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 Extracto de "Queridos amigos", de Laurence Freeman OSB (Boletín de la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana, vol. 32, No. 3, septiembre de 2008, p. 4.).


Cuando la fuerza de la fe se libera en nosotros, nos impulsa a experimentar la realidad más allá de las palabras, más allá de las imágenes y los pensamientos. Entonces descubrimos que los filtros de las metáforas, por muy útiles y necesarios que puedan ser en un nivel de conocimiento, también deben ser eliminados para que crezca la fe.

Como cuestión universal del hombre, o crecemos en la fe o ésta se marchita y muere. La fe contiene el anhelo eterno que todos tenemos de ver la realidad tal cual es. “Hermanos y hermanas” –dijo San Juan- “no sabemos a qué nos parecemos, pero sí sabemos que cuando se nos aparezca Cristo, seremos como Él, porque le veremos tal como es en realidad. Igual que Él es puro, todos los que comprendan esta esperanza se purificarán” (1 Juan 3, 2-3). Ver a Dios es llegar a ser como Él. La pureza es la condición para alcanzar esta visión. En la religión donde la fe se restringe a creencias o rituales, la pureza significa añadir más filtros interponiendo así un mayor número de capas intermedias. Sin embargo, en el corazón de toda religión está el conocimiento místico indestructible de que en la pureza última del espíritu se logra la total visión de la realidad, sin filtros ni capas intermedias. La mayoría de nosotros jamás alcanzaremos esta visión plena, pero la intuición de que esto es así, forma parte de la profunda naturaleza de la fe.

Ver la realidad tal como es, o al menos liberarse progresivamente de algunos filtros, es un gran acto de fe. Expresa la verdadera cara de la fe porque nuestro apego a las creencias y ritos de nuestra tradición (más que las creencias y ritos en sí mismos) nos proporciona una falsa seguridad. Y es por ello por lo que muchas personas profundamente religiosas sienten rechazo por la meditación, ya que les parece que (y de hecho es lo que hace) socava los límites de seguridad que protegen nuestra visión del mundo y nuestro sentido de creernos diferentes y superiores a los demás.

Sin embargo, el camino de la fe no es el de adherirse de forma obstinada a un determinado punto de vista, ni a los sistemas de creencias o ritos tradicionales que lo expresan. Eso sería simplemente una ideología o un tipo de sectarismo, pero eso no es fe. La fe es un viaje de transformación que exige que avancemos, atravesemos y trascendamos nuestros marcos de creencias y prácticas externas –no traicionándolas o rechazándolas, pero tampoco quedándonos atrapados en sus formas de expresión-. San Pablo hablaba del camino de la salvación desde el principio al final, en la fe. La fe es, por tanto, una apertura desde el comienzo del viaje humano. Naturalmente, necesitamos un marco religioso de referencia, una tradición. Si permanecemos centrados de manera estable, el proceso de cambio se desarrolla y nuestra perspectiva de la verdad se agranda continuamente.

Carla Cooper

Traducido por WCCM España

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