Extracto de "Aspects of Love" de Laurence Freeman OSB (Londres: Medio Media / Arthur James, 1997) Pág. 54-55.
Podemos aprender a ver la realidad. Simplemente verla y vivir con ella ya es curativo. Nos lleva hacia un nuevo tipo de espontaneidad: la de un niño que sabe apreciar la frescura de la vida, la autenticidad de la experiencia. Es la espontaneidad de la verdadera moralidad que consiste en hacer lo correcto de forma natural, no viviendo nuestras vidas según las normas escritas, sino viviendo nuestras vidas con la única moralidad, la moralidad del amor. La experiencia del amor nos da una capacidad renovada para vivir nuestras vidas con menor esfuerzo. La vida deja de ser una lucha, se hace menos competitiva, menos posesiva, ya que se abre ante nosotros lo que hemos visto, en algún momento y de forma fugaz, a través del amor: que nuestra naturaleza esencial es gozosa. En el fondo, somos seres alegres.
Si somos capaces de aprender a saborear los dones de la vida y ver lo que es realmente la vida, estaremos mejor equipados para aceptar sus amarguras y sufrimientos. Esto es lo que aprendemos generosamente, lentamente día a día, mientras meditamos.
La meditación nos lleva a comprender la maravilla de lo ordinario. Nos volvemos menos adictos a buscar formas extras de estimulación, de diversión o distracción. Comenzamos a descubrir en las cosas ordinarias de nuestras vidas cotidianas que la irradiación del amor que subyace, el poder omnipresente de Dios, está en todas partes y a cada momento.
Sin embargo, puede resultar una tarea difícil. A esto se refiere la siguiente historia acerca de un discípulo de Buda:
Había un discípulo de Buda muy taciturno que se esforzaba mucho pero que nunca era capaz de entender realmente lo que Buda trataba de enseñarle sobre la verdadera naturaleza de la realidad. Buda estaba algo desesperado con este discípulo, así es que un día le encomendó una tarea. Le entregó una pesada bolsa de cebada y le dijo: “sube esta bolsa a lo alto de aquella colina”. La montaña era muy empinada, pero el discípulo que era muy obediente y tenía un profundo deseo de alcanzar la iluminación, cargó la pesada bolsa sobre sus hombros y corrió subiendo por la montaña, sin detenerse, tal como se le había ordenado. Llegó a la cima totalmente exhausto. Tras soltar la bolsa, en un instante sintió la iluminación. Su mente se abrió a la realidad auténtica. Regresó y Buda, desde la distancia, pudo comprobar que su discípulo estaba iluminado.
Vemos que este camino implica un duro trabajo: aprender a permanecer quietos, soltar las pesadas cargas del ego, aprender a conocernos y a amarnos. Cada uno de nosotros tiene su propia bolsa de cebada. Es una difícil tarea, pero es un trabajo que hacemos por obediencia, no por nuestra propia voluntad. Lo hacemos en obediencia a Jesús. Obedecemos a la llamada más profunda de nuestro ser, que es la llamada a ser nosotros mismos.
Carla Cooper
Traducido por WCCM España
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