nuestra personalidad con el fin de preservar la seguridad y la supervivencia. Al traer el condicionamiento y los impulsos inconscientes al plano de la conciencia permitimos que comience el cambio. Entonces podremos salir de la prisión del «ego» y permanecer en la libertad del «yo».
La meditación es también un camino para entender nuestras conductas automatizadas, todo aquello que hacemos sin pensar realmente en ello. La enseñanza de la meditación en la tradición de Juan Casiano, y que John Main nos redescubrió, aborda dos aspectos. Mientras que durante el periodo real de meditación procuramos liberarnos de todos los pensamientos que inundan nuestra mente, en otros momentos del día nos será muy beneficioso reflexionar sobre nuestros pensamientos y comportamientos. Es decir, ser conscientes de cuanto nos sucede.
Estamos configurados y condicionados por nuestro pasado y por nuestro entorno en mayor medida de la que sospechamos. Creemos que nuestro comportamiento y la mayoría de nuestras respuestas a las situaciones en las que estamos involucrados proceden de nuestra propia elección. Sin embargo, lo cierto es que muchas de nuestras reacciones habituales están siguiendo un código de conducta aceptado. Tendemos a relacionarnos con el mundo desde una compleja matriz de condicionamiento de supervivencia que filtra y colorea de muchas maneras la realidad que vemos.
Desde que nacemos no solo heredamos los genes de nuestros padres, sino que también absorbemos inconscientemente los pensamientos e incluso la energía emocional y psicológica de nuestros padres o cuidadores. Confiamos de tal manera en el aprendizaje mental consciente que olvidamos cuánto absorbemos inconscientemente de las personas cercanas a nosotros. Un niño de tres años ya tendrá incorporada toda esa información en la matriz desde la que actuará el resto de su vida.
Nuestras conductas vienen en gran medida modeladas por el ejemplo de los padres o por el rechazo de este patrón de comportamiento. Las actitudes que tengan los hermanos con nosotros también nos afectan profundamente: algunas investigaciones sugieren que su influencia es incluso aún más importante que la de los propios padres. También los compañeros nos moldean, pues el grupo a menudo fomenta un comportamiento contrario a la norma recibida de los padres. Por ejemplo, si fumar y beber son conductas para ser aceptados en un grupo, los jóvenes actuarán en contra de la educación recibida para formar parte de la “pandilla”.
Adoptamos imágenes, roles y actitudes que se esperan de nosotros que pueden o no ser coherentes con quienes somos en el nivel más profundo de nuestro ser, siempre que nos aporten seguridad y aceptación. Incluso poseemos imágenes que otros tienen de nosotros y que están basadas más en sus propias percepciones emocionales que en nuestra realidad. Nos identificamos con los papeles que representamos y nos convertimos en ese personaje, olvidando otros aspectos de nuestro ego y de nuestro ser más amplio. El maestro Eckhart lo llamó estar perdido en la “multiplicidad” y en “imágenes alienantes”. Nos identificamos excesivamente con nuestros roles, nos centramos en aspectos limitados de nosotros mismos y los aplicamos a todo el ser. Así, nos consideramos una madre, una maestra, un médico, un ejecutivo. Solo vemos una de las facetas del diamante que es nuestro verdadero ser en lugar de hacernos conscientes de toda la joya.
La siguiente historia ilustra esto, perfectamente.
Un pato entra en un pub y pide una cerveza y un sándwich. El propietario lo mira y dice: «¡Pero si tú eres un pato!». «Veo que tus ojos funcionan», responde el pato. «¡Y tú hablas!», exclama el propietario asombrado. «También veo que tus oídos funcionan», dice el pato, «Ahora, ¿puedo tomar mi cerveza y mi emparedado, por favor?». «Ciertamente», dice el propietario disculpándose, «lo siento, pero es que no vienen muchos patos a este pub». Al rato le pregunta “¿Y qué haces por aquí?». El pato responde: «Estoy trabajando en una construcción al otro lado de la carretera”. El pato se bebe la cerveza, se come el sándwich y se marcha. Y así sucedió durante dos semanas.
Un día llega a la ciudad el circo. El director del circo entra al pub y el dueño aprovecha para decirle: “¿Eres del circo, verdad? Pues escucha lo que voy a contarte: ¡conozco a un pato que le vendría genial a tu circo pues habla, come sándwiches y hasta bebe cerveza!”. El director muy sorprendido dice: “¡Eso suena fenomenal! ¡Dile por favor que me llame!”. Así es que, al día siguiente, cuando entra el pato en el pub, el dueño le dice: “Oye señor pato, creo que puedo facilitarte un excelente trabajo con muy buen sueldo”. “Eso estaría genial y ¿dónde es?”, dice el pato. “En el circo” responde el dueño del pub. “¿En el circo?”, pregunta extrañado el pato. “Así es”, responde el dueño. Y el pato insiste: “¿En el circo? ¿Ese lugar con una gran carpa, con el techo de lona y un poste en el medio? ¿Ese lugar lleno de animales?”. “¡Correcto!”, responde el dueño. Y el pato muy confundido le pregunta: “Y ¿para qué demonios querrán allí un albañil?”.
Nosotros, como el pato, a menudo nos identificamos totalmente con nuestros roles. La sociedad fomenta esta identificación. Lo primero que la gente suele preguntar al conocer a alguien es «¿qué haces?». De este modo, nos convertimos en lo que hacemos, no en lo que somos. Así, pasamos a ser un barrendero, un pintor, un abogado, una madre, una maestra, etc. Si estamos satisfechos con nuestro trabajo, si nos aporta valoración y aceptación a ojos de los demás, a nuestros propios ojos estará todo bien. Sin embargo, cuando la sociedad desprecia nuestro rol e infravalora las contribuciones que hacemos, nuestra autoestima quedará rebajada. Debemos hacernos conscientes de que somos la totalidad de nuestro ser.
Kim Nataraja