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 Extracto de “Queridos Amigos”, escrito por Laurence Freeman OSB en la Newsletter de la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana (Invierno 2001).

 

Nuestra propia santidad debe realizarse antes de que podamos conocer el Todo en el que está nuestro ser y al que realmente pertenecemos. El gran error (y el pecado del clericalismo) es pretender la comprensión de lo universal antes de llegar al conocimiento de uno mismo. Tratar de entender lo universal, hablar sobre ello y querer controlarlo, son señales de que aún no hemos sido infundidos por ello.

 

¿Qué significa "universal"? Jesús lo expresó como la naturaleza del amor divino que se concede imparcialmente a todo lo que es. Igual que el sol brilla tanto en lo bueno como en lo malo. Esto significa que Dios está más allá de la moralidad humana. Dios nunca lucha de mi lado contra los demás. Como la lluvia, el amor divino cae sobre los inocentes y los malvados. Eso significa que la justicia de Dios está más allá de cualquier intento humano por ser justo. Se trata de un amor que une al cazador y a la víctima. En primer lugar, necesitamos experimentar esta universalidad según se cierne sobre nosotros. Entonces reduce el ego. Nos simplifica. Nos eleva por encima de la complejidad de nuestras vidas al derramarse por todo nuestro ser, desde el centro más profundo. Sólo entonces estamos realmente despiertos.

 

La paz no se logra arrancando y destruyendo el mal. Cuando nos damos cuenta de nuestros pecados -ira, orgullo, avaricia, lujuria- el intento de destruirlos degenera fácilmente en rencor hacia nosotros mismos. Después de todo, ¿si no podemos amarnos a nosotros mismos para qué molestarse en amar a los demás? Mejor que destruir los defectos es trabajar pacientemente para instaurar las virtudes, un trabajo mucho más lento y menos dramático pero mucho más eficaz. Y evitando los peligros de una hipocresía religiosa y de una falsa rectitud, crearemos un desarrollo de la personalidad mucho más amoroso.

 

Ocultas entre todas nuestras faltas -nuestra capacidad para el mal- también se encuentran las semillas de muchas virtudes. Es posible que el terrorista tuviera la semilla de la justicia dentro de él antes de verse apoderado del sentimiento de ira y del delirio de creerse instrumento de la ira de Dios. Cuando nos declaramos la guerra a nosotros mismos (muchos de los fanáticos religiosos más grandes se han negado a sí mismos) corremos el riesgo de provocar unos daños colaterales enormes: la destrucción de nuestras propias semillas de virtud. Todo tipo de violencia es un crimen contra la humanidad porque priva al mundo de una bondad desconocida.

 

El primer paso para implantar las virtudes que acabarán por dominar los pecados es establecer la virtud fundacional de la oración profunda y regular. A través de este silencioso ritmo de oración, la sabiduría penetra lentamente en nuestra mente y en nuestro mundo. La sabiduría es el poder universal que hace aflorar el bien del mal. Como dice el libro de la Sabiduría, "la esperanza para la salvación del mundo está en el mayor número de sabios". Los sabios saben distinguir el autoconocimiento de la obsesión por uno mismo, el desapego de la dureza del corazón y la rectitud de la crueldad. No hay reglas para la sabiduría. Las reglas nunca pueden ser universales. Sin embargo, la virtud sí lo es.

 

Carla Cooper

 

Traducido por WCCM España

 

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