martes

CONOCIMIENTO


 En la quietud viene el conocimiento: “Estad quietos y sabed que yo soy Dios”. Y con ese conocimiento, por supuesto, no sólo llegamos a conocer a Dios, sino también a conocernos a nosotros mismos. La quietud de la meditación, que es la disciplina que practicamos día a día, es la quietud en la que dejamos de hacer, dejamos de pensar, dejamos de juzgar, dejamos de planificar, dejamos de analizar. En esa quietud, a medida que aprendemos a estar quietos, surge un conocimiento, surge un conocimiento del Espíritu, y es en ese conocimiento que encontramos nuestro camino hacia adelante. En esa quietud descubrimos que podemos experimentar la vida libres de toda referencia conceptual. En otras palabras, no tenemos que pensar en la vida para poder vivir.

Aspectos del amor 1  de Laurence Freeman OSB  

MUNDO DE ILUSION

 


La meditación es una forma de salir de un mundo de ilusión hacia la luz pura de la realidad” . (John Main) 

El mundo de ilusión al que se refiere John Main en esta declaración es el mundo que construimos con nuestros pensamientos. Muchos equiparamos lo que somos con lo que pensamos. ¿Quién te crees que eres? La imagen que tenemos de nosotros mismos, la imagen que tenemos de los demás y el mundo en el que vivimos se compone de pensamientos: nuestros propios pensamientos y, a menudo, los pensamientos de otros que, sin pensarlo, hemos hecho nuestros. Desde el momento en que nacemos, aceptamos sin cuestionar las opiniones de quienes son importantes en nuestra vida: nuestros padres, nuestros hermanos, nuestra familia en general, nuestra comunidad, nuestro grupo de iguales, la sociedad en la que vivimos y la religión y la cultura en la que nos criamos. Moldeamos nuestra visión de la realidad basándonos en las opiniones aceptadas de los demás en un intento de encajar, ser aceptados, ser amados y respetados. En otras palabras, impulsados por nuestra necesidad de sobrevivir, adoptamos las opiniones de los demás y adoptamos los roles y actitudes esperados. A menudo, al hacerlo, olvidamos quiénes somos realmente y quedamos prisioneros de todo este condicionamiento. 

A medida que crecemos, algunos adquirimos la confianza necesaria para cuestionar y examinar estos pensamientos y perspectivas. Sentimos la necesidad de descubrir quiénes somos realmente bajo todos los condicionamientos, máscaras, roles y funciones. Pero, en palabras de John Main, «abrirse paso» , no es fácil. El hecho de que estamos dominados por los pensamientos se puede descubrir en el momento en que empezamos a meditar. Nos damos cuenta de lo que John Main denominó «el caos de una mente devastada por tanta exposición a trivialidades y distracciones» , mientras que Laurence Freeman se refiere al «nivel de distracción de la mente de mono» . 

Sin embargo, nos resulta difícil dejar ir nuestros pensamientos, ya que hemos sido educados para creer que el pensamiento es la actividad más elevada en la que podemos participar. Descartes en el siglo XVII dijo : "Pienso, luego existo" , y al hacerlo vinculó la existencia con el pensamiento. TS Eliot lo ilustra en sus "Cuatro Cuartetos", en los que las personas sentadas en un tren subterráneo, atrapadas en un túnel, sienten que se enfrentan al "creciente terror de no tener nada en qué pensar". No pensar se siente como una amenaza para nuestra supervivencia. No es de extrañar que las personas tengan miedo cuando se enfrentan a una disciplina como la meditación que fomenta el abandono del pensamiento. Las etapas en el viaje de la meditación, nuestro "abrir paso", son, por lo tanto, nuestra relación cambiante con nuestros pensamientos. 

 “Romperse” , requiere valentía y perseverancia en la meditación, pero nos llevará a la “luz pura de la realidad” , donde recordamos y experimentamos que somos “hijos de Dios”, “templo del Espíritu Santo”, y que “la conciencia que estaba en Cristo está también en nosotros”.

domingo

LA ORACION PURA

 Un extracto del Padre John Main, “Dos palabras del pasado”, en EL CORAZÓN DE LA CREACIÓN (Nueva York: Continuum, 1998), págs. 43-44.

Un joven vino a verme hace poco y me preguntó: "¿Cómo soportas mirar por la ventana y ver lo mismo todos los días? ¿No te vuelve loco?". Quizás la verdadera pregunta debería ser: "¿Cómo es que siempre podemos ver tanto, mirando por la misma ventana todos los días?". Los primeros padres sabían que el aburrimiento proviene del deseo, del deseo de realización o fama, de algo nuevo, de un cambio de entorno o actividad, de relaciones diferentes, de certeza.

La oración pura atenúa el deseo. En la quietud de la oración, cada vez más quieta a medida que nos acercamos a la Fuente de todo lo que es, de todo lo que puede ser, nos llenamos de asombro tanto que ya no hay lugar para el deseo. No es tanto que trascendamos el deseo, sino que simplemente ya no hay lugar en nosotros para él. Todo nuestro espacio se llena con la maravilla de Dios. La atención que se dispersa en el deseo se vuelve a Dios y se absorbe en él. [...]

Al meditar, dejamos ir el deseo de controlar, poseer y dominar. Buscamos, en cambio, ser quienes somos y, siendo la persona que somos, nos abrimos al Dios que es.

OBEDIENCIA, CONVERSION Y ESTABILIDAD

 La razón principal por la que se retiraron al desierto los ermitaños fue por su intenso anhelo de seguir el camino de la vida y la enseñanza de Jesús y, así, poder entrar en el «Reino de Dios» para vivir en la Divina Presencia. Sabían por su experiencia que esto solo sería posible a través de una profunda oración silenciosa interior. Y para lograrlo tuvieron que abandonar todo pensamiento egocéntrico. Según la expresión que utilizaban, tenían que “purificar sus pasiones» para poder alcanzar la «pureza de corazón». Se consideraba que la oración pura no era posible si no se abandonaban los pensamientos centrados en el ego. «Uno de los Padres dijo: “de la misma manera que no puedes ver tu cara en aguas turbulentas, el alma, si no es vaciada de pensamientos egocéntricos, no puede reflejar a Dios en la contemplación»». En palabras de Thomas Merton: “Lo que más buscaban los Padres era su propio ser verdadero en Cristo. Y para alcanzarlo tuvieron que rechazar por completo al ser falso y formal construido bajo la compulsión social en «el mundo».

La «purificación de las pasiones» se entendía como una lucha contra los propios “demonios”.  Actualmente y, en términos psicológicos, interpretamos la expresión «luchar contra los demonios» tal como lo hace Thomas Merton: como un intento de entender los impulsos dañinos del «ego» herido, las energías negativas que surgen de las necesidades afectivas y/o psicológicas no satisfechas. Nosotros también tenemos que enfrentar y reconocer las heridas del ego y su comportamiento consecuente, a menudo dañino, antes de que podamos ser completos y «ver la realidad como es, infinita» (William Blake). Estas energías son muy poderosas, por lo que no sorprende que en aquella época estas fuerzas se personificaran como «demonios». También lo explica la fuerte creencia que había entonces tanto en los ángeles como en los demonios.

Las condiciones que favorecen el crecimiento espiritual fueron recogidas maravillosamente por San Benito un siglo después en su Regla para los monjes: obediencia, conversión y estabilidad. Aunque pueda parecer extraño, estas tres actitudes siguen siendo relevantes para nosotros en nuestro viaje espiritual. Veamos con más detenimiento cada una de ellas.

ud esencial es la conversión. A menudo, al comienzo del viaje espiritual, hay una visión espiritual profunda y repentina, un atisbo de una dimensión más amplia. Los primeros Padres de la Iglesia llamaron a este momento “conversión”’ o “metanoia”, un cambio sutil en el corazón y en la mente que permite a la memoria de nuestro verdadero ‘yo’ salir a la superficie y nos permite atravesar el umbral entre diferentes niveles de percepción. Este momento de iluminación nos anima a realizar una oración profunda y silenciosa. Al soltar nuestros pensamientos, imágenes y fantasías, será posible que experimentemos la verdadera realidad que envuelve la realidad ordinaria en la que vivimos nuestras vidas. Esa percepción elevada nos hace conscientes de nuestra conexión esencial con lo Divino y nuestra vida se convierte así en una dedicación total a Dios viendo a Dios en todas las cosas y en todas las personas de la creación.

La segunda condición es la obediencia. En el desierto, la obediencia al Abba (Padre) o a la Amma (Madre) era fundamental. La autoridad natural de los Abbas y las Ammas se basaba en la sabiduría que poseían, resultado de su propia experiencia vivida en la oración profunda. En lo que respecta a la obediencia para nosotros, solo podemos superar la dificultad que supone ser obedientes en nuestro tiempo cuando entendemos que obediencia realmente significa «escuchar atentamente». Los aspirantes a ermitaños primero tenían que escuchar con atención la Palabra de Dios, tal como la escucharon de las Escrituras especialmente en cuanto a los Mandamientos en forma de Bienaventuranzas y hacer de ella su regla en la vida. En segundo lugar, debían escuchar atentamente a su Abba o Amma, su guía espiritual, cuya sabiduría y compasión los apoyaba y alentaba. Necesitaban abandonar su propia voluntad y dejar atrás sus deseos individuales del ego para permanecer abiertos a escuchar la voluntad de Dios. De la mano de la obediencia va una actitud de humildad: ambas conducirían a dos de las principales virtudes mencionadas en las Bienaventuranzas: no solo la pureza de corazón, al liberarse de los deseos egoístas, sino también la pobreza de espíritu en el sentido de «conocer su necesidad de Dios».

Así, también nosotros necesitamos escuchar con atención el verdadero significado de las Escrituras.  Para ello disponemos de una valiosa disciplina de la tradición benedictina: la “lectio divina”. También debemos escuchar atentamente la enseñanza y la orientación de John Main OSB y Laurence Freeman OSB. Igualmente, es necesario que abandonemos nuestros pensamientos centrados en el ego y confiemos en la intuición interna, nuestra guía divina, la «voz apacible y silenciosa de calma».

Y, finalmente, la estabilidad que vemos expresada en este dicho: «Un hermano en el desierto de Escete fue a pedirle un consejo al Abba Moisés y el anciano le dijo: “ve y siéntate en tu celda y tu celda te enseñará todo»». El énfasis que ponían los Padres y Madres del desierto en la estabilidad tenía el propósito de ayudar a los ermitaños a reducir su inquietud física y mental innata. La evidencia de que los ermitaños encontraban muy difícil el cumplimiento de esta regla de estabilidad lo vemos en los continuos cambios de asentamiento que llevaban muchos de ellos, vagando de un lugar a otro.  Pero como dijo Amma Sinclética: «Si te encuentras en un monasterio (comunidad de ermitaños) no te vayas a otro lugar, porque eso te hará mucho daño. Así como el pájaro que abandona los huevos en los que estaba sentado evita que éstos eclosionen, el ermitaño o la ermitaña se enfría y su fe muere cuando van de un lugar a otro». Del mismo modo, la virtud de la estabilidad significa para nosotros un arraigo en una comunidad; un arraigo en la oración/meditación, en el camino espiritual. Pero, sobre todo, un arraigo en Dios.

Kim Nataraja

sábado

JOHN MAIN OSB - ESCRITOS Y ENSEÑANZAS


 La meditación no está de ninguna manera aislada del significado de nuestra actividad cotidiana. Nuestros momentos establecidos de meditación, nuestra fidelidad al recitar el mantra desde el principio hasta el final de estos momentos, constituyen la esencia de nuestras actividades porque la meditación es nuestra realización del Ser, de la acción pura. La meditación es actividad pura.

Es acción en el sentido de que es el despliegue positivo y deliberado de energía, una ordenación y enfoque de todas las energías que conforman el misterio de nuestra personalidad. No puede ser un estado meramente pasivo, porque lo que es a la vez energético y tranquilo está en el punto más alto de acción, energía incandescente: conciencia. Sabemos esto en una experiencia muy inmediata, la experiencia de perseverar en nuestro viaje hacia la cima de la montaña. La fe que nos exige la peregrinación requiere cualidades nada pasivas como el coraje, la perseverancia y el compromiso.

Fuente: Word Made Flesh. Silence and Stillness in Every Season, página 160

martes

PERDON Y COMPASION

 


Extracto de ASPECTOS DEL AMOR de Laurence Freeman OSB, (Londres: Arthur James, 1997), págs. 73-74.

Cuando nuestro amor se encuentra con el sufrimiento de otras personas y elimina nuestro miedo egocéntrico, ya no pensamos en ellas como «pobrecillas». Pensamos en ellas como si fueran nosotros mismos. No están separadas de nosotros. El significado de la compasión es que reconocemos que lloramos con quienes lloran, morimos con quienes mueren, sufrimos con quienes sufren. Ésta es la compasión de Cristo que ha unido a toda la humanidad en sí mismo.

La única forma de lidiar con la complejidad de las relaciones humanas es la simplicidad del amor. Aprendemos que el amor es la fuerza unificadora en cada relación humana, ya sea una relación con aquellos más cercanos a nosotros o con aquellos que nos han herido, así como en la forma en que nos relacionamos con la humanidad en general: desde la persona de la calle hasta el inmenso sufrimiento que vemos todos los días en las noticias. Aprendemos que es el mismo amor el que nos relaciona con todos ellos. La única forma de hacer frente a la complejidad de las relaciones humanas es la simplicidad del amor. En el amor no juzgamos, no competimos; solo aceptamos, respetamos y aprendemos a sentir compasión.

Para John Main esta visión de la comunidad humana solo es posible gracias al compromiso que hacemos en soledad con la relación más profunda en nuestras vidas, que es nuestra relación con Dios. En ella aprendemos que el amor es la dinámica esencial de cada relación, desde la más informal, la más íntima, a la más antagónica. Es la rutina de nuestra meditación diaria lo que nos revela la universalidad del camino del amor. Por ello, cuando aprendemos a amar a los demás llegamos a una nueva visión de la unidad de la creación y de la simplicidad básica de la vida.

Carla Cooper

domingo

EL PODER DEL SILENCIO - KIM NATARAJA

 La esencia de la meditación es la quietud y el silencio. El silencio es tanto externo como interno. El silencio externo es difícil de encontrar en nuestro mundo actual. Estamos bombardeados por trivialidades y distracciones a través de los medios de comunicación. Erich Fromm lo expresa muy bien en su libro 'Psicoanálisis y Religión' :  "Disponemos de las más extraordinarias posibilidades de comunicación en la prensa escrita, la radio y la televisión [hoy en día también se podría añadir Internet] , y nos alimentan a diario con tonterías que serían ofensivas para la inteligencia de los niños si no fueran amamantados".   Estamos rodeados de ruido y nos hemos acostumbrado tanto a él, que la ausencia de ruido se siente extraña y desconocida, por lo tanto, incluso amenazante. Necesitamos encontrar el coraje para crear momentos de silencio externo en nuestro día, además de nuestros períodos de meditación, donde no hablamos con otros, en persona o por teléfono, donde no escuchamos la radio, la televisión ni música. ¡Sé valiente, apaga la radio, apaga el teléfono y sumérgete en el silencio! Hazlo especialmente en la hora o media hora previa a la meditación.   

La preparación previa a la oración/meditación es importante. No podemos esperar sentarnos a meditar, aquietando la mente, si justo antes hemos estado enfrascados en una conversación —acalorada o no—, viendo la televisión o escuchando la radio. Necesitamos un período de silencio externo antes de sentarnos.  

Pues todo aquello en lo que nuestra alma pensaba antes del momento de la oración [meditación], inevitablemente nos viene a la mente cuando oramos, como resultado de la acción de la memoria. Por lo tanto, debemos prepararnos antes del momento de la oración para ser las personas devotas que deseamos ser. (Juan Casiano) 

El primer paso en la meditación es, por tanto, retirarse activamente al silencio, desprendiéndose de los ruidos externos y de cualquier percepción sensorial:  «Una mente que no se distrae con lo externo ni se dispersa por los sentidos, vuelve a sí misma». (San Basilio)  

Al permanecer en silencio y concentrarnos en nuestro mantra, nos permitimos tomar conciencia del silencio que reside en el centro de nuestro ser. Este silencio no es solo ausencia de ruido, sino una energía creativa que nos permite ser proactivos a partir de nuestros propios impulsos creativos, en lugar de reaccionar a los estímulos externos.  

El silencio interior crea la consciencia que nos falta en la vida cotidiana: “El silencio se trata realmente de estar completamente atentos a quiénes somos, dónde estamos y a lo que sucede dentro y fuera de nosotros… se trata de estar atentamente y en paz, no de forma cohibida, sino simplemente atentos, conscientes”. (Laurence Freeman) 

Sentarse en silencio también sienta las bases de la estabilidad, pisando tierra firme, con raíces espirituales y psicológicas. Este arraigo no solo perdura durante tus sesiones de meditación, sino que se convertirá en una actitud mental. Esto transformará tu vida y te permitirá vivir y actuar permanentemente desde ese profundo centro de silencio en el centro de tu ser, nuestro punto de encuentro con la Divinidad.

sábado

FESTIVIDAD DE SAN BENITO


 La primera vez que entré en un claustro monástico tenía seis años. Acompañaba a mi madre a una entrevista en la escuela benedictina donde recibiría mi educación primaria y secundaria. Sin saberlo, nos adentramos en el claustro, pero cuando un viejo monje que bajaba las escaleras nos vio, reaccionó como si el monasterio hubiera sido incendiado por invasores bárbaros. ¡Una mujer en el claustro!

San Benito reconoce en su Regla que existen diferentes tipos de monjes. Se centra en aquellos que eligen vivir una vida regular en comunidad bajo un abad, pero considera esto como un entrenamiento para una forma más madura de vida solitaria, de la cual también existen muchas formas. Llamó a su Regla “una pequeña regla para principiantes”. Su último capítulo dice que la “plena observancia de la justicia no está contenida en esta regla”. Sin embargo, la Regla benedictina se convirtió en la norma del monacato occidental y ayudó a moldear la iglesia, la educación y todas las principales instituciones de Europa durante un milenio. Los primeros registros de monjes cristianos datan de tres siglos antes de Benito, en Egipto y Siria, y él fue fuertemente influenciado por sus enseñanzas a través de los Padres del Desierto y las Conferencias de Juan Casiano.

Pero existía un vínculo directo entre estas primeras formas orientales del arquetipo monástico y las tierras celtas ya en el siglo V. Especialmente en Irlanda y Escocia, floreció una forma muy diferente de cultura y espiritualidad monástica, hasta que finalmente cayeron bajo el impulso centralizador de Roma y fueron absorbidas.

El monasterio celta era como una pequeña aldea, con fuertes redes familiares y círculos concéntricos de miembros que vivían juntos. Más cerca del oratorio estaban las celdas de los ascetas. Pero todos los niveles de sus miembros eran llamados “monjes”. Este claustro celta más inclusivo daba menos importancia que la Regla de Benito a la estabilidad física. Los monjes irlandeses se convirtieron, como los herederos de Benito harían mucho después, en grandes misioneros y evangelizadores. Los monasterios irlandeses eran centros internacionales de aprendizaje y también famosos por sus grandes santos como Columba, fundador de Iona, y Aidan, fundador de Lindisfarne.

Benito fundó catorce comunidades monásticas laicas en su vida, sin aparente intención de iniciar una “Orden”. De hecho, hasta el día de hoy los benedictinos no forman una orden en el sentido canónico. Benito no era sacerdote y sus monjes rara vez eran clérigos. La clericalización del monacato llegó mucho después. Así que, a pesar de las diferencias entre el monacato benedictino y el celta, tenían más en común que las instituciones monásticas medievales posteriores que ahora forman nuestra imagen estereotipada.

Todo esto es mucho más que un interés de anticuario, porque el espíritu monástico intemporal está hoy desarrollando muchas nuevas expresiones. Estas nuevas ramas del mismo “árbol de la vida” sobre cómo vivir “buscando verdaderamente a Dios” son de inmenso valor potencial para una cultura que ha perdido su conexión con las realidades espirituales y, en consecuencia, se está deshumanizando.

John Main fue un monje del siglo XX que vivió y creyó profundamente en la capacidad de la vida monástica para revivir y renovar el cristianismo y la sociedad. Sus raíces estaban en la tradición irlandesa, su formación en la benedictina. Su vida y enseñanza las integraron de maneras creativas y valientes. Así que, en esta festividad, recordamos lo que ha legado a las futuras generaciones a través de la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana: un “monasterio sin muros”. Hoy lo celebraremos aquí en Bonnevaux como el hogar espiritual de este nuevo tipo de claustro: el claustro del corazón, que la transmisión del don de la meditación cristiana por parte del Padre John ha ayudado a tantos de nosotros a redescubrir y encontrar la paz.

Solo queda un lado del claustro original del monasterio fundado en Bonnevaux hace 900 años. Los otros tres han sido llevados más allá de la vista, hacia el misterio global de Cristo habitando en nosotros.

Feliz festividad de San Benito

Laurence Freeman OSB

JOHN MAIN OSB - ESCRITOS Y ENSEÑANZAS


 La meditación no está de ninguna manera aislada del significado de nuestra actividad cotidiana. Nuestros momentos establecidos de meditación, nuestra fidelidad al recitar el mantra desde el principio hasta el final de estos momentos, constituyen la esencia de nuestras actividades porque la meditación es nuestra realización del Ser, de la acción pura. La meditación es actividad pura.

Es acción en el sentido de que es el despliegue positivo y deliberado de energía, una ordenación y enfoque de todas las energías que conforman el misterio de nuestra personalidad. No puede ser un estado meramente pasivo, porque lo que es a la vez energético y tranquilo está en el punto más alto de acción, energía incandescente: conciencia. Sabemos esto en una experiencia muy inmediata, la experiencia de perseverar en nuestro viaje hacia la cima de la montaña. La fe que nos exige la peregrinación requiere cualidades nada pasivas como el coraje, la perseverancia y el compromiso.

Fuente: Word Made Flesh. Silence and Stillness in Every Season, página 160

domingo

CONOCIMIENTO ESPIRITUAL


 “Salud e integridad”, extracto de una conferencia de Laurence Freeman OSB. “Meditatio Talks Series 2015”  Págs. 27-28.


El conocimiento espiritual se alcanza mediante la atención plena: «Pon tu mente en el Reino de Dios antes que en todo lo demás y todo lo demás vendrá también a ti» (Mt 6,33). El conocimiento espiritual es una forma de percepción que surge del centro de conciencia despierto: «Quédate quieto y sabe que yo soy Dios» (Sal 46,10). Surge de la quietud, no de la actividad intelectual, y está marcado por las cualidades contemplativas del silencio, la quietud y la simplicidad.

El conocimiento espiritual no es lo mismo que la creencia religiosa. La creencia religiosa sin conocimiento espiritual puede ser vacía y estéril. El conocimiento espiritual es el resultado de una atención total que podríamos describir como «una condición de simplicidad completa que cuesta no menos que todo» como lo describió la Madre Juliana de Norwich. Si algo cuesta todo, ¿qué nos queda entonces? Pues “nada”. En las dos parábolas que Jesús utiliza para describir el Reino de los Cielos, el tesoro enterrado en el campo y la perla de gran precio, la persona vende todo lo que tiene, todo, para comprar la perla o el tesoro. Existe esta relación directa entre no tener nada y tenerlo todo; entre la pobreza de espíritu, la primera de las Bienaventuranzas, y el Reino de Dios.

Por eso renunciamos a todo. Y es por eso que en todas las grandes tradiciones místicas términos como nada, vacío, pobreza, describen lo que encontramos en el viaje. “Nada! Nada! ¡Nada!”, dicen San Juan de la Cruz o Juan Casiano: «Por la repetición continua de la palabra de oración renuncias a todas las riquezas del pensamiento y de la imaginación y llegas fácilmente a la primera de las Bienaventuranzas, la pobreza de espíritu». Así, vemos que nuestra meditación está en la misma línea de la sabiduría mística, del conocimiento espiritual.

Carla Cooper

jueves

JOHN MAIN OSB - ESCRITOS Y ENSEÑANZAS


 La meditación requiere generosidad porque lo exige todo. Exige el abandono del deseo y de desear y, de manera positiva, exige una apertura generosa al destino que Dios tiene para nosotros, a Su plan para nosotros, a Su amor por nosotros. Lo que descubres en la meditación es precisamente eso: Su amor por ti.

Muchas personas, cuando oyen hablar sobre la meditación por primera vez, piensan que es algo extraordinariamente seco, intelectual, sin emociones ni afecto. Pero no es ninguna de esas cosas. Es un compromiso y una apertura al amor infinito. Este amor es una poderosa fuente que brota en tu corazón.

El mantra es como la aguja de una brújula. Siempre te dirige hacia el destino que te corresponde. Siempre señala la dirección verdadera que debes seguir, alejándote del ego y acercándote a Dios, y, aunque tu ego te lleve por otros caminos, la brújula siempre es fiel en la dirección que te indica. El mantra, si lo dices con generosidad, con fidelidad y con amor, siempre te señalará la dirección hacia Dios, y solo en Dios puede revelarse nuestro verdadero destino.

Fuente: Word Made Flesh. Silence and Stillness in Every Season, página 46

domingo

EL CAMINO DE LA VERDAD - JOHN MAIN OSB


 “El camino de la Verdad”, extracto de “Sed de profundidad y significado: aprendiendo a meditar” de John Main OSB. Editado por Peter Ng (Singapur, 2007) Págs. 179-181.


Hace un tiempo leí la siguiente narración sobre el dios indio Shiva. “Estaba Shiva sentado junto a su esposa mientras contemplaban el mundo y ella le preguntó: ¿por qué no vas y les concedes la salvación a algunos de tus fieles? A Shiva le pareció muy bien y entonces fueron a un pueblo y se sentaron en el mercado. Se corrió la voz de que el gran profeta estaba allí. Los hombres santos del pueblo fueron hacia donde estaba él. El primero que se acercó le dijo:  “medito ocho horas al día.  En invierno, medito durante dos horas en agua fría. En verano, dos horas al calor. ¿Cuándo obtendré la salvación? Shiva lo miró y dijo: «después de tres encarnaciones más». El hombre se volvió hacia sus amigos sacudiendo la cabeza y diciendo: «¡tres más! ¡Tres más!».


Así fueron acercándose todos ellos. Finalmente, se le acercó un hombrecillo que le dijo: «me temo que yo no hago mucho de todo eso, pero procuro amar a todos los que me rodean y trato de amar también todo lo que hay en la creación. ¿Puedo así obtener la salvación? Shiva se rascó la cabeza pensando y el hombrecillo empezó a ponerse nervioso. Shiva lo miró y le dijo: «bueno, mil encarnaciones más». Y el hombre comenzó a saltar de alegría y se puso a gritar diciendo a todo el mundo : «¡lo conseguiré! ¡Sólo mil!”. Y a continuación estalló en llamas y también lo hicieron Shiva y su esposa. Se convirtieron en una sola llama y desaparecieron. La esposa le preguntó entonces a Shiva: «¿cómo consiguió ese pequeño anciano la salvación de inmediato? ¡Le dijiste mil encarnaciones!”. Shiva respondió: “sí, pero su generosidad anuló mi decisión. Así que fue salvado de inmediato».


Tras la lectura de esta historia de Shiva, leí el Evangelio de Lucas que dice: “Dos hombres subieron al templo a rezar, un fariseo y un recaudador de impuestos. El fariseo se puso de pie y dijo: ‘Le agradezco a Dios que no soy como otros hombres, codicioso, deshonesto, adúltero o, por lo demás, como este recaudador de impuestos. Ayuno dos veces por semana y pago diezmos por todo lo que recibo’. Pero el otro mantuvo su distancia y ni siquiera levantó los ojos al cielo, sino que se golpeó el pecho y dijo: ‘Señor Dios, ten piedad de mí, pecador'» (Lucas 18, 10-14).


La meditación es una forma que seguimos para confiarnos por completo al misterio de nuestra propia existencia. Estar meditando es simplemente estar en el estado de aceptar lo que es, de confiar todo nuestro ser a Dios. En la meditación nos ponemos en la línea ofreciéndonos, abandonando todo lo que somos. Simplemente repetimos nuestra palabra.


La meditación es una entrada a la cercanía de Dios que se encuentra en nuestros propios corazones. Dios responde al anhelo de nuestro corazón con la simple respuesta del amor. Este amor es nuestra esperanza, nuestra confianza inquebrantable en que, sea cual sea la dificultad, sea cual sea el desafío, podemos enfrentarlo con los infinitos recursos que se nos dan. Dios hace todo esto dentro de nosotros en silencio si permitimos que el misterio nos abarque. La calidad que requerimos para este trabajo es la simple aceptación de todo lo que es: confianza.


Carla Cooper

sábado

¿PUEDO CAMBIAR MI MANTRA? - KIM NATARAJA

 


En el cristianismo, orar repitiendo una o varias frases establecidas ha sido una práctica muy arraigada a lo largo de los siglos; basta con pensar en el Padrenuestro, el Avemaría, el Gloria y la Oración de Jesús en la tradición ortodoxa. Casiano, quien recopiló todas las enseñanzas de los Padres y Madres del Desierto del siglo IV, recomendó la frase de los Salmos: «Oh Dios, ven en mi ayuda; oh Señor, date prisa en socorrerme». San Francisco fue escuchado por su primer seguidor orando toda la noche repitiendo «Deus meus et omnia» (Dios mío y mi todo). Se dice que San Agustín utilizó la frase «Noverim me, noverim te» (Que me conozca a mí mismo, para que pueda conocerte a ti). La filósofa y mística francesa del siglo XX, Simone Weil, solía recitar el Padrenuestro en griego. Otros mantras que se han sugerido son la palabra aramea para Padre “Abba”, “Paz”, Kyrie Eleison y Veni Sancte Spiritus; de hecho, cualquier otra frase de significado espiritual para un cristiano. 

Sin embargo, al elegir un mantra, es mejor seguir el consejo de tu maestro. John Main prefería usar «Maranatha» como mantra. Lo recomendaba por tres razones: primero, porque era una oración en arameo, el idioma que hablaba Jesús, que significaba «Ven, Señor» o «El Señor viene»; segundo, porque es, aparte del «Padre Nuestro», la oración cristiana más antigua que se conoce. (La primera carta de San Pablo a los Corintios está escrita en griego, pero la termina con el arameo «maranatha», lo que demuestra lo bien conocida que era esta oración entre los primeros cristianos). Y tercero, tiene la ventaja de que no nos evoca asociaciones, por lo que no nos hará pensar fácilmente.  

La razón principal para usar una oración, un mantra, es despejar la mente de cualquier otro pensamiento y enfocarla con amor y concentración en la Divinidad. Comenzamos recitando el mantra mentalmente, luego, tras un rato, nos damos cuenta de que lo estamos escuchando y, con el tiempo, pasamos completamente de la mente al corazón, y el mantra resuena en el centro de nuestro ser. Este proceso natural no ocurriría si cambiáramos constantemente de mantra. 

Laurence Freeman describió el efecto del mantra con las siguientes palabras: 

Hace un tiempo, estaba en un concierto. Mientras esperábamos a que empezara, escuché cómo la orquesta empezaba a afinar. Era uno de los sonidos más discordantes que he escuchado. Cada instrumento tocaba a su manera, en total desarmonía. Entonces, el oboe, un instrumento pequeño y silencioso, empezó a tocar y todos los demás afinaron en su nota. Y poco a poco, la desarmonía se fue calmando. Luego se hizo el silencio y comenzó el concierto. Me parece que el mantra se parece mucho a ese pequeño oboe. En la meditación, el mantra armoniza todas las partes de nuestro ser, una a una, poco a poco. Y cuando estamos en armonía, somos la música de Dios. 

Por eso es muy importante que permanezcamos con el mismo mantra, para que pueda enraizarse en nuestro ser y tener ese efecto armonizador.

viernes

JOHN MAIN - ESCRITOS Y ENSEÑANZAS


 La meditación es aprender a ser conscientes de Su presencia dentro de nosotros. Es Su presencia en nosotros la que nos enseña que cada uno de nosotros se completa por el poder de Su amor y, si podemos entrar en contacto con esas profundidades dentro de nosotros, descubrimos que no somos solo personas aisladas. Cada uno de nosotros, en este misterio de Cristo que habita en nuestros corazones, está llamado a amar y ser amado más allá de toda división.


Ahora bien, ¿por qué meditar? La clave es el principio esencial de armonía que se encuentra dentro de nosotros. Ese principio es el Espíritu, el Espíritu de Cristo, y la meditación es simplemente la forma de enfocar, no solo nuestra atención, sino nuestras vidas, en ese principio de armonía, de unidad, de amor.


Es esencial, para tomarse el viaje en serio, meditar cada mañana y cada noche. No hay atajos. No hay misticismo instantáneo, pero sí existe la realidad de la peregrinación hacia tu propio corazón y, en la meditación, no se te pide que aceptes la experiencia de otra persona de segunda mano, ni siquiera el testimonio de los apóstoles o de San Pablo. Cada uno de nosotros está invitado a explorar estas profundidades, a entrar en contacto con el Espíritu de Cristo por nosotros mismos, a partir de nuestra propia experiencia, y en ese proceso llegar a ser completamente real, completamente la persona que estás llamado a ser. En ese proceso, viviendo desde el poder de Cristo, toda división es trascendida.


Fuente: Word Made Flesh. Silence and Stillness in Every Season, página 161

martes

CONCIENCIA


 Terminé la semana pasada con la cita de la Carta a los filipenses (2,5): “la conciencia que estaba en Cristo también está en nosotros”. Pero ¿qué entendemos por conciencia? Y, sobre todo, ¿qué entendemos por la conciencia de Cristo?


Recuerdo una cita que leí hace años del psicólogo británico Stuart Sutherland, que decía: “La conciencia es un fenómeno fascinante pero difícil de alcanzar. No se ha escrito nada que realmente merezca la pena leer al respecto”. Desde entonces se han realizado diferentes investigaciones. En particular, las realizadas por Francis Crick (famoso por el estudio de la estructura del ADN) sobre la conciencia visual, pero eso es solo una pequeña parte de todo el campo. Recientemente se han realizado algunas investigaciones para mostrar el efecto que tiene la meditación sobre el cerebro, como veíamos cuando he citado comentarios del libro de mi hija, la Dra. Shanida Nataraja, “El cerebro dichoso”. Vimos la enorme importancia del efecto que tiene la atención en ciertas áreas del cerebro.  La atención focalizada en un punto “apaga” el área cerebral donde se producen los pensamientos, las imágenes y los sueños. En otras palabras, se suprime una de las funciones del ego. También tuvo efecto sobre otra área del ego que se relaciona con la respuesta emocional: la fuerte respuesta de supervivencia de «huir o luchar» se transformó en una reacción de aceptación, relajación y serenidad.


El efecto más interesante para el tema de la conciencia es el efecto que la atención tiene sobre la corteza parietal. Esta zona cerebral tiene a su vez dos áreas importantes: la corteza de asociación de orientación y la corteza verbal-conceptual. La primera está asociada con la orientación en el tiempo y el espacio y la creación de límites: uno mismo/los demás y el mundo de los opuestos, mientras que el segundo confiere la capacidad de transmitir nuestra experiencia en palabras. Por tanto, vemos que se trata de dos áreas que se relacionan con cualidades del ego. La atención focalizada en un punto genera una disminución de la actividad de la corteza parietal, por lo tanto, conduce a una disminución de ambas habilidades. Esto explica por qué perdemos el sentido de nuestra identidad aislada disolviendo la percepción del tiempo y del espacio y unificando todos los opuestos, lo que nos lleva a un sentimiento de conexión con todos y con todo lo que nos rodea y, al mismo tiempo, a la incapacidad para explicar esta experiencia claramente a los demás.


La importancia de esta secuencia de los efectos de la atención plena en diferentes partes del cerebro es que la iniciativa para estos cambios se deriva de nuestra conciencia actual y de nuestra voluntad: estamos llevando deliberadamente al cerebro a un modo diferente de percepción al concentrar nuestra atención en un punto. Es interesante ver cómo nuestra conciencia del ego, con sus necesidades de supervivencia en este plano material, está codificada dentro de los circuitos del cerebro, pero puede ser ignorada temporalmente. Al pasar por alto el ego, nos abrimos a la parte de nuestra conciencia que todo lo abarca. La conciencia que está basada en la intuición y en una experiencia contextual mucho más amplia. Esto es lo que reconocemos como nuestro «verdadero yo» y es esta parte de nuestro ser la que nos permite vincularnos con la conciencia de Cristo y, por lo tanto, con la Realidad Divina. Al acceder a esta dimensión de nuestro ser total, «limpiamos las puertas de la percepción y vemos la realidad tal como es, ¡infinita!» (William Blake). De hecho, volvemos a nuestra naturaleza original que está entrelazada con el resto de la creación y del Todo universal.


Sin embargo, esto no explica qué es la conciencia misma. Realmente no sabemos qué es, pero sí podemos ver sus efectos. El problema es que la conciencia no es un objeto que podemos poner a prueba en un laboratorio: estamos tratando con algo que solo se puede experimentar y hemos visto la dificultad que tiene verbalizar esta experiencia. Al final, la respuesta al problema de la conciencia sigue siendo la misma que Sócrates dio hace tanto tiempo: «Solo sé que no sé nada».


Todo lo que la tradición mística puede hacer es insinuar cómo es esa experiencia y, para ello, necesita dar muchas descripciones: “estar envuelto en el amor”, ”estar rodeado de luz”, “sentirse uno con todo lo que nos rodea”. Son muy pocas las descripciones que nos han llegado. Pero sí podemos deducir que el factor común a todas ellos es un sentido intuitivo de unidad con el Cosmos acompañado de sentimientos de admiración y reverencia. Jesús mismo también tuvo que recurrir al uso de metáforas y parábolas para tratar de explicar su propia experiencia del Reino de los Cielos, la experiencia de la Presencia Divina.


Todo lo que podemos hacer es perseverar con fidelidad y compromiso en nuestra disciplina de meditación que, en diferentes momentos del viaje espiritual, nos dará una idea de lo que nos espera hasta que hayamos purificado totalmente nuestras emociones y entremos en la Presencia de lo Divino con más frecuencia. Pero nosotros, como Jesús después de la Transfiguración, tendremos que bajar de la montaña en un servicio amoroso a los demás.


Kim Nataraja

viernes

JOHN MAIN OSB, ESCRITOS Y ENSEÑANZAS


 La oración cristiana tiene la cualidad esencialmente dinámica del misterio de Jesús mismo porque es un encuentro y una entrada en la persona de Jesús, quien es el camino hacia el Padre. La peregrinación cristiana es un giro, una conversión, un seguimiento de Cristo y un viaje con Cristo. Nunca es complaciente ni autosuficiente. Y su percepción esencial es que nuestro significado pleno está más allá de nosotros mismos. La salvación, dentro de esta terminología, es estar en el Camino, estar orientado hacia el poder dinámico de Jesús y ser llevado en él hacia el Padre. La salvación es entrar en el reino de los cielos que está dentro de nosotros.


Uno de los grandes peligros de la peregrinación es que hablamos tanto de ella y nos imaginamos tan hábilmente estar en ella que en realidad no la recorremos, no ponemos un pie delante del otro. Les he hablado de este peligro con suficiente frecuencia. Es la pax perniciosa, mera religiosidad o «flotar en el cuerpo». Todos necesitamos continuamente esa cualidad de la que habla San Pablo en I Tesalonicenses, la cualidad de hippomone, a veces traducida como paciencia, a veces como resistencia, pero mejor aún, me parece, como fortaleza. Esta es la valentía para mantenerse en el Camino con una fidelidad creciente a nuestras meditaciones diarias, momentos en el día en los que dejamos explícitamente todo de lado para entrar en el viaje del Señor con nuestra plena atención.


Fuente: Word Made Flesh. Silence and Stillness in Every Season, página 170

SABIDURIA DIARIA, 13 JUNIO 2025

 


Una de las frases típicas de los monjes del desierto se escucha cuando un monje joven se acerca a un anciano, una madre o un padre espiritual, y le dice: «Dame una palabra que me permita vivir». Encontramos esto a menudo en las «Conferencias de los Padres» que Juan Casiano escribió a principios del siglo V tras dejar Egipto para llevar la sabiduría del desierto, incluyendo la meditación, a Occidente. Llegó a Marsella, no muy lejos de Bonnevaux, y fundó un monasterio compuesto por hombres y mujeres. Su obra ofreció el orden de la sabiduría en una época descontrolada, anárquica y de desintegración social, no muy diferente a la nuestra. Nosotros también necesitamos buscar palabras de sabiduría.

Sabiduría de la degustación, Laurence Freeman OSB