El primero de los votos benedictinos es el de obediencia. La raíz latina de esta palabra, ob-audire, significa “escuchar atentamente”.
Los cristianos del Desierto fueron obedientes, escucharon atentamente: a Dios, a los mandamientos, que en el desierto se denominaban bienaventuranzas, y a su Abba y Amma, sus padres y madres espirituales. “Uno de los ancianos dijo que Dios pide dos clases de obediencias a los monjes y monjas: que obedezcan las Sagradas Escrituras y que obedezcan a sus Padres y Madres espirituales”.
El objetivo de esta profunda escucha es silenciar los deseos del ego, nuestro propio deseo y aprender a escuchar la “pequeña y silenciosa voz” dentro de nuestro ser más profundo, la voluntad de Dios. La obediencia está por tanto, estrechamente relacionada con las virtudes de pobreza y humildad, sabiendo de nuestra necesidad de Dios y conociendo nuestras propias limitaciones.
La esencia de la meditación es también la escucha atenta, escuchando nuestro mantra resonando por sí mismo en nuestro ser. Recordemos lo que decía John Main: “Nuestra meditación realmente comienza cuando en lugar de pronunciar el mantra empezamos a escucharlo envuelto en una atención cada vez más profunda” (John Main “Una Palabra hecha Silencio”).
Silenciando nuestros pensamientos, poniendo nuestra atención en el mantra
y dejando atrás nuestras imágenes condicionadas, que con frecuencia son fruto de nuestras heridas emocionales, trascenderemos nuestro “ego”, la parte consciente de nuestro ser. Entonces, con el tiempo, podremos dejar que nuestro verdadero ser, la chispa divina dentro de nosotros, impregne todos nuestros pensamientos y nuestras acciones. La atención focalizada es la esencia de la oración, como Evagrio subrayaba: “Cuando la atención busca la atención, la encuentra. Porque si hay algo que transcurre en el tren de la atención es la oración y, por ello, debe ser cultivada”.
La misma atención debía prestarse a las Escrituras. La cultura del siglo IV todavía era, en gran parte, una cultura oral y las Escrituras se leían en asambleas semanales –llamadas synaxis-. Prestar atención era fundamental: “El anciano dijo: ¿dónde estaban tus pensamientos cuando pronunciábamos la synaxis, que la palabra del salmo se te escapó? ¿No sabes que estás en presencia de Dios y hablas a Dios?”.
Después de haber escuchado las Escrituras, los monjes del desierto debían irse a sus celdas y repetir uno o dos versos que les hubieran conmovido o resonado de forma particular. No debían reflexionar sobre su significado –práctica actual- sino interiorizar las palabras y dejar que éstas les hablaran personalmente. Esto podría entonces conducirles a la oración y a la contemplación, estando en la presencia silenciosa de Dios. Esta disciplina llegó a convertirse en la “lectio divina” en la tradición benedictina: lectio, meditación, oración y contemplación. La repetición de las palabras sagradas conducen al silencio de la verdadera contemplación. Esto es realmente parte de la disciplina y la práctica de la meditación, como John Main y Laurence Freeman nos han enseñado. “Necesitamos leer la Escritura, saborearla y dejar que la Escritura nos inspire”, según puntualiza Laurence Freeman. Y entonces permitiremos que influya en la forma en que conducimos nuestras vidas.
Kim Nataraja
Traducido por WCCM España
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