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EL REGALO DE LAS LAGRIMAS



El objetivo de nuestro viaje espiritual es básicamente el mismo que está expresado en esta frase que escribió Thomas Merton sobre los Padres y Madres del Desierto: “Lo que más anhelaban los padres era su verdadero yo en Cristo. Y para ello tuvieron que renunciar completamente al yo falso, al yo fabricado bajo la compulsión social del mundo”. Necesitamos darnos cuenta de que somos mucho más que nuestro “yo falso y superficial”. El viaje espiritual es la peregrinación hacia ese “verdadero ser en Cristo”.

No todos podemos ir a un desierto real, pero sí podemos entrar en el silencio interior y en la soledad que la meditación nos ofrece para dejar atrás nuestros pensamientos que, con frecuencia, sólo giran alrededor de nuestro “yo” condicionado y, en esa quietud y paz internas, experimentaremos quiénes somos verdaderamente, “nuestro verdadero ser en Cristo”.

La primera señal de sanación es, a menudo, la abundancia de lágrimas. Los Padres y Madres del Desierto lo llamaron “el regalo de las lágrimas”: “Primero reza por el regalo de las lágrimas para que, por medio del dolor, puedas suavizar tu rudeza nativa. Entonces, una vez que has confesado al Señor tus pecados, obtendrás el perdón por ellos” (Evagrio “Tratado sobre la oración”, capítulo 5). Estas lágrimas son las que no derramamos cuando fuimos heridos, pero son más bien una señal de la creciente consciencia y del remordimiento que tenemos por el daño que infligimos a otros cuando actuamos movidos por nuestra propia ignorancia y nuestras heridas. Este reconocimiento, tanto de nuestras heridas como de las que causamos a otros, es el paso más importante en el camino de la sanación.

San Pablo incluso lo llama remordimiento, arrepentimiento, el primer bautismo. Eres bautizado con tus propias lágrimas. “Penthos”, la raíz griega de la palabra “arrepentimiento”, significa tristeza y dolor. Esto no tiene nada que ver con la culpa. De hecho, la culpa es un producto del ego. Al acusarnos de nuestros malos actos nos demostramos a nosotros mismos que no somos dignos. Y esto se confirma en nuestra baja autoestima. En lugar de buscar la sanación y el perdón nos atrincheramos en nuestro dañino auto-rechazo. Sin embargo, el verdadero remordimiento conduce al perdón inmediato, como vemos en lo dicho anteriormente.

No había duda en lo que pensaban los Padres del Desierto sobre esto:

Un soldado preguntó al anciano: ¿Acepta Dios el arrepentimiento? El anciano le responde: dime, querido, si tu ropa se rompe, ¿la tiras? La respuesta del soldado fue: no, la remiendo y la sigo usando. Y el anciano le dijo: si tú ahorras en tu propia vestimenta, ¿no crees que Dios sería amable con alguien hecho a su imagen?” (Vitae Patrum).

El segundo bautismo, según San Pablo, es el bautismo del Espíritu que sólo es posible después de que nuestras lágrimas hayan ablandado la dureza de nuestro corazón, nuestra rudeza, y nos hayan ayudado a dejar atrás nuestro egocentrismo. Entonces el velo se levanta momentáneamente y se nos concede una experiencia dada por la gracia sobre “nuestro verdadero ser en Cristo” cuando llegamos a ser conscientes y estar abiertos a la influencia sanadora y amorosa del Espíritu que inunda nuestro verdadero centro en un momento vitalmente transformador.


Kim Nataraja

Traducido por WCCM España

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