La meditación siempre ha sido vista como una forma de visión. A menudo ha sido descrita como el proceso mediante el cual abrimos los ojos del corazón y aprendemos a ver con amor. La mejor analogía para ello es la analogía de enamorarse. La persona amada sigue pareciendo la misma para todos los demás, pero cuando amamos a alguien profundamente y sin reservas, lo vemos bajo una nueva luz. Su más mínimo gesto puede transmitirnos lo que nadie más puede ver. Enamorarse es una experiencia tan importante y profunda para todos nosotros porque nos saca de nosotros mismos y nos lleva más allá, hacia la realidad del otro. La meditación profunda es del mismo orden.
Abandonamos nuestra visión aislada de la vida y aprendemos, en el silencio y la disciplina de nuestra meditación diaria, a viajar más allá de nuestras propias limitaciones hacia el océano ilimitado del amor de Dios. Al entrar en el silencio, al abrir los ojos del corazón a la luz de lo infinito, comenzamos a ver con una nueva visión y vemos con una nitidez y agudeza de visión que es sorprendente y con una profundidad que es embriagadora.
Fuente: Word Made Flesh. Silence and Stillness in Every Season, página 202
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