Si en vez de llamarnos por nuestro nombre, nos llamáramos de otra manera, ¿seguiríamos siendo nosotros? ¿Si viviéramos en otro sitio? ¿Si tuviéramos otra profesión?... ¿Qué es lo que hace que sigamos siendo yo, a pesar de las posibles variables? ¿Qué significa ser yo?
Según el psicoterapeuta y ensayista suizo K. Gustav Jung, el yo es el centro interior del ser humano que incluye lo consciente y lo inconsciente, y le corresponde simplemente ser, ser auténticamente, estar en el centro. Pero el Yo ha de convivir con el ego, el núcleo consciente de la persona, al que le corresponde presentarse, brillar hacia fuera, vivir sus propias necesidades y situarse en el centro. Existe pues una no pequeña diferencia entre 'estar' y 'situarse' en el centro.
Del ego provienen las denominaciones egoísmo, egolatría, egocentrismo, etc. Una retahíla de términos que tienen mucho que ver con la mala relación con los demás, la prepotencia, la manipulación, el confundir nuestros pensamientos con la verdad absoluta, el afán de imponer nuestra forma de ver las cosas…
Pero, en sí mismo, el ego no es algo repudiable; está en buena parte constituido por el conjunto de papeles que nos ha tocado representar en «el gran teatro del mundo», para los que nos hemos revestido con distintos 'disfraces' que pudieran adecuarse a cada uno de ellos.
El ego forma parte de nosotros, constituye el soporte de nuestra personalidad: nos presentamos como ingenieros/as, pedagogos/as, médicos/as, etcétera; resaltamos nuestros méritos acumulados cuando vemos atacado nuestro prestigio o consideramos oportuno el reconocimiento de nuestra valía, etc. Y en realidad, todo eso nos pertenece, pero no constituye nuestro verdadero ser.
Cuando observamos nuestro pasado, en relación con el presente, caemos en la cuenta de que han cambiado muchas cosas en cada uno de nosotros: aspecto físico, capacidades físicas e intelectuales, intereses, aficiones, etcétera, pero permanece algo que nos hace conscientes de seguir siendo los mismos.
Yo soy yo y mis circunstancias, decía Ortega; y ese yo, a diferencia de nuestras circunstancias, es lo que permanece vivo, mientras aquellas cambian o desaparecen.
Por el contrario, el ego no tiene vida propia; es algo que se 'pega' al yo para poder participar de su vida porque 'sabe' que no va a sobrevivir a éste, que va a morir cuando desaparezca nuestra dimensión humana en este mundo, que diría Teilhard de Chardin. Por eso necesita nutrirse continuamente de los subterfugios poder, tener y fama, para hacerse con ello la ilusión fatua de participar en la inmortalidad del yo.
Pero no carguemos al ego de culpas que no le pertenecen. Los papeles que nos han tocado en esta vida hemos de representarlos con profesionalidad y honestamente. Lo que nos trae dificultades, insatisfacción e infelicidad es la identificación con nuestro ego que puede haberse situado en el centro, porque entonces habríamos suplantado a nuestro yo por el papel que estoy desempeñando.
Comentando las parábolas del tesoro escondido y la perla preciosa, como imágenes que representan al yo, nos viene a decir algo el benedictino Anselm Grün que puede ayudarnos a entender la aventura que venimos considerando: el tesoro y la perla son imágenes que representan el verdadero yo.
El tesoro está enterrado en el campo. Debemos llegar a lo profundo de la tierra, para encontrarlo allí: cavar en el campo de nuestras almas, y también en lo corporal de nuestro ser humano porque en nuestro cuerpo se expresa nuestro yo. Si alguien ha llegado a ser él mismo, podemos comprobarlo en su porte y en su forma de comunicarse con los demás.
La imagen de la perla preciosa, por la cual un comerciante vende sus posesiones para poder comprarla, al igual que en el caso del tesoro, nos muestra otro camino hacia el yo verdadero. La perla crece en las heridas de la ostra. Se trata precisamente de descubrir las perlas en las heridas de la propia historia de vida porque ese es nuestro verdadero yo, sabiendo además que, si hemos descubierto la perla, la herida deja de doler.
Qué importante debe ser descubrir nuestro verdadero yo, quiénes somos, cuando la conducta más inteligente que sugieren estas parábolas es vender todo lo que tenemos para poder 'comprar' lo que acabamos de descubrir.
Ya en el siglo IV a. C., decía Sócrates: conócete a ti mismo y conocerás el universo y los dioses. Una gran aventura que tenemos al alcance de la mano.
Ignacio Gallego
Coordinador de Wccm Sevilla (España)
Revista ABC Sevilla
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