Lo que es maravilloso de nuestra vocación, de ese llamado únicamente personal, es que desde ese punto, del centro de Dios, vemos a Dios, a los otros y a nosotros mimos bajo una nueva perspectiva, una perspectiva que reconoce a Dios como el centro donde se alinea todo en Él. Esta perspectiva tiene una enorme y práctica importancia porque nos ayuda a ver el diario vivir de una forma más comprensiva bajo el misterio de nuestra propia creación, el misterio del regalo de nuestra propia vida.
Igualmente importante es el comprender el hecho consolador de que el simple ser en la presencia de Dios es ya en sí una experiencia sanadora. La oración, que es la experiencia de la presencia, es en sí una experiencia de confianza calmada que nos lleva a la paz que nos trasciende en la realización de nuestra integridad, de complementarnos con los otros. Con la meditación aprendemos que en Él estamos en todo sentido en unidad. Esta unidad es la fuente de toda esperanza, de confianza y de compasión porque sabemos con una certeza sabia que todas las cosas están destinadas a encontrar su resolución en Él, por Él y con Él.
Permítanme recordarles de nuevo de la necesidad de la lealtad, en particular en la lealtad diaria de nuestra meditación, sin importar las dificultades que se nos presenten (que en sí pueden ser considerables); y nuestra lealtad también de que durante la meditación repitamos nuestro mantra. Es esta simplicidad, es esta lealtad lo que nos lleva a la plenitud del misterio que es el misterio de nuestro propio destino, el misterio de la auto-revelación de Dios y el misterio del Amor de Dios en Jesús. Tocar este misterio en nuestros corazones nos cambia nuestras vidas, como lo sabía San Pablo, y que cambia a nuestro mundo.
´Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor. No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.´ (Efesios 5: 15-20)
John Main, OSB
Del libro: The Heart of Creation
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