La mayoría de nosotros probablemente podamos recordar una experiencia de Dios en nuestra primera infancia, una experiencia directa y completa. Puede ser una experiencia de amor abrumador, una experiencia de alegría incontenible o una experiencia, muy a menudo en el caso de los niños, de profunda unidad con todo lo que les rodea; tal vez en la naturaleza, simplemente mirando un árbol; un sentimiento de ser arrastrado hacia la unidad de la creación. Un niño puede tener esa experiencia de manera muy profunda y total, pero no tiene ningún concepto para poder etiquetar esa experiencia, describirla. Y lo que sucede, por supuesto, es que las imágenes, los conceptos de Dios con los que se moldea y forma al niño en su desarrollo religioso muchas veces no guardan relación con la experiencia que ha tenido; y muchas veces, aunque hable de esa experiencia o la comparta, no tiene relación con Dios, con la presencia real de Dios.
( Aspectos del amor 3 de Laurence Freeman OSB)
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