Si no ven signos y prodigios, no creen
Estas son las duras palabras que Jesús le dijo al hombre que se acercó a él suplicándole que salvara a su hijo moribundo. Luego Jesús le aseguró que su hijo viviría, y el hombre regresó a casa para encontrar que el niño había sanado en ese mismo instante. ¿Magia o fe? Esta es la pregunta que revela la verdadera dinámica de esta historia y de todos los Evangelios.
Sus palabras al padre desesperado pueden parecernos poco compasivas. Podemos imaginarnos a nosotros mismos siendo molestados para ayudar a alguien necesitado, pero sintiendo que ya hemos dado suficiente por hoy. Su intensidad, sin embargo, nos hace ceder y dar lo que se nos pide. Pero no hemos resuelto nuestro propio impulso de autoprotección, esa reserva interior que siempre impide que hagamos un don de nosotros mismos puro e incondicional. Entonces, accedemos, pero también soltamos una queja o una crítica: “Está bien, sanaré a tu hijo, pero ya es hora de que dejes de pedirme milagros fuera del horario”.
No parece que esto sea lo que Jesús está diciendo.
El padre, como cualquier persona preocupada por un ser querido en peligro, está desesperado por un milagro. Incluso cuando ya hemos enfrentado la verdad y perdido toda esperanza falsa, queda siempre un rincón de desesperación donde el sueño del milagro nunca muere. Nuestra necesidad de magia, de manipular las causas y efectos desde el exterior, puede incluso sobrevivir al desaliento. Las crisis políticas, las recesiones económicas, la ficción y los jóvenes magos en las historias son pruebas de nuestro apetito por la comida rápida de los signos y prodigios mágicos. Cuando la situación es desesperada, es cuando más ansiamos poderes mágicos.
Con su comentario, Jesús simplemente expone esta realidad y así libera al padre —y a nosotros— de la adicción a las soluciones mágicas. Lo que fluye de él es el poder de la sanación en toda la fuerza de la compasión. En la meditación, somos salvados de nuestra propia desesperación, no por signos externos de magia, sino por lo que ya está dentro de nosotros, donde ya estamos en contacto con el poder que proyectamos y buscamos fuera.
Jesús no quería que lo vieran como un mago, ni siquiera como un mesías. Quería algo más: que las personas se conectaran con él, que lo conocieran, desde su interior. También hay signos y maravillas asociados a eso. Pero no son mágicos. Son los signos reales de una maravillosa transformación del ser, producida por la relación que llamamos fe.
Este es un extracto de Sensing God de Laurence Freeman, SPCK Publishing - distribución exclusiva para miembros de WCCM.
No hay comentarios:
Publicar un comentario