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EL CRISTO INTERIOR

 Hemos estado viendo en lecturas anteriores cómo el cerebro humano es un maravilloso instrumento divino que nos permite sintonizar con diferentes realidades. Esta nueva forma de percepción, como una conciencia transformadora –“metanoia”- puede ir surgiendo de forma gradual al meditar fielmente, centrando toda nuestra atención amorosa en el mantra; nuestra perseverancia y compromiso en este camino van siendo reforzados por obra de la gracia divina. Sin embargo, también puede acontecer como un único y repentino momento, lleno de gracia.


La experiencia de San Pablo es un ejemplo especialmente descriptivo de esto último. Su conocimiento de Jesús no se basaba en encuentros personales con él, sentado a sus pies y escuchando sus enseñanzas; no conoció a Jesús “en carne y hueso”. Pablo encontró a Jesús de camino a Damasco a través de la visión de una luz cegadora y del sonido de su voz hablándole. “Mientras continuaba su camino y ya cerca de Damasco, de pronto percibió alrededor de él un destello de luz que descendía del cielo. Cayó al suelo y escuchó una voz que le decía: Saulo, Saulo, por qué me persigues? Dime, Señor, quién eres tú? Preguntó Pablo. La voz le respondió: Soy Jesús, a quien estás persiguiendo. Levántate y ve a la ciudad, y allí se te dirá lo que debes hacer” (Hechos 9, 3-7).

La visión que Pablo tuvo de Jesús fue una experiencia transpersonal: se encontró con Cristo resucitado y ello cambió totalmente su vida de forma súbita: pasó de ser un perseguidor a ser su apóstol.

La repentina luz incluso le cegó por un momento a la realidad ordinaria: “Cuando abrió los ojos, Pablo no podía ver”. La oración y la imposición de manos sobre él hicieron “que cayeran las escamas de sus ojos y recuperara la vista”. A partir de ese momento, era capaz de percibir la realidad ordinaria bajo la luz de la experiencia de la Realidad Divina Superior. Esta inesperada y repentina experiencia fue tan estremecedora para él que vivió durante tres años en Arabia tratando de dar sentido a esta revelación, antes de seguir la llamada de llevar el mensaje de Jesús a los paganos.

Todas las enseñanzas de San Pablo surgieron a raíz de esta experiencia. Es Cristo resucitado, con quien Pablo se encontró y quien le guió para siempre, como el Espíritu de Cristo que habita en el corazón del hombre. Sin embargo, esta experiencia no fue motivo de burla o de incredulidad, sino que fue una llamada para servir y difundir la Buena Nueva de Jesús.

Pablo, al igual que los místicos cristianos posteriores, enfatiza la prioridad de la experiencia sobre la afición de muchas personas religiosas a debatir con palabras vacías, que no sirven para nada y que son una ruina para aquellos que las escuchan (2 Timoteo 2,14).

“Sin embargo, los maestros de la tradición cristiana, influenciados por el modelo que estableció San Pablo, también advierten del riesgo de quedarnos atrapados en las experiencias por sí solas. Los místicos cristianos se centran no sólo en la experiencia subjetiva, la cual puede fácilmente alimentar el ego, sino también en la obra de Dios en el contexto más amplio del mundo y en el servicio a los demás. Por eso Juliana de Norwich tiene una gran influencia en la tradición cristiana, pues entendió su “revelación del amor divino” como algo que le fue dado para el bien de los demás” (Laurence Freeman).

La experiencia del “Cristo interior”, las experiencias que tenemos durante la meditación, no tienen valor por sí solas. Debemos estar atentos, pues al “ego” le encantan las experiencias espirituales, que utiliza para hacer crecer nuestra vanidad ante los demás. Estas experiencias tienen verdadero significado cuando se convierten en una fuerza transformadora de nuestro ser y, así, dejamos de ser personas que sólo piensan en sí mismas para convertimos en personas volcadas en los demás. Sólo un aumento del amor es prueba de que el Espíritu de Cristo está obrando en nosotros.

Kim Nataraja

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