jueves

JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA

 Lucas 16,19-31


Entre ustedes y nosotros se ha establecido un abismo infranqueable.

Vivimos constantemente con este abismo entre los que tienen y los que no tienen, los sanos y los enfermos, los inteligentes y los torpes, los hermosos y los feos, los delgados y los gordos, los afortunados y los desafortunados. Es lo que entendemos por “el mundo”. Jesús dijo: “A los pobres los tendrán siempre con ustedes” (Mt 26,11). Siempre estaremos lejos de alcanzar una justicia perfecta, porque la vida misma no es justa y, por lo general, sobreviven los más fuertes. La cuestión es cuán profundo y ancho permitimos que sea este abismo. Cuanto más grande, más irreal nos volvemos; cuanto más profundo, más doloroso se hace.

La parábola de hoy nos habla de un hombre rico (cuyo nombre no se menciona) y un hombre pobre, Lázaro. Al morir, el rico sufre el tormento como consecuencia de su falta de compasión, mientras que Lázaro es llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Esto parece justicia simple, pero la sabiduría del Evangelio nunca es simplista. Lázaro no habla; Abrahán es su portavoz. En cambio, el rico sí habla. Primero, clama por algo de alivio, como una de las almas de Dante en el Infierno. Abrahán le responde que ahora el abismo es demasiado grande para cruzarlo. Si no trabajamos ahora para reducir la brecha entre ricos y pobres, esta se ampliará exponencialmente y quedaremos irreparablemente divididos.

Pero, en la sabiduría del Evangelio, el final siempre es un comienzo. El rico le pide a Abrahán que advierta a su familia sobre su destino, el mismo que sufrirán si no cambian su manera de vivir. Aquí hay un cambio de corazón en alguien de corazón endurecido. Es cierto que, hasta ahora, solo le preocupa su propia familia, pero aun así es el comienzo de la compasión, de una preocupación activa por las necesidades de los demás.

Cuando la fuente de la compasión se libera, el abismo humano, el ego, el yo aislado, se reconecta. En la reconexión(que es el significado literal de la palabra religión), sucede la gran sanación. La meditación nos ayuda a crear conexiones. Nos mueve hacia este cambio de corazón. Es nuestro ego el que nos aísla, no la soledad.

Este es un extracto de Sensing God de Laurence Freeman, SPCK Publishing - distribución exclusiva para miembros de WCCM.

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