De Laurence Freeman OSB, “El poder de la atención”, THE SELFLESS SELF (Londres: DLT, 1989), págs. 31-35.
Siempre ha existido un gran peligro, pero que existe especialmente para nosotros hoy en día en nuestra sociedad autoconsciente y narcisista, de confundir la introversión, la autofijación, el autoanálisis, con la verdadera interioridad. La gran prevalencia de heridas psicológicas y alienación social exacerba este peligro, al tiempo que exige tacto suave y compasión para abordarlo... Ser verdaderamente interior es lo opuesto a ser introvertido. Al ser conscientes de la presencia que mora en nosotros, nuestra conciencia se da vuelta, se convierte, de modo que ya no nos miramos a nosotros mismos, como lo hemos estado haciendo habitualmente, anticipando o recordando sentimientos, reacciones, deseos, ideas o ensoñaciones...
Pensamos que sería más fácil apartarse de la introspección si supiéramos hacia dónde nos dirigimos. Si tuviéramos un objeto fijo al que mirar. Si Dios pudiera ser representado por una imagen. Pero el Dios verdadero nunca puede ser una imagen. Las imágenes de Dios son dioses. Hacer una imagen de Dios es simplemente terminar mirando una imagen renovada de nosotros mismos. Ser verdaderamente interior, abrir el ojo del corazón, significa vivir dentro de la visión sin imágenes que es la fe, y esa es la visión que nos permite "ver a Dios". En la fe, la atención está controlada por un nuevo Espíritu, ya no los espíritus del materialismo, el egoísmo y la autoconservación, sino el ethos de la fe que es por naturaleza desposesiva.
Se trata de soltar siempre y renunciar continuamente a las recompensas de la renuncia... No hay desafío más crucial que entrar en la experiencia de permanecer centrado en el otro. Es el estado extático y continuo de desposesión. Podemos vislumbrarlo simplemente recordando aquellos momentos o fases de la vida en los que experimentamos el mayor grado de paz, plenitud y alegría y reconocer que esos fueron momentos, no en los que poseíamos algo, sino en los que nos perdíamos en algo o en alguien. El pasaporte para entrar en el reino requiere el sello de la pobreza.
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