jueves

AUTO TRASCENDENCIA


 Pocas generaciones han estado tan volcadas sobre sí y se han estudiado tanto como la nuestra, y sin embargo, el autoanálisis moderno puede ser notablemente infecundo. La razón de ello, como hemos venido sugiriendo, se encuentra en que ha estado radicalmente desespiritualizada; es decir, no hasido guiada por la luz del Espíritu ni se ha dado cuenta de la dimensión verdadera y fundamental de nuestra naturaleza. Sin espíritu no hay fecundidad, ni creatividad, ni posibilidad de crecer. El deber del cristiano consiste en señalar esto y en ser capaz de hacerlo con la autoridad de aquel que verdaderamente conoce lo que es el espíritu, pero porque conoce su propio espíritu y la expansión infinita de éste que se produce cuando responde a la presencia del Espíritu de Dios, del cual deriva su ser.

Ese cristiano posee una fuerza, el poder del Señor resucitado, que consiste en la liberación del espíritu; ésta se consigue a través del ciclo de muerte y resurrección, a través de nuestra participación en la muerte y resurrección de Jesús. Lo que muere cuando perseveramos en nuestro intento de abrimos al Espíritu es nuestro estrecho y limitado ego, así como todas las ridículas preocupaciones y ambiciones con las que aquél inunda lo más hondo de nuestro ser; lo que muere es el temor que sentimos al ver la luz emerger de este pozo; lo que muere es todo aquello que nos impide vivir la vida, la vida en toda su plenitud.

El descubrimiento de nuestro propio espíritu, de nuestra verdadera identidad, es una experiencia que causa un gozo indescriptible, la alegría de la liberación. Pero la pérdida del yo que lo posibilita, la eliminación y supresión de aquellas ilusiones conocidas desde hace tiempo, exige esas cualidades que ocupan un lugar tan destacado en la enseñanza del apóstol san Pablo: audacia, coraje, fe, compromiso y perseverancia. Estas cualidades, mundanas más que heroicas, son las que nos permiten perseverar en el compromiso cotidiano con nuestra peregrinación, en la fidelidad a la meditación dos veces al día y en la «pobreza eminente» hacia la que nos conduce el mantra. No son cualidades que podamos cultivar por nosotros mismos, sino que nos son dadas con Amor, dones del Espíritu que nos llevan a Dios, a un Amor más profundo. No existe camino alguno hacia la verdad o hacia el Espíritu que no sea el camino del Amor. Dios es Amor.

Al descubrir nuestro propio espíritu, se nos conduce a nuestro centro creativo, de donde brota nuestra esencia y donde ésta se renueva gracias al flujo amoroso de la vida de la Trinidad. Encontramos nuestro espíritu solamente a la luz del Espíritu uno, del mismo modo que el Amor mutuo nos sostiene y nos hace crecer, y del mismo modo que nos conocemos en la medida en que nos dejamos conocer por los demás. Para vernos a nosotros mismos, hemos de mirar a los demás, pues el sendero hacia uno mismo es el camino de la alteridad.

No es suficiente estar de acuerdo con estas afirmaciones como realidades meramente conceptuales. Por supuesto, nuestro raciocinio puede, en virtud de la luz del Espíritu, comenzar el proceso de renacer en el Espíritu. Es capaz de llevamos a descubrir y expandir nuestro propio espíritu, pero ninguna expresión meramente conceptual es en sí misma la experiencia de nuestra verdadera identidad. Ningún análisis intelectual de nuestro ser puede reemplazar al verdadero autoconocimiento en lo más profundo de nuestra existencia. Hay muchas palabras y expresiones de distintas tradiciones con las que podemos intentar explicar el propósito de la meditación, de la oración. Aquí simplemente sugiero este propósito preliminar: en el silencio de nuestra meditación, en la atención que prestamos al Otro, en nuestra espera paciente, descubrimos nuestro propio espíritu.

John Main, OSB

Del libro: Word into Silence - traducido como "Una Palabra hecha Silencio"

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