jueves

JUEVES DE LA TERCERA SEMANA

 Lucas 11, 14–23

El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama


Una vez, durante una meditación tarde en la noche al comienzo de un retiro, me encontraba luchando contra el sueño. Había llegado ese mismo día tras un vuelo largo; y la carne era débil. Sabía que no me había dormido al punto de caerme de la silla, pero mi somnolencia hacía que mis palabras previas sobre sentarse con la espalda recta y estar alerta sonaran un poco carentes de autoridad. Al día siguiente, uno de los participantes me preguntó si usaba alguna técnica especial para sentarme durante la meditación. Le respondí: «No, ¿por qué lo preguntas?». Él dijo: «Es que te estaba observando anoche durante la meditación, y te vi balancearte hacia adelante y hacia atrás. Una vez vi a unos estudiosos judíos leer las Escrituras así, y me dio curiosidad». Mi reputación quedó a salvo.

«¿Estás conmigo?» Es una pregunta que podríamos hacerle a alguien —o a un grupo— para asegurarnos de que no se hayan quedado dormidos mientras hablábamos. O durante un momento crítico en una negociación, cuando necesitamos saber quién está de nuestro lado y quién no. O a un compañero durante una caminata nocturna y peligrosa al borde de un acantilado, solo para confirmar que sigue allí y no ha caído.

Pero no creo que Jesús se refiera a nada de eso con su «conmigo». Puede que sigamos estando «con él» incluso si nos hemos quedado dormidos, o si nos sentimos solos en un lugar difícil. Él mismo se sintió abandonado al final de su vida, y sin embargo no desconectado de su Padre —una experiencia extraña y quizás única de comunión en medio de la separación.

En esta frase, sin embargo, creo que Jesús se refiere a un tipo de conocimiento más profundo que el que puede ofrecer una investigación basada en evidencias —en lo que se ve o se deduce. Es un saber que es sabiduría viva, no solo información almacenada en la memoria. Su opuesto no es la ignorancia entendida como «no saber algo», sino el estar dispersos. Estar disperso significa tener el sentido del yo diluido por la distracción, sobreestimulado, o fragmentado en múltiples líneas de fantasía. Es un estado en el que no podemos decir ni hacer nada útil, y en el que incluso podríamos ser peligrosos si fingimos que estamos presentes. Hay personas en matrimonios, y monjes en monasterios, que han caído en este estado: mantienen las apariencias, pero ya no están verdaderamente allí. Y dónde están realmente es un misterio —incluso para ellos mismos.

Este evangelio trata sobre la curación del demonio del mutismo, el devolverle a la persona la capacidad de hablar, de comunicarse nuevamente. Algunos de los presentes murmuraban que Jesús expulsaba demonios con el poder del mismo demonio, algo que él mismo señaló como una contradicción absurda. Esas personas no estaban con él, porque en realidad no estaban en ningún lugar que importe.


Mucho peor que un meditador que cabecea durante la práctica.

Este es un extracto de Sensing God de Laurence Freeman, SPCK Publishing - distribución exclusiva para miembros de WCCM.

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