Selección de “Aspects of Love” de Laurence Freeman OSB.
En el camino de la meditación, vemos cada vez con más claridad que se trata de un camino de amor, nada más y nada menos que el camino del Amor. Apreciamos lo valiosa que es la guía que nos proporciona la meditación para comprender la dinámica del amor: el amor a uno mismo, el amor al prójimo y el amor a Dios. Cuando meditamos experimentamos el regreso a casa, en donde realmente nos sentimos -quizá por primera vez- a gusto con nosotros mismos, nos sentimos uno con nosotros mismos.
La meditación no es una competición. No estamos compitiendo con nuestro rendimiento anterior; no competimos con nadie más; ni con San Juan de la Cruz, ni con el resto de meditadores de nuestro grupo.
Esto es algo que debemos recordarnos a menudo porque el ego es competitivo e individualista por naturaleza. Cuando hay separación del otro, hay competitividad. Incluso podemos tener escisiones dentro de nosotros y así trataremos de competir con nosotros mismos en nuestro propio camino espiritual.
La meditación tampoco es ambiciosa. No intentamos adquirir nada, porque no hay nada que adquirir. Precisamente se trata de lo contrario; lo que pretendemos en la meditación es perder, dejar ir. Y es en esta pérdida, en este dejar ir, donde encontraremos todo lo que tenemos, todo cuanto nos ha sido dado.
A veces, este “dejar ir” ocurre de forma drástica si viene forzado por alguna experiencia que irrumpe de forma dramática y repentina en nuestra vida. Puede ser por una enfermedad que sobreviene, por una nueva visión de la vida o, simplemente, como resultado del desarrollo de las etapas de nuestra propia vida.
De alguna manera, debemos aprender a “soltar” si queremos llegar a vivir libremente. En la meditación tenemos el preciado regalo de aprender a “dejar ir” desde nuestro centro toda posesión y competitividad que acumulemos. Lo que parecía una prisión se convierte en una escuela: lo que parecía una alienación se nos muestra como conexión.
Carla Cooper
Traducido por WCCM España
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