En el mundo en el que vivimos no se valora la virtud de la humildad. Al contrario, todo lo que se codicia es el éxito material, la fama, la autoafirmación. Incluso llegamos a equiparar la humildad con la humillación. Y claro, ¿a quién le gusta ser humillado?
Sin embargo, para los Padres y las Madres del Desierto la humildad nunca fue sinónimo de humillación: era una forma esencial de ser. San Benito también considera la humildad como una de las principales virtudes. Su descripción, aunque hecha dentro del contexto del monasterio, sigue siendo relevante actualmente. Él describe los pasos hacia la humildad como una escalera con doce peldaños. Los dos primeros son la base para adquirir la virtud de la humildad: "El primer paso hacia la humildad es mantener la reverencia a Dios siempre ante nuestros ojos y que nunca la olvidemos. Reverenciamos a Dios en la Naturaleza y en el Universo que nos rodea, intuimos lo Invisible en la manifestación de lo visible y respetamos la presencia Divina en todas las personas que encontramos”.
Esta actitud de respeto y reverencia nos lleva a conocer nuestra necesidad de Dios y nos conduce al segundo peldaño de la escalera de San Benito hacia la humildad: abandonar el enfoque egocéntrico de la vida. Nuestra regla básica es: "No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22,42). Esto es, no pensando en nuestros propios beneficios y sentimientos, sino en la necesidad de los demás: "Feliz es el monje que ve el bienestar y progreso de todos los hombres con tanto gozo como si fuera suyo” (Evagrio).
Los siguientes pasos al ascender la escalera se refieren a la importancia de la obediencia, la escucha profunda que hemos examinado anteriormente en estos textos.
El noveno peldaño es "controlar nuestra lengua y poder permanecer en silencio. Hablar sólo cuando se nos haga una pregunta". En otras palabras, se nos pide que escuchemos a los demás antes que exigir el derecho a ser escuchados.
Trata de nuevo el orgullo egocéntrico y nuestro fuerte apego a la verdad de nuestras propias opiniones. Incluso para Evagrio, esta exigencia era bastante difícil de cumplir.
Hay una historia sobre él, de cuando llegó por primera vez al desierto. Se acercó a uno de los monjes (probablemente a Macario el Grande) y le preguntó lo siguiente: "Deme algún consejo con el que podría salvar mi alma". Ésta era la manera habitual en que uno se dirigía a un monje anciano. Los ermitaños del desierto enseñaban a los que les pedían consejos, con pocas pero certeras palabras: sabían de forma intuitiva lo que la otra persona necesitaba oír. La historia continúa de la siguiente manera: "El anciano le respondió: si deseas salvar tu alma, no hables hasta que te hagan una pregunta". Este consejo fue especialmente molesto para Evagrio y se enfadó por haber pedido consejo: «De hecho, he leído muchos libros y no puedo aceptar instrucciones de este tipo». ¡Es fácil ver que Evagrio aún tenía mucho trabajo que hacer con su orgullo! La historia continúa irónicamente: "Habiendo sacado mucho provecho de su visita, se alejó del anciano".
Necesitamos dar estos pasos en la escalera de la humildad para la práctica de la meditación. Debemos mantener nuestra mente en la Presencia de Dios y dejar atrás nuestros pensamientos egoístas sobre el propio logro y el orgullo. Con toda humildad, conociendo nuestra necesidad de Dios, perseveramos fielmente en nuestra práctica.
La paz de Dios, que supera toda comprensión, es un don y no un logro del que estar orgullosos. Es por eso por lo que cada día necesitamos comenzar de nuevo con verdadera humildad, con fe y esperanza. John Main y Laurence Freeman nos recuerdan esta necesidad haciendo hincapié en que todos somos principiantes por mucho tiempo que llevemos en este camino.
Kim Nataraja
Traducido por WCCM España
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