Si queremos abrazar la eternidad de la plenitud del ser (el «Yo Soy» de Dios), primero debemos afrontar la dura realidad de la impermanencia y del vacío. La tentación es siempre la de reducir la atención y hundirnos en un grado inferior de conciencia, incluso quedarnos adormecidos. Buda nos advirtió del peligro de nublar la mente en cualquier etapa del viaje con sustancias tóxicas, excitantes o sedantes. Jesús nos instó a mantenernos completamente conscientes: “Estad en alerta, permaneced despiertos. Pues no sabéis cuándo llegará el momento. Estad despiertos porque no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa. Por la tarde o a medianoche, al canto del gallo o de madrugada. Si llega de pronto no debe encontraros dormidos. Y esto se lo digo a todos: manteneos despiertos” (Marcos 13, 33-37).
En la Carta a los Efesios, Pablo dice que este estado de vigilia nos conduce hacia los «poderes espirituales de la sabiduría y la visión» y a la gnosis, el conocimiento espiritual. Aún teniendo una fe sólida, la triste sensación de separación y vacío no se disipa de inmediato. El muro del ego puede sentirse como un obstáculo insuperable, un callejón sin salida que no nos deja escapar. Pero, como nos recuerda la resurrección, lo que parece y se siente como el final no lo es. Al enfrentar nuestro egoísmo arraigado y reconocer su lenta muerte, la meditación nos ayuda a verificar nuestra propia resurrección en nuestra propia experiencia.
La ley de la naturaleza inferior, del karma y de la dominación del ego limitante, permanece hasta que de pronto de abre una grieta en la pared. Primero se retira un ladrillo, como si lo hiciera una mano invisible, y vislumbramos una perspectiva más allá de todo lo que habíamos imaginado o éramos capaces de conocer previamente. Es una experiencia y, sin embargo, se conoce de una manera diferente a todo lo que habíamos experimentado antes. Ya no somos la persona meramente aislada que pensábamos que éramos. La vida ha cambiado irreversiblemente. Vivimos y, sin embargo, como San Pablo, ya no vivimos.
Soy porque no soy.
Carla Cooper
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