Todos cuantos vivimos en el hemisferio norte vamos acercándonos al solsticio de invierno, momento del año en el que el sol está en su punto más bajo, por ello el día 21 de diciembre es el día más corto. “Nadir” proviene de una palabra árabe que significa "opuesto", haciendo referencia en astronomía, al término opuesto “cenit”, que es el punto más alto en la esfera celeste. Lo bueno que tienen los opuestos es que cuando llegamos al final de uno, a continuación, el otro se va acercando hacia nosotros. Esto es lo que vivimos durante el Adviento.
Para los habitantes del hemisferio sur, esa misma fecha será el día más largo. A partir de este punto, los días se irán volviendo más luminosos y más largos, en el primer caso y más oscuros y más cortos, en el segundo. Cuesta creer que en pleno invierno del hemisferio norte, realmente los días se vayan haciendo más largos a partir de esa fecha. Pero lo son y debemos creerlo. Del mismo modo nos sucede en la revolución cíclica que existe en nuestras vidas. Así, los ascensos originan nuevos comienzos y los periodos de oscuridad y desesperanza dan paso a nuevos amaneceres. Todo lo que debemos hacer es mantener el rumbo, perseverar pacientemente y la transformación ocurrirá. Como dijo un rabino: “Dios no espera de nosotros que seamos perfectos, pero nos pide que no nos rindamos”.
San Juan dice que “Dios es luz y en Dios no existe la oscuridad” (Juan, 1 1-5). La paradoja divina donde los opuestos se unen, es una visión cristiana fundamental. Por cada declaración que hagamos acerca de Dios, debemos permitir lo contrario. Tendemos a rechazar rápidamente cualquier elemento negativo o de confrontación, pero esta impaciencia e inseguridad nos impide aceptar y comprender que la unión de los opuestos constituye un “matrimonio verdaderamente feliz”. Dios es luz y también es completa oscuridad, a quien “nadie ha visto o puede ver” viviendo en una luz a la que “nadie puede siquiera acercarse” (Tim 1 6-16)
Esta unión de los opuestos por la que Dios es luz y oscuridad, es la naturaleza absoluta de la paz. Una paz que no es como la otorga el mundo, sino la que derrama Dios sobre nosotros, más allá de la comprensión. Durante el Adviento nos preparamos para celebrar el nacimiento de Jesús, en el punto de inflexión donde el momento más corto crece y el más oscuro se ilumina. Esto sucedió cuando la Divinidad fue vertida en el recipiente humano de la figura de Jesús. En aquel momento, algunos lo intuyeron, lo vislumbraron por un momento, pero no fueron capaces de confiar en lo que sintieron. Otros se conmocionaron y asustaron por lo que se revelaba dentro de ellos. Ese miedo a la luz nos conduce al rechazo de la realidad. La historia de la Navidad contiene la sombra oscura que proyecta toda luz intensa cuando es bloqueada.
Debemos preguntarnos si este encuentro con la paradoja nos ayuda a acercarnos a la “iluminación”. Es probable que meditemos, oremos, dialoguemos o actuemos para lograr una mayor comprensión. ¿No es cierto? Pero quizás lo que realmente hacemos cuando meditamos no es para ver con mayor claridad o comprensión el misterio, sino para poder convertirnos directamente en el propio misterio, compartiendo la naturaleza de Dios. La “iluminación” no consiste en ver la luz, sino en convertirnos en la luz.
Así, en nuestros días más oscuros podremos emitir e irradiar la luz de nuestro propio espíritu que no es menos que la luz divina. Esta luz penetra en nuestros momentos y vivencias más oscuras. Al final del ciclo, la luz se hace irresistible. La oscuridad ya no puede mantenerse y esto es lo que hace que la Navidad sea un acontecimiento pleno de Felicidad.
Laurence Freeman OSB
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