Si uno dice: "Amo a Dios" y odia a su hermano, es un mentiroso. Porque quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Este es el mandamiento que tenemos de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano.
(1 Juan 4:20-21)
Aclaremos lo que dice Juan, que es que no podemos amar a Dios ni al prójimo. Amamos a los dos o a ninguno...
En la meditación desarrollamos nuestra capacidad de volver todo nuestro ser hacia el Otro. Aprendemos a dejar que nuestro prójimo sea lo que es, así como aprendemos a dejar que Dios sea. Aprendemos a no manipular al prójimo sino a respetarlo, a respetar su importancia, la maravilla de su ser; en otras palabras, aprendemos a amarlo. Precisamente por eso, la oración es una gran escuela de comunidad. Con ya través de un común fervor y perseverancia en la oración, realizamos la verdadera gloria de la comunidad cristiana como fraternidad de personas consagradas que viven juntas en profundo y amoroso respeto mutuo.
Extracto de EL CORAZÓN ARDIENTE: Lectura del Nuevo Testamento con John Main, ed. por Gregory Ryan (Londres: Darton, Longman + Todd, 1996), pág. 77.
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