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RELAJANDO EL CUERPO

 Vivimos en un mundo obsesionado por los logros y el éxito. Incluso la meditación es vista, con frecuencia, solamente como una forma de incrementar nuestras capacidades cerebrales para ser más productivos y funcionales. Sólo hay que ir a una librería y observar cómo en la sección de autoayuda las estanterías están atiborradas de libros que nos cuentan las virtudes de la meditación: cómo mejora nuestra salud, nuestro cuerpo y nuestra mente y, por tanto, nuestra cuenta bancaria.


No niego que sea absolutamente importante cuidar del cuerpo y de la mente para mantenerlos en óptimas condiciones de salud. Incluso Evagrio decía: “Nuestro santo y más ascético maestro (Macario el Grande) declaró que el monje debería vivir siempre como si fuese a morir mañana pero, al mismo tiempo, debe cuidar su cuerpo como si fuera a vivir con él durante muchos años”. Cuidar nuestro cuerpo con alimentos saludables y en cantidades modestas y practicando un ejercicio físico apropiado como el Yoga, el Tai Chi o el Chi Kung, es claramente de suma importancia.

Este planteamiento orientado a los resultados lo vemos también en la meditación. Claro que es posible practicar la meditación solamente por sus beneficios para la salud, de los que la investigación ha probado que son innumerables. Desde luego, es maravilloso detener el murmullo interminable de nuestra mente y liberarnos del estrés y la tensión. Nos hará sentirnos bien, conseguir un tiempo libre de preocupaciones, ansiedades, deseos y miedos que nos acosan habitualmente y detener así el derroche de energía de nuestra mente dando vueltas de forma continua.

Sin embargo, si sólo meditamos con esta finalidad, estaremos desperdiciando una gran oportunidad puesto que la meditación nos aporta mucho más que unos beneficios fisiológicos para el cuerpo. Un meditador comprometido considera el cuidado del cuerpo y la relajación como la preparación esencial para llegar al verdadero propósito de la meditación: transformar la mente y la forma en que miramos la realidad. Cuando logramos esto, descubrimos la parte espiritual de nuestro ser y nuestra total conexión con la fuente de todo ser. Por ello, la meditación es una disciplina espiritual que implica permanecer en soledad y en silencio en la que abandonamos todas las experiencias sensoriales, las imágenes, las emociones y los pensamientos: nuestro ego. Sólo cuando volvemos a conectar con nuestra esencia espiritual, nuestro verdadero yo, podremos vivir una vida plena y con auténtico significado pues entonces nuestros actos fluirán desde la conciencia profunda de lo Divino y sentiremos la conexión, responsabilidad y preocupación por los demás.

La compasión, la preocupación por los demás, es la verdadera señal de que nuestra mente está transformándose. Evagrio decía: “Feliz es el monje que ve el bienestar y el progreso de todos los hombres y mujeres con tanto gozo como si fueran los suyos”. Para esta transformación sólo podemos prepararnos aquietando nuestro cuerpo y nuestra mente, abriéndonos a la obra del Espíritu Santo. Porque es su trabajo: “El Espíritu Santo se compadece de nuestra debilidad y, como sabe de nuestras impurezas, nos visita con frecuencia. Si encuentra nuestro espíritu en oración, por amor a la Verdad, entonces desciende sobre nosotros y disipa todos los pensamientos que nos acechan”.

Kim Nataraja

Traducido por WCCM España

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