Extracto de MOMENTO DE CRISTO de John Main OSB, (Nueva York: Continuum, 1998), págs. 110-111.
Una de las cosas que aprendemos en la meditación es la prioridad que tiene el ser sobre la acción. De hecho, ninguna acción tiene significado, o tiene un significado profundo, a menos que brote del ser, de la profundidad de nuestro propio ser.
Por esto la meditación es un camino que nos conduce lejos de la superficialidad hacia la profundidad. Aprender a ser significa aprender a comenzar a vivir en la plenitud de la vida. Esa es nuestra invitación. Es aprender a ser personas plenas. El misterio de la revelación cristiana es que, a medida que vivimos plenamente nuestras vidas, vivimos las consecuencias eternas de nuestra propia creación. De este modo, ya no vivimos más como si estuviéramos agotando una cantidad de vida limitada que recibimos al nacer. Lo que sabemos de las enseñanzas de Jesús es que llegamos a estar infinitamente colmados de vida cuando somos uno con la fuente de nuestro ser, nuestro Creador, el que se describe a sí mismo como “Yo Soy”.
El arte de vivir, de vivir nuestras vidas como seres humanos plenos, es el arte de vivir la eterna novedad de nuestro origen y de vivir plenamente desde nuestro centro, desde nuestro espíritu que nace de la mano creadora de Dios. Lo terrible de la vida moderna y materialista es que puede llegar a ser tan superficial que no nos permita el reconocimiento serio de las profundidades y las posibilidades que existen para cada uno de nosotros con sólo tomarnos un tiempo para comprometernos en la disciplina de la meditación.
En la tradición cristiana somos llevados a esta fuente de nuestro ser por un guía y este guía es Jesús, el hombre plenamente realizado, la persona totalmente abierta a Dios. Cuando meditamos cada día, es posible que no reconozcamos a nuestro guía porque el viaje del cristiano es siempre un viaje de fe. Sin embargo, a medida que nos aproximamos al centro de nuestro ser, según entramos en nuestro corazón, encontramos el recibimiento de nuestro guía, somos recibidos por quien nos ha conducido allí. Nos da la bienvenida a la persona que cada uno de nosotros está llamado a ser, en la plenitud personal del ser. Los frutos de la meditación son precisamente esta plenitud de vida: armonía, unidad y energía; una energía divina que encontramos en nuestro propio corazón, en nuestro propio espíritu. Esa energía es la energía de toda la creación. Como nos dice Jesús, esa energía es Amor.
Carla Cooper
Traducido por WCCM España
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