Extracto del libro “Hambre de profundidad y sentido” de John Main OSB, (Singapur: Medio Media, 2007) Pág. 163-4.
El místico hindú, Sri Ramakrishna, que vivió en Bengala en el siglo XIX, solía describir la mente como un enorme árbol lleno de monos saltando de rama en rama, en un incesante alboroto de ruidos y movimientos. Cuando se comienza a meditar, se comprueba que ésta es una descripción perfecta de lo que ocurre en nuestra mente con su constante torbellino de pensamientos e imágenes. La oración no pretende cubrir esta confusión con otra charla más. La tarea de la meditación es llevar esta mente distraída y agitada hacia la quietud, el silencio y la concentración, para llevarla a su verdadera función. Este es el objetivo que nos ofrece el siguiente salmo: “Permanece quieto y sabrás que soy Dios” (46,10).
Para lograr este objetivo utilizamos un recurso muy sencillo. San Benito alentó a sus monjes, ya en el siglo VI, a que leyeran las Conferencias de Juan Casiano. Casiano recomendaba a todo el que quisiera aprender a rezar y deseara orar de forma continua, repetir una breve oración o frase una y otra vez. En la Décima Conferencia insta a practicar este sencillo método de repetir de forma constante un versículo como la mejor manera de eliminar las distracciones y toda la charlatanería de los monos de nuestra mente y, así, poder descansar en Dios.
La quietud en alerta no es un estado de consciencia que nos resulte familiar a la mayoría de los occidentales. Tendemos a estar relajados o alerta. Rara vez se dan ambos estados a la vez en la mayoría de nosotros. Sin embargo, en la meditación experimentamos que podemos sentirnos totalmente relajados y totalmente atentos al mismo tiempo.
Esta quietud no es la quietud del sueño, sino más bien una concentración despierta.
Si observamos el trabajo de un relojero en el momento en que va a realizar un movimiento preciso con sus finas pinzas, comprobaremos con qué quietud y atención permanece mientras examina el interior del reloj con su lente. Su quietud es manifestación de una intensa concentración, de encontrarse absorto en su tarea. Igualmente en la meditación nuestra quietud no es un estado de simple pasividad sino un estado de total apertura a la maravilla de Dios, en quien reposa nuestro ser, y de la plena conciencia de que somos uno con Él.
Carla Cooper
Traducida por WCCM España
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