Tenemos el Evangelio – la palabra inspiradora de Dios – pero a menos que la Palabra nos haya inspirado a nosotros a dejar el ego atrás y a seguir la luz de Cristo como discípulos íntimos, consecuentemente no podemos transmitir el Evangelio con su vida, verdad y poder efectivos. La Iglesia como Cuerpo de Cristo, como su presencia personal entre la gente, está constituida de tal manera que el Evangelio sin elementos de comprobación personal que lo autentiquen, es letra muerta.
El Evangelio demanda más de nosotros a medida que más lo vivimos. El compromiso interior y la entrega personal involucradas en el peregrinaje cristiano nos conducen dentro del más profundo ámbito del ser. El trabajo de entrar a estos ámbitos donde nos convertimos en más bañados por la luz de Cristo, transforma lo que alguna vez sufrimos en lo que ahora disfrutamos. Cuando todo está dicho – y después de todo, no mucho puede ser dicho o al menos no dicho muy bien, sólo puede ser conocido y compartido – la esencia del peregrinaje es la pérdida de nuestro ego en pos de descubrir nuestra verdadera condición humana – una condición humana que es encontrada en la persona del Señor glorificado.
Comunidad de amor
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