Las premisas impersonales y materialistas que nuestra sociedad genera en nuestras actitudes hacia la vida han dañado gravemente nuestra comprensión de la oración y nuestra capacidad para orar. Por encima de todo, han remplazado el valor de la presencia por la idea de la función – lo que ahora cuenta no es los que una persona es sino lo que hace.
La verdad es que el valor de una acción viene de la mano de la calidad del ser. Aunque nuestra experiencia del amor las contradiga, estas premisas siguen ahí ancladas en la consciencia moderna. La meditación reta las mismas raíces de esta consciencia impersonal y materialista ya que cuando meditamos no estamos procurando hacer algo. Estamos sencillamente atendiendo a la realidad de la Presencia divina y aprendiendo a ser en esa Presencia.
Aprendemos con cada paso que damos, con cada meditación, cada mañana y cada tarde. Descubrimos muy profundamente que el ser no es un ser aislado sino un ser en comunión. La Presencia de Cristo está eternamente en nosotros. También vamos creciendo en nuestra capacidad de estar presentes en El. Al descubrir esta presencia mutua, de comunión, se desencadena la transcendencia divina y somos llevados del aprisionamiento del egocentrismo a la energía infinita y la plenitud completa de la realidad que es el Amor.
Fuente: Word Made Flesh. Silence and Stillness in Every Season, página 250.
Traducido por WCCM España
No hay comentarios:
Publicar un comentario