Esta experiencia de amar a Dios tiene sus raíces en nuestra capacidad de ser amados. Y la gran cualidad de un niño es que un niño quiera ser amado. Es lo más natural; quizás lo único que un niño desea con todo su ser es ser amado. Es esa capacidad infantil de ser amados la que recuperamos a través de la meditación, nuestra identidad más profunda y verdadera como hijos de Dios. Y es este autoconocimiento de nosotros mismos como hijos de Dios – querer ser amados y aceptar la pobreza, la vulnerabilidad de necesitar ser amados – es lo que nos sana. Es ese autoconocimiento, esa visión de la realidad lo que nos sana y sana a la persona en su totalidad; y la persona completa incluye la realidad psicológica que somos como hijos de nuestros padres, como esposo o esposa, o amigo, o hermano o hermana, o lo que sea. Esta realidad psicológica en la que pasamos la mayor parte de nuestro tiempo pensando y luchando es una parte real de nosotros, pero no es la persona completa. Aquí está la diferencia básica entre el camino del espíritu y el camino de la psicología. Nuestra identidad más profunda es nuestra identidad como hijos de Dios, y es al descubrir eso y saberlo que liberamos poderes cósmicos de curación y renovación.
( Aspectos del amor 3 de Laurence Freeman OSB)
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