El poder de la meditación es su simplicidad y su carácter eminentemente práctico. Hay que dar los pasos para salir de nuestros libros, charlas, clases, e ideas. Aprendemos a atender en profundidad, aprendiendo a ser y aprendiendo a estar en la presencia de Dios, aprendiendo de nuestra propia experiencia. Todo lo que nos es indispensable es estar todo lo que podamos en Su presencia. Lo que tenemos que aprender de nuestra meditación – y en cada generación hay que reaprenderlo – es a ver esta luz y ver todo iluminado por esta luz y por la luz que es Cristo y que, según San Pablo nos cuenta, brilla en nuestros corazones.
Este es el propósito de nuestra meditación, este es el trabajo de nuestra meditación: aprender a ver con esta dimensión iluminada. Nuestro trabajo en esta vida es preparar nuestros corazones para que se expandan en esta luz, esta luz que es vida, que es amor, que es Dios. Tenemos que aprender -y esto es lo más sorprendente de todo- que nuestro destino en esta vida es convertirnos en su luz, perdernos en Dios, encontrarnos en Dios, ser uno con El.
Fuente: Word Made Flesh. Silence and Stillness in Every Season, página 265
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