La conversión espiritual está fuera de nuestro control. Este cambio pleno de consciencia no puede lograrse mediante nuestro esfuerzo ya que lo recibimos como un don de la gracia divina.
A menudo, el viaje espiritual se presenta de forma lineal, silenciando primero el cuerpo y después la mente, para que pueda ser alcanzado por la gracia del espíritu. Sin embargo, no se trata de etapas progresivas, sino de niveles simultáneos, que se superponen y que van profundizando. Nos movemos a través de ellos, como en una espiral y nos permiten vislumbrarlos a medida que practicamos el silencio.
Como hemos visto en textos anteriores, es frecuente que al comienzo de este viaje espiritual sintamos una profunda y súbita comprensión, un recuerdo de nuestra verdadera naturaleza, un vislumbre de una dimensión más amplia y un alejamiento de la preocupación por la realidad superficial. Recordemos que la “Luz” ya habita en nosotros. Ya estamos “iluminados”. “Procedemos de la Luz, del lugar donde la Luz tuvo su origen por sí misma, donde habitó. Somos sus hijos” (Evangelio 50 de Tomás). Los primeros Padres de la Iglesia llamaron a esto el momento de la “conversión” o “metanoia”, un cambio de corazón y mente, una conversión perspicaz que permite que la memoria de nuestro verdadero "yo" se vaya manifestando con mayor claridad a lo largo del tiempo.
Esto nos permitirá superar el umbral entre los diferentes niveles de percepción. Cuando entramos en nuestro ser interior, nuestro Ser, a través de la meditación, dejamos atrás nuestra inteligencia racional, nuestras emociones y nuestras percepciones de los sentidos y actuamos puramente desde una facultad superior a la razón: nuestra inteligencia intuitiva. Éste es nuestro vínculo y vía de comunicación con lo Divino. El "yo" deja de verse afectado por los acontecimientos externos de nuestra vida y es libre para ayudarnos con sus intuiciones y visiones. Estas percepciones pueden llegarnos después del silencio de la meditación, en los sueños y a través de otras formas que nuestro yo espiritual encuentra para llegar a nosotros.
El impulso para llegar a la “metanoia” es con frecuencia un momento de crisis o un acontecimiento importante que sucede en cualquier etapa de nuestra vida en el que la realidad, aparentemente segura e inmutable en la que vivimos, de pronto es sacudida de forma desconcertante. Por ejemplo, al sentir el rechazo de alguna persona o grupo, al enfrentarnos a un fracaso o a la pérdida de nuestra autoestima, o cuando perdemos un puesto de trabajo o nuestra salud empeora de repente. El resultado de este acontecimiento puede ser el rechazo a aceptar el cambio, o caer en un estado de negatividad, desconfianza y desesperación.
También puede ocurrir que al comprobar que la realidad no es tan inmutable como nos creemos, nos enfrentemos al desafío de mirarnos a nosotros mismos, nuestro entorno, nuestras opiniones y nuestros valores con ojos diferentes.
En ese momento, se rompe la cadena formada por todos nuestros condicionamientos, pensamientos, recuerdos y emociones y así nos sentimos libres, sin obstáculos, en el Aquí y Ahora, en el momento eterno. Entonces, por un instante, somos capaces de ver la Realidad tal como es. El significado de esta percepción lo vemos en la experiencia de María Magdalena. Después de la crucifixión de Jesús, ella se acerca a la sepultura y la encuentra vacía. Se angustia y se ve envuelta por su propio dolor y tristeza. Cuando Jesús se aparece ante ella, está tan abrumada por su dolor que no puede ver la realidad. Ella no reconoce a Jesús y cree que es el jardinero. En el momento en que Jesús la llama por su nombre, se rompe su visión nublada de la realidad -condicionada por sus emociones- y ve a Jesús, ve la verdadera realidad.
No siempre este momento es tan dramático. Nuestra conciencia perceptiva varía mucho de unas personas a otras y también de un momento a otro. Hay personas que han experimentado un momento de “trascendencia”, una conciencia de una realidad diferente, una huida de la prisión del “ego”, mientras escuchaban una hermosa pieza de música, leían una bella poesía o se embelesaban con una obra de arte.
Otras personas quizá nunca han sido plenamente conscientes de estos momentos de discernimiento y, sin embargo, en algún nivel de percepción siempre han estado “despiertos” a la existencia de una realidad superior y, sin saberlo, están cada vez más en sintonía con esta realidad. Es frecuente que al iniciarnos en la meditación experimentemos un sentimiento de paz y alegría que comienza a burbujear dentro de nosotros. Momentos como estos, en los que nos liberamos de la autopreocupación, son dones divinos.
Kim Nataraja
Traducido por WCCM España
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