La historia de Marta y María en el Evangelio de San Lucas (Lucas 10, 32-42) ilustra muy bien la importancia de la integración del hacer y del ser, de la relación entre la acción y la contemplación. Marta representa la vida activa y ocupada que todos llevamos cada día con las múltiples demandas de trabajo, amistades y relaciones sociales.
¿Quién no ha se ha sentido molesto en algún momento, cuando otros atienden a los invitados o cuando ven que los demás pueden dedicar tiempo a meditar y, en lugar de unirse a ellos, continúa preparando la comida para compartir después?
María representa la dimensión contemplativa de nuestro ser: meditando, escuchando atentamente y con profundidad al Cristo interior, en la oración o encontrándole en una lectura pausada de las Escrituras (Lectio Divina).
Este relato del evangelio simboliza en cierto modo quiénes somos nosotros. La acción y la contemplación son dos caras de nuestro ser. Somos ambas: Marta y María. Cuando estamos tan ocupados y nos quejamos de que no tenemos tiempo para meditar, entonces Marta se hace cargo y se dedica a los quehaceres cotidianos y a las obligaciones que tenemos.
Cuando detenemos nuestras tareas para dedicarnos plenamente a la oración, a la meditación, a la escucha profunda y atenta de nuestro ser interior, entonces queremos ser sólo María. Pero no podemos ser exclusivamente una de ellas, porque somos ambas al mismo tiempo. Incluso cuando vivimos en comunidad, ambas dimensiones coexisten, pues oramos y trabajamos: “ora et labora” como establece la regla de la Orden Benedictina y como debe ser realmente, la regla de nuestra vida.
El trabajo de Marta es realmente valioso pues se afana en tenerlo todo preparado, la comida lista para compartir y todo limpio y ordenado. Pero al enfocarlo desde el resentimiento está perdiendo de vista el derecho a existir de la otra mitad de su alma: la atenta y profunda escucha de María. Y Jesús se lo recuerda, diciéndole: “Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por tantas cosas”.
Y nos preguntamos, ¿no es esto exactamente lo que hacemos nosotros en muchas ocasiones? En esos momentos es cuando debemos recordar nuestra dimensión contemplativa y cumplir con nuestras obligaciones poniendo toda nuestra atención y esmero, en lugar de quejarnos y hacerlas a regañadientes.
Si fuéramos capaces de hacer lo que tenemos que hacer desde la conciencia del centro más profundo de nuestro ser donde mora la compasión y el amor hacia los demás, estaríamos integrando las dos caras de nuestro ser: acción y contemplación; Marta y María.
El que se queja es nuestro ego con su desmesurada necesidad de estima, con sus constantes deseos de recibir alabanzas y de culpabilizar a los demás. Sin embargo, lo que necesitamos es lograr la aceptación y la integración de ambos lados de nuestro ser: a veces tenemos que ser Marta, pero también podemos ser María en otras ocasiones. Ambas dimensiones son esenciales y se complementan mutuamente. En la vida de Jesús, vemos este maravilloso equilibrio de acción y contemplación. Jesús recorría las aldeas predicando el evangelio y curando a los enfermos, y también, a menudo, se retiraba a un lugar tranquilo para orar en silencio: “En aquel tiempo, Jesús subió al monte para orar y pasó la noche en oración a Dios”.
Actualmente, la mayor parte de la vida de la Iglesia se centra en la dimensión de Marta y muchos incluso olvidan el trabajo por el que María es alabada por Jesús. Es muy importante “hacer”, cuidar a los demás, rezar mediante oraciones de alabanza, de petición, de intercesión, de acción de gracias, todos los tipos de oración son valiosos e importantes. Sin embargo, el trabajo de María, la oración silenciosa, la escucha profunda, la contemplación, parece haber quedado relegado a los pocos monjes y monjas atraídos por esta forma de ser.
Ésta fue la gran misión de John Main y que Laurence Freeman continúa difundiendo: lograr que el cristiano ordinario reconecte con la antigua tradición de la oración contemplativa que se remonta a las enseñanzas de Jesús.
En el año 2007 la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana recibió el reconocimiento canónico del Vaticano como Comunidad Contemplativa Ecuménica reconociéndose así la importancia y el valor del trabajo de María, de nuestra dimensión contemplativa.
Kim Nataraja
Traducido por WCCM España
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