miércoles

 Extracto de “Queridos Amigos” de Laurence Freeman OSB, Newsletter de Meditación Cristiana (Vol. 35, Núm. 2, Julio 2011, pág. 5).


Todos buscamos algo. Algunos tienen un claro sentido de ello o, al menos, una conciencia, un despertar consciente de aquello que les falta. Pero la mayor parte del tiempo y para la mayoría de nosotros, se trata de un dolor sordo, un vago anhelo que perdura en nosotros, tanto en los buenos momentos como en los difíciles. “Mi alma está inquieta, hasta que descansa en ti”, fue la expresión de San Agustín para describir este anhelo de plenitud, de la resurrección que trasciende el ciclo de nacimiento y muerte del deseo. Visto de esta manera, este anhelo no es una aflicción sino un don, porque cuando lo reconocemos, encontramos el recodo que conduce al camino espiritual. En nuestra cultura actual, condicionada desde la infancia por el consumismo, esta comprensión del deseo debería ser el centro de todo sistema educativo religioso.

Las tiendas de libros están repletas de los últimos consejos sobre autoayuda. En las listas de bestsellers aparecen libros sobre temas como el manejo de la autocrítica, la expresión de los sentimientos, el desarrollo de una vida equilibrada, la alimentación saludable o la importancia del ejercicio. La mejor temática que conozco se encuentra en un libro que no encabeza ninguna de esas listas y cuya edición no se ha agotado en 1500 años. En la Regla de San Benito, el cuarto capítulo habla sobre los “instrumentos de las buenas obras”: setenta y cinco breves declaraciones que describen los “instrumentos del trabajo espiritual” que, cuando se aplican de verdad, conducen a la realización trascendente de las promesas de Cristo: “Ni ojo vio, ni oído oyó lo que Dios ha preparado para los que le aman”.

Los instrumentos comienzan con los diez mandamientos porque la vida moral es el fundamento del camino contemplativo. A continuación vienen las obras corporales de misericordia, el mínimo esfuerzo que se espera que hagamos por el bienestar de los demás. Luego describe la protección del corazón contra los pensamientos de ira, venganza o engaño. Mientras vivió en comunidad, San Benito comprendió la importancia de ejercitar el sentimiento de amor hacia los enemigos y cómo el autocontrol del lenguaje y de nuestros hábitos físicos ordinarios, facilita esta práctica cristiana básica. La atención consciente nos ayuda a mantener la muerte ante nuestros ojos y promueve un nivel más profundo de paz y alegría. La tentación del egoísmo espiritual también es descrita en los consejos de Benito y es compensada por el continuo anhelo de plenitud de vida.

Estas herramientas para la realización de buenas obras son también una forma de cuidarse a sí mismo. Toda forma de cuidado es una energía de fe, puesto que quita la atención de los propios deseos y sentimientos y los transfiere a un bien superior. Por tanto, es una forma de trascendencia. Se prolonga en el tiempo, lo que prueba su autenticidad y sinceridad. Es por ello, un camino de transformación en el que cambiamos al perseverar en un acto de fe.

Todos los instrumentos descritos por Benito, incluido el cuidado de uno mismo, están definidos para desarrollar y liberar nuestra capacidad de amar. La repetición del mantra unifica muchas formas de cuidado. Las concentra en el centro del corazón donde habita el amor de Dios.

Carla Cooper

 

Traducido por WCCM España

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