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MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA

 Mateo 18, 21–35


Conmovido, el señor de aquel siervo lo dejó libre y le perdonó la deuda.


Esto se llama reestructuración de deuda. Y nos ahorraría mucho tiempo y conflictos políticos si pudiera ser practicado por los ricos hacia los pobres en nuestra economía global. Pero ningún argumento verbal logrará eso. Una revisión tan radical de las políticas necesita familiaridad con las fuerzas del silencio.


Una buena práctica para resaltar, incluso a esta altura del tiempo de Cuaresma, es el silencio. El silencio es el más grande de los maestros. Hablar o pensar sobre el silencio puede ser contraproducente e incluso generar discusiones sobre los diferentes caminos hacia el silencio. Esto se debe a que –obviamente– el silencio no necesita ser hablado. Adivinanza: Cuando dices mi nombre, desaparezco. ¿Qué soy?


Y sin embargo, es necesario reflexionar sobre lo que significa el silencio, porque de lo contrario puede que ni siquiera lleguemos a ser conscientes de que el silencio existe. Esto es cada vez más cierto en nuestra cultura altamente distraída. La distracción es ruido innecesario.


Recientemente abordé un avión para un vuelo largo y mi ánimo decayó al ver que me tocaba sentarme junto a dos hermanos pequeños que parecían, por naturaleza, muy inquietos. De hecho, durante ocho horas estuve completamente adormecidos y sedados por una combinación de juegos en sus iPads y pantallas de televisión, ambos usados ​​de forma continua y simultánea. Esto me permitió meditar, leer y dormir durante el vuelo, pero lo que sugería sobre el ruido y la sobreestimulación en las mentes de los jóvenes me preocupó profundamente.


Si nuestro entorno natural carece de silencio, ¿cómo llegaremos a entender lo que es? Sabremos que hemos perdido algo, pero no tendremos palabras para nombrarlo. El silencio simplemente significará que el sonido no funciona. Por eso debemos hablar del silencio, comunicar lo que es hasta que la moneda caiga en el pozo sin fondo. La meditación nos devuelve a la experiencia del silencio. Ilustra cómo la repetición consciente y fiel nos conduce hacia el silencio y nos introduce en él, mediante el sosiego de la mente y el deseo. Así que repito: el silencio es el más grande de los maestros.


Cura, renueva, energiza, inspira, agudiza, aclara. Simplifica. Es el medio de la verdad. Y es la fuente de la Palabra única y pura que tanto la comunica perfectamente como nos conduce de nuevo a ella. Si conscientemente apagamos el televisor o cerramos la computadora, si contenemos el habla innecesaria, evitamos mirar carteles publicitarios, y miramos con amor a los ojos de los demás, estamos fortaleciendo esa misma obra directa del silencio con la que volvemos a encontrarnos en nuestra meditación. Y estamos haciendo del mundo un lugar más silencioso y despierto.

Este es un extracto de Sensing God de Laurence Freeman, SPCK Publishing - distribución exclusiva para miembros de WCCM

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