La meditación purifica el resto de nuestras actividades. La meditación es pura porque es desprendida, totalmente centrada en el otro. Realizamos la gran mayoría de nuestras actividades y planes con una preocupación dominante por los resultados y por su valor material. En su peor manifestación, esta preocupación es puro interés propio, egoísmo en su mayor grado. Cualquier preocupación por los resultados, por los frutos de nuestras acciones, delata una posesividad y apego que destruye la armonía de las energías volcadas en dicha actividad. En nuestra meditación diaria, humilde y sencillamente, entramos en el misterio de la actividad desapegada y centrada en el otro.
Podemos incluso empezar a meditar con una preocupación superficial por los resultados, procurando valorar si la inversión de energía y tiempo es provechosa en función del conocimiento adquirido y de la experiencia “extraordinaria” vivida. Quizás todos estemos condicionados por la sociedad a empezar haciendo esa valoración. Afortunadamente, la práctica ordinaria de la meditación nos purifica de este materialismo espiritual. Según vamos entrando en la experiencia directa del Ser, de la pura acción, vamos viendo cómo, poco a poco, el resto de nuestras actividades acaban purificadas del egoísmo. En otras palabras, en la medida en la que la meditación nos lleva a la experiencia del amor que radica en el centro de nuestro ser, nos transforma en personas más amorosas en nuestras vidas ordinarias y en nuestras relaciones. La meditación nos enseña aquello de lo que la teología por sí misma no nos puede convencer, que el Ser es Amor.
Fuente: Word Made Flesh. Silence and Stillness in Every Season, página 180.
Traducido por WCCM España
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