Juan 7:1–2, 10, 25–30
Después de esto, Jesús andaba por Galilea. No quería transitar por Judea porque los judíos buscaban la oportunidad de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Enramadas... Pero después que sus hermanos subieron a la fiesta, entonces también él subió, no públicamente, sino como en secreto...
Algunos de Jerusalén decían: «¿No es este el que quieren matar? ¡Y miren cómo habla en público, y nadie le dice nada! ¿Será que de veras las autoridades han reconocido que este es el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde viene este hombre; y cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde viene». Entonces Jesús, enseñando en el templo, alzó la voz y dijo:
«Ustedes me conocen y saben de dónde vengo. Pero yo no he venido por mi cuenta; El que me envió es veraz, y ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco, porque vengo de él y él me envió».
Entonces intentaron arrestarlo, pero nadie le puso la mano encima, porque aún no había llegado su hora.
Jesús andaba por Galilea.
Caminaba, hablaba y, por supuesto, vivía lo que decía. No publicaba, no daba entrevistas, no consultaba asesores de imagen, ni siquiera escribía reflexiones. No sabemos si tenía una agenda o si concertaba citas. Lo que se percibe es que estaba presente dondequiera que estuviera, y veía la dimensión profunda, lo eterno, vívidamente presente en cada persona y en cada ocasión. Era espontánea, pero no un errante. Se encontraba con la realidad de forma continua, y la realidad siempre corría a su encuentro. Por el sabor de verdad que emiten, las personas así resultan poderosamente atractivas, aunque también pueden asustar cuando nos acercamos demasiado.
Francisco de Asís parece haber sido una de esas personas. Ramana Maharshi, quien nunca se movió del lugar donde se sentó a los 16 años, fue otra, por extraño que suene. Una vez le preguntaron por qué no viajaba por el mundo llevando su paz a las masas que tanto la necesitaban. Respondió: «¿Cómo sabes que no lo hago?».
Cuando Yeshúa recorría Galilea, era un punto de quietud constante que se manifestaba en muchos lugares. Las personas que se quedan en casa pero fantasean con viajes y con estar en otra parte no poseen esa estabilidad. San Benito dice que el monje «no debe anteponer nada a Cristo». Bastante pronto en mi vida monástica escuché la versión irónica de esto: «no anteponer nada a un paseo», de parte de monjes que habían llegado a entender la estabilidad principalmente en términos geográficos.
Claro que también podemos estar en movimiento como una forma de mantenernos un paso adelante de la realidad, huyendo de algo y protegiéndonos. Pero la estabilidad, estamos ocupados o no, es un fruto de la meditación. Las sesiones de la mañana y de la tarde emiten un pulso que mantiene todo en alineación. Produce claridad, discernimiento y buen juicio, lo que mejora la calidad y la orientación hacia los demás en nuestra vida. La estabilidad une el punto de partida y el lugar de llegada en una quietud dinámica.
Este es un extracto de Sensing God de Laurence Freeman, SPCK Publishing - distribución exclusiva para miembros de WCCM.
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