Piensa por un momento en tu propia experiencia de meditación. Sabes que comienzas, parece que progresas y luego fallas. Para la mayoría de nosotros, nuestra experiencia en la meditación se puede resumir en comenzar y detenerse, en llegar a algún lugar y descubrir que no estamos en ningún lugar, en la euforia y el desaliento. Lo que tienes que aprender de esta experiencia es que simplemente debes repetir tu mantra.
Es perfectamente natural que te preguntes: «¿Qué bien me está haciendo la meditación? ¿Qué progreso estoy logrando?» pero también es perfectamente inútil. De hecho, es peor que perfectamente inútil, es positivamente contraproducente. Creo que todos nosotros hemos intentado, todos hemos querido orar y todos hemos fallado. Pero en algún momento llegamos a la conclusión de que la sabiduría que recibimos de la tradición contemplativa de la oración es la sabiduría que convierte el fracaso en triunfo. El silencio y la pobreza que experimentamos en nuestra meditación se reafirman su valor.
Sabemos que no podemos analizar a Dios. Sabemos que no podemos, con mentes finitas, entender la infinitud de Dios. Pero también sabemos, o al menos pronto comenzamos a sospechar vagamente, que podemos experimentar el amor de Dios por nosotros. Este saber nos pone en un camino que de alguna manera nos parece auténtico y es este conocimiento el que nos mantiene en marcha. Es este conocimiento experiencial el que también nos enseña que las imágenes fabricadas por el ego deben dar paso. Ninguna de ellas puede tomarse en serio. Cada nueva estrategia del ego debe ser ridiculizada y descartada.
Fuente: Word Made Flesh. Silence and Stillness in Every Season, página 78

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