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SIN PENSAMIENTOS NI IMÁGENES

 En el texto de la semana pasada sobre la "Filosofía Perenne" vimos que la experiencia del silencio interno y la soledad aportada por las disciplinas espirituales contemplativas como la meditación nos lleva a descubrir la esencia de nuestra religión y que, además, esa experiencia es el núcleo común a todas las tradiciones de sabiduría y religiones.


Mientras que en el nivel de la experiencia hay mucho en común entre las religiones, a nivel de la teorización y la teología existen grandes diferencias establecidas por los filtros culturales y sociales a través de los cuales interpretamos estas experiencias. Sin embargo, en el mundo en el que vivimos es importante que respetemos la verdad de todas las religiones y nos involucremos en el diálogo interreligioso, el cual es un aspecto importante para la Comunidad Mundial. Al compartir el silencio de las disciplinas contemplativas con otras religiones se crea una comunidad y, con ella, el respeto mutuo y la comprensión.

Si pudiéramos permanecer solamente en el nivel de la experiencia, del silencio compartido, no habría conflictos, ni falta de comprensión entre los seres humanos. Pero nos movemos con mucha facilidad de la experiencia al pensamiento. El deseo de comprender verdaderamente la experiencia espiritual interna nos impulsa a traducir ésta en imágenes y palabras; así es como funciona nuestra conciencia. Ser capaz de nombrar las cosas nos da una sensación de seguridad y control, por muy ilusorio que esto pueda ser. Pero olvidamos los límites de nuestra conciencia racional y los filtros culturales y emocionales a través de los cuales intentamos entender la Realidad Divina; olvidamos que todos los pensamientos e imágenes, especialmente sobre lo Divino, distorsionan y limitan el verdadero conocimiento. De hecho, los primeros cristianos consideraban que era incluso una blasfemia atribuir cualquier nombre a Dios.

Al principio de la tradición mística cristiana, en el siglo II, encontramos a Clemente de Alejandría, que es el primer filósofo/teólogo cristiano que trató de poner en palabras la experiencia mística y la relación entre el alma humana y lo Divino. Lo hizo empleando la teología “apofática”, es decir, desde la “negación”; él no dijo lo que era Dios, pues veía lo Divino como un misterio sagrado más allá de nuestra comprensión. Trató de llegar a la esencia divina expresando lo que Dios no era: "Dios no está en ningún lugar, sino más allá del espacio y del tiempo, y del nombre y del pensamiento. Dios no tiene límites, ni forma, ni nombre. Él es anónimo. Él simplemente es. Quédate con la noción del ser puro y eso será lo más cerca que puedes llegar a Dios. Porque Él es inefable, está más allá de todo discurso, más allá de todo concepto, más allá de todo pensamiento" (Clemente de Alejandría).

Él sentía que sólo podemos llegar a conocer la esencia de Dios eliminando todas las cualidades que normalmente asociamos con objetos o conceptos del mundo material. Existía una bella analogía: un escultor se deshace de un bloque de mármol hasta que una forma se revela. De la misma manera, si anhelamos experimentar la Realidad Divina también necesitamos desechar todas nuestras ideas y conceptos sobre Dios, nuestros pensamientos, nuestras imágenes hasta que, por obra de la gracia, Su presencia esencial se nos revela. Entonces entramos en "un estado en el cual nosotros reverenciamos a Dios con asombro y silencio y permanecemos ante Él en sagrada admiración" (Clemente). Este estado es el que nos ayuda a ser tolerantes con las diferentes expresiones que existen sobre la búsqueda del significado.

Kim Nataraja

Traducida por WCCM España

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