Juan Casiano, siguiendo los pasos de Evagrio, enfatizó la importancia tanto de la libertad moral, la responsabilidad personal, como del trabajo de la gracia. Esto contrasta fuertemente con el pensamiento de San Agustín, quien consideraba que solo era necesaria la gracia para alcanzar la salvación. San Agustín estaba de acuerdo con Atanasio. Aceptó el punto de vista teológico de que había un abismo infranqueable entre Dios y la creación. Esto chocaba, por tanto, con la visión más positiva de la naturaleza humana sostenida por los monjes «origenistas» a los que pertenecía Casiano, quienes consideraban que la creación de Dios, incluida la humanidad, es esencialmente buena. Según Casiano, los seres humanos han sido hechos a «imagen» de Dios y, por lo tanto, tienen la libertad de decidir llevar una vida de práctica, purificación y oración que les permita recuperar, con la ayuda de la gracia, esa «semejanza» con Dios.
La teoría de Agustín del «pecado original» infería que la humanidad no tenía potencial para elegir si pecar o no pecar y que de hecho era incapaz de alcanzar personalmente la salvación. Así, los seres humanos dependían enteramente de la gracia de Dios, ayudados por un liderazgo firme de la Iglesia. Este énfasis en la pecaminosidad básica de la humanidad desde la caída de Adán y Eva causa un sentido permanente de indignidad y culpa y elimina cualquier sentido de responsabilidad personal en la salvación. Desde este punto de vista, por lo tanto, no tiene sentido purificar las emociones; todo lo que se necesita para lograr la salvación es una fe fuerte y confianza en Dios. La visión de San Agustín, como suele ser el caso, se basó en gran medida en sus propias experiencias y percepción de la realidad. Su incapacidad para controlar sus propios impulsos básicos, especialmente su sexualidad, le hizo llegar a la conclusión de que todos eran igualmente impotentes para controlar sus compulsiones.
Casiano fue de hecho el portavoz de muchos monjes que estaban molestos por la negación de Agustín de la validez moral de la «praxis» con la que estaban comprometidos. Destaca el papel de la elección basada en el libre albedrío humano y, al mismo tiempo, confirma la necesidad de la gracia. A sus ojos, el comportamiento de Adán y Eva no hace que toda la humanidad se vuelva esencialmente pecadora sino que, por el contrario, su papel se ve como una advertencia para no abusar de nuestro libre albedrío, nuestra capacidad de elegir. Casiano considera que el alma no está indefensa y puede dar el primer paso: el hijo pródigo y el ladrón en la cruz son citados por él como ejemplos.
En la XIII Conferencia dice: “Por consiguiente, siempre queda en el ser humano un libre albedrío que puede o bien descuidar o bien amar los dones de la gracia. La gracia de Dios siempre obra junto con nuestra voluntad en favor del bien, ayudándola en todo y protegiéndola y defendiéndola, de modo que a veces incluso exige y espera de ella ciertos esfuerzos de buena voluntad, no sea que parezca otorgar sus dones enteramente a quien está dormido o relajado en su pereza”.
Hemos visto cómo John Main estuvo de acuerdo con los primeros Padres de la Iglesia Clemente y Orígenes en que “el Espíritu Santo habita dentro de cada uno de nosotros de tal manera que todos somos, literalmente, templos de santidad. Sabemos entonces que compartimos la naturaleza de Dios” (John Main).
El punto de vista de Agustín, por tanto, estaba totalmente en desacuerdo con Casiano y John Main. La espiritualidad celta también difería de la opinión de Agustín. Como dice un experto en espiritualidad celta, J. Philip Newell: “La doctrina de Agustín enfatizó la depravación humana total junto con la creencia de que la creación es básicamente defectuosa. La gracia de Dios fue vista por encima y en contra de la naturaleza, no como la restauración de la humanidad y la creación a su bondad natural dada por Dios. Sin embargo, el cristianismo celta “continuó haciendo énfasis en la imagen de Dios en el corazón de los seres humanos y su convicción de la bondad esencial de la creación».
Dado el trasfondo familiar celta de John Main, su resonancia con las ideas de los primeros Padres de la Iglesia y Juan Casiano como representante de las enseñanzas del desierto, no es sorprendente que lamentara la prevalencia de la opinión de San Agustín, incluso en nuestro tiempo. El resultado de esto fue en su opinión que hombres y mujeres modernos “han perdido el apoyo de una fe común en su bondad esencial, en su integridad interior y en la conciencia del potencial del espíritu humano, en lugar de las limitaciones de la vida humana». Sentía firmemente que «la meditación es un proceso de liberación: debemos liberar estas verdades en nuestras vidas».
La experiencia proveniente de la oración contemplativa profunda nos haría experimentar la unidad de lo Divino, la creación y la humanidad: “La oración es la vida del Espíritu de Jesús dentro de nuestro corazón humano. Solo hay una oración, la corriente del amor entre el Espíritu de Jesús Resucitado y su Padre, en la que estamos incorporados todos”.
Kim Nataraja
No hay comentarios:
Publicar un comentario