Veíamos en la lectura de la semana pasada el papel que juega la atención para tomar conciencia de quiénes somos realmente. Además, cuando focalizamos la atención también se pone en marcha otro proceso: determinadas áreas de nuestro cerebro se activan o desactivan y nos permiten percibir la Realidad de una forma nueva y mucho más veraz.
La Dra. Shanida Nataraja lo explica así:
“Investigaciones recientes han demostrado la existencia de una serie de procesos en el cerebro humano que facilitan el acceso a estados elevados de conciencia. La secuencia que se produce es la siguiente: la corteza prefrontal, involucrada en la actividad de pensamientos, imágenes y sueños diurnos, es también el área del cerebro en la que se localizan los procesos de la atención. Cuando focalizamos la atención en un solo punto, por ejemplo en la repetición de un mantra, estamos fomentando una mayor actividad en las células de la atención. A medida que se desarrolla y profundiza este enfoque, la actividad de las células involucradas en los pensamientos y las imágenes, por el contrario, disminuye considerablemente; esto se refleja en una disminución de las ondas beta, las ondas del pensamiento, es decir, la parte del “ego” de nuestra conciencia. La atención prolongada en un punto también activa células del lóbulo temporal y el aumento de esta actividad desencadena, a su vez, cambios en el sistema límbico, región cerebral involucrada en las respuestas emocionales, permitiendo así un cambio del sistema nervioso simpático (luchar o huir) al sistema nervioso parasimpático (relajarse y serenarse), es decir, una “respuesta de relajación”. La emoción del miedo que se expresa en la enérgica respuesta de supervivencia, de “huida o lucha”, se transforma en una respuesta de aceptación, relajación y serenidad, la “respuesta de relajación”. Estos cambios se reflejan en un aumento de las ondas alfa y theta”.
Sin embargo, esto es sólo el comienzo. A medida que la meditación se va haciendo más profunda, también la “respuesta de relajación” se hace más intensa.
A su vez, esta profundización tiene un efecto colateral que desemboca en una disminución de la actividad de la corteza parietal, área del cerebro involucrada en la orientación en el tiempo y el espacio, así como en la creación de límites: el yo, el no-yo y el mundo de los opuestos, en gran medida, cualidades del “ego”. La disminución de la actividad en esta zona y por tanto, de esas capacidades, explica porqué se produce una disolución de la percepción de identidad separada, de las nociones de tiempo y espacio y, por tanto, los opuestos se unifican.
Por tanto, vemos cómo el ser humano está programado no sólo para experimentar la realidad cotidiana, sino para acceder a estados de conciencia superiores”. (“El Cerebro Feliz; Prueba neurocientífica del poder de la meditación”).
Al desarrollar la atención plena, modificamos nuestro cerebro para percibir la realidad de un modo diferente. Nuestro cerebro es un maravilloso “receptor”, regalo de Dios, que nos permite cambiar a diferentes modos de percepción y, por tanto, acceder a diferentes niveles de realidad.
La atención amorosa a nuestra palabra de oración nos permite sintonizar con la Realidad Divina, que es el Amor. Perdemos nuestro sentido de separación y aislamiento, que se aloja en el hemisferio izquierdo del cerebro, hogar del “ego”. La atención plena a nuestro mantra nos permite –según las palabras de Jesús- “dejar atrás el yo”. Por el contrario, nos hacemos conscientes de nuestra interconexión con los demás y con la amorosa Realidad Divina y sabemos que verdaderamente somos “Hijos de Dios”.
Esta conciencia transformadora es el resultado de la meditación como una disciplina espiritual.
Kim Nataraja
Traducido por WCCM España
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