Extracto de “Queridos Amigos”, escrito por Laurence Freeman OSB en la Newsletter de la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana (Vol. 38, No. 2, Junio 2014, pág. 2-5).
El Espíritu puede realizar obras maravillosas cuando encuentra personas dispuestas a ello e incluso, a veces, también cuando no lo están. Puede transformar tanto una hora de trabajo en el jardín como la lectura del Evangelio o la partición del pan, en una bendición que llega a cada persona de forma única. El Espíritu puede ser algo religioso, pero también puede impregnar lo que la gente religiosa denomina los aspectos seculares de la vida. Si entendemos correctamente la encarnación, ¿qué parte de la vida no comparte la presencia espiritual o es incapaz de ser renovada, restituida o impulsada por el Espíritu?
El Espíritu es un amigo, un consejero y un maestro que se implica en nuestros asuntos, sin engaños, incluso cuando estamos equivocados. Es, de hecho, todo lo que esperaríamos que fuera un amigo sabio y amoroso. Ésta es la forma de describir la experiencia que tenemos cuando emergemos del vacío del desconocimiento y del sinsentido y entramos en un estado despierto de conexión con todo. El Espíritu renueva y recarga las agotadas baterías de nuestra vida. Sabemos que es el Espíritu quien lo hace y no nuestros recursos, porque la renovación por nuestros propios medios vuelve a agotarse rápidamente. Sin embargo, la acción directa del Espíritu lleva a una transformación constante.
Por ello, la experiencia de Dios es mucho más enriquecedora y extensa de lo que la gente religiosa suele permitir. Los primeros cristianos reconocían profundamente esto al decir que quien ama conoce a Dios y quien no ama no le conoce. Esta verdad natural, de alguna manera, ha sido enterrada en la lucha intelectual por demostrar la existencia de Dios y en el empeño por demostrar que mi comprobación, mi Dios, era superior a la de los demás. Kierkegaard dijo que cuanto más refinamos nuestras pruebas de Dios menos convincentes son. Lo que realmente convence, desde luego, es ver cuánto y cómo estamos cambiando.
Desde la perspectiva contemplativa de la religión –que necesita siempre mantenerse en el centro de las tradiciones religiosas- lo más importante no es lo que creemos sino cómo creemos. Desde esta visión la verdad no es un logro o una fórmula sino una revelación. La palabra “verdad” en griego es “aletheia” que significa “un dibujo tras el velo”.
La verdad amanece en nosotros. El velo de la oscuridad de la ignorancia y del engaño se levanta. Y no es un sólo velo sino muchos los que van retirándose durante todo el tiempo que nos lleva trascender el ego y completar el camino de regreso a casa.
Carla Cooper
Traducido por WCCM España
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