martes

NUESTRO VERDADERO SER

 


 “Los caracoles no saben que son caracoles” -el título de una novela de Nuria Roca- podría servir para señalar una diferencia fundamental entre los animales y los seres humanos que sí sabemos lo que somos.  Pero no es fácil llegar al conocimiento de nuestro verdadero ser, y menos, percibirlo en cada uno de nosotros, a pesar de su importancia para poder llegar a ser plenamente humanos. Un motivo a tener en cuenta es que los seres humanos nos debatimos entre dos extremos: actuar desde nuestro ego o desde nuestro verdadero ser.

    El ego, en realidad, no tiene entidad ni vida propia, y tiene mucho que ver con la imagen que cada persona tiene de sí misma; un “fantasma” que se resiste a desaparecer y morir, a base de buscar y acaparar: aceptación de los demás (apariencia, fama); nivel económico (tener); y estatus social (poder), con la vana ilusión de que con ello podría conseguir la inmortalidad que inútilmente anhela.

    Somos seres humanos o, como dijera Theillard de Chardín, “seres espirituales con una dimensión temporal humana”. De ahí que seamos tanto más humanos en cuanto más conscientes lleguemos a ser de nuestra dimensión espiritual. He dicho conscientes, con “s” intercalada porque la consciencia se define como “la capacidad del ser humano para percibir la realidad y reconocerse en ella”. Y, al ser esa nuestra realidad, nos podemos reconocer y actuar en y desde ella. Cualquier persona puede considerarse atea, es una opción tan aceptable como la del creyente; pero quien niegue su dimensión espiritual comete un error conceptual grave que le dificultará llegar a saber quién es.

    Pero ¿Cómo saber si actuamos desde el ego o desde nuestro verdadero ser? Si estamos tristes (que no es lo mismo que sentir pena por algo concreto que nos ha ocurrido), puede ser una clara señal de que estamos actuando desde el ego. Si alguna persona nos resulta insoportable hasta el punto de “revolvernos las tripas”, estamos actuando desde el ego. Ya la psicología nos avisa por medio de la “identificación proyectiva” de que no hay algo que nos produzca más rechazo que el observar en otra persona algún defecto que no aceptamos en nosotros mismos; como consecuencia, proyectaremos en el otro nuestra debilidad rechazada convirtiéndolo en insoportable. “Todo lo que se critica, cae encima”, dice el viejo refrán; no como consecuencia de la misma crítica, sino porque lo que nos mueve a ello es el aborrecimiento en nosotros de lo que estamos criticando en el otro. Del mismo modo –al margen de cualquier trastorno- si nuestra vida deja de tener sentido, si nos mueve la envidia o el rencor o el odio, etc., o si nos invade el miedo irracional, o nos abruma la obsesión por encontrar seguridades, también estamos actuando al servicio del nuestro ego que no soporta la incertidumbre.

    El ego quiere: convertir las piedras en panes (corrupción, codicia, tener); tirarse desde el pináculo del templo y sentir el aplauso de los demás por no haberse lastimado (apariencia, fama); y poseer sin límite (tener).

    Cuando actuamos desde nuestro verdadero ser, las consecuencias son: la paz, la compasión y la comprensión de los demás; la ausencia de juicios, envidia, odio o rencor; la seguridad en nosotros mismos, en cuanto actuamos según lo que realmente somos; la ausencia de miedo a la vida, con la que fluiremos aceptando lo que venga, simplemente porque ha venido. La madre de un amigo mío afirmaba con frecuencia: “lo que viene conviene. Y ¿Por qué conviene? Porque viene”. Hasta en un reclamo publicitario reciente, una canción italiana, se dice: Non ti preoccupare, quello che arriva dovrebbe arrivare (No te preocupes, lo que llega, es lo que tenía que llegar).

   Desde nuestro verdadero ser se desvanece también el miedo a la muerte porque aquél nunca morirá; es la Vida, la consciencia, el misterio que nos habita que, al Igual que en el caso del ego, lo percibiremos por sus efectos en nosotros cuando actuemos desde él y cuando entremos en lo hondo de nosotros mismos, aplacando el parloteo de nuestra mente y su eventual alianza con el ego.


Ignacio G. Cubiles

Coordinador en Sevilla de la Wccm España 

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