domingo

LA PERSEVERANCIA

 

 


Estrechamente vinculado con el voto benedictino de la “conversión” está el voto de la “estabilidad”. Benito fue muy consciente de que el camino de la conversión, el continuo regreso a lo Divino en la oración y en la vida, exigía un camino espiritual muy difícil y, con frecuencia, suponía un proceso muy desalentador. Por ello hizo hincapié en la virtud de la “estabilidad” con la que se refería a la cualidad de la perseverancia, el arraigo en la tradición y en la práctica.

 

¿Qué debemos hacer cuando nos sintamos desalentados para meditar? ¿Qué tenemos que hacer cuando sintamos miedo de abandonar el control? ¿Qué haremos cuando sintamos que estamos fracasando en nuestra meditación porque no está ocurriendo nada? La virtud de la “estabilidad” nos enseña lo siguiente: sólo tenemos que sentarnos a nuestra hora habitual y pronunciar nuestra palabra. Perseveramos en nuestra práctica, independientemente de lo que ocurra o deje de ocurrir. Nos sentamos fielmente y pronunciamos nuestro mantra sin esperar nada.

 

La belleza está en que algo está aconteciendo, pero a un nivel que está más allá de nuestra superficial personalidad: el cambio real está teniendo lugar en nuestro centro profundo. No somos conscientes de ello, porque está más allá de nuestra consciencia racional. Si dejamos que suceda y confiamos, la meditación permite la conversión del corazón, un cambio del énfasis puesto en el yo superficial hacia nuestro verdadero yo en Cristo.

 

San Benito estuvo muy influenciado por las enseñanzas de los Padres y Madres del Desierto a través de Juan Casiano. Esta apatía, esta aridez de “¿y ahora qué?”, que requiere el antídoto de la estabilidad, era bien conocido por ellos. A esta emoción paralizante, la llamaron el “demonio de la acedia”.

 

El demonio de la acedia, también llamado el demonio del mediodía, es el que causa los problemas más graves. Ataca al monje (al meditador) sobre las 10:00 de la mañana y acosa su alma hasta las 20:00 de la tarde. Primeramente hace que parezca que el sol no se mueve apenas y, si lo hace, que parezca que el día dura 50 horas. Y así obliga al monje a mirar constantemente por la ventana, a salir de su celda y observar cuidadosamente al sol para comprobar qué lejos está aún de las 15:00h (la hora de la única comida del día) y seguir mirando para ver si quizá algún hermano aparece en su celda. Y de ese modo, va infundiendo en el corazón del monje un sentimiento de odio hacia el lugar, hacia su propia vida allí y hacia el trabajo manual  (odio hacia la meditación).

 

El demonio de la acedia lleva al monje a reflexionar sobre si la caridad ha desaparecido de sus hermanos pues no hay nadie que le ayude. Le provoca el deseo de irse a otro lugar donde podrá satisfacer más fácilmente sus necesidades, donde podrá encontrar un buen trabajo y tener verdadero éxito en la vida. Después de todo, éste no es el único lugar para agradar a Dios. En cualquier lugar puede adorarse a Dios. El monje relaciona estos pensamientos con los recuerdos de sus seres queridos y su anterior forma de vida. El demonio describe la vida, prolongándola como un largo periodo de tiempo y trayendo ante los ojos de la mente el trabajo de la lucha ascética (de la práctica de la meditación) y no deja ni una sola hoja sin remover para inducir al monje a que abandone su celda y renuncie a su lucha. Ningún otro demonio acecha tan de cerca, pero cuando es derrotado, un profundo estado de paz y de indescriptible gozo surge de esta lucha.

 

Reconocemos muchos de estos sentimientos: el tiempo se hace eterno; no obtenemos ninguna palabra de aliento; no estoy consiguiendo nada; es tan difícil sentarse y permanecer quieto; qué aburrimiento repetir una y otra vez la palabra; ¿no será mejor leer algún libro sobre meditación y espiritualidad?; ¿no será igual de beneficioso caminar por el campo?. El mensaje es muy preciso: no dejes que gane el demonio, persevera y reinará la paz.

 

Kim Nataraja

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