sábado

SABADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA

 Lucas 15.1–3, 11–32​

“Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”

Al igual que el papa Francisco, Jesús obtuvo más comprensión y apoyo fuera del establecimiento religioso que dentro de él. Pero esto es cierto en el caso de la mayoría de los pensadores y reformadores radicales. Aquellos que están fuera pueden entender mejor la esencial simplicidad de la misión de los reformadores; y simplificar sistemas de poder complejos inevitablemente te generará enemigos.

La parábola que Jesús contó en respuesta a este comentario crítico sobre su asociación con pecadores es la del hijo pródigo. Una vez más, muestra cómo la visión moral proviene de una experiencia mística. En nuestro trabajo enseñando meditación, por ejemplo, a estudiantes de escuelas de negocios, esta es la justificación implícita. La meditación nos lleva a la experiencia porque naturalmente despierta todo tipo de experiencia, de modo que los dilemas éticos se comprenden y se resuelven con mayor facilidad. La experiencia persuade más que el argumento, y actuamos bien en la medida en que vemos con claridad.

La parábola (mejor conocida como la parábola de los dos hermanos) tiene un mensaje moral evidente: no condenes al infractor una vez que ha comenzado a cambiar. Fomenta la rehabilitación a través de la afirmación, el perdón y la aceptación, tal como el padre organiza una fiesta para su oveja descarriada que regresa. Dadas las personalidades de los dos hermanos, ¿cuál se parece más al padre? En realidad, están equidistantes. El hermano pródigo vuelve a casa cabizbajo, esperando ser reprendido, y no puede comprender la naturaleza del amor expansivo del padre. El hermano mayor, amargado, carece por completo de la generosidad que caracteriza a su padre. Representan las dos caras del ego en todos nosotros: una parte que quiere perseguir el placer y otra que disfruta situándose en una posición moral superior y que busca ser justificada al condenar.

Qué mal interpretan ambos al padre, nuestro verdadero yo. En el simbolismo de su alegría, su abandono de la autoimportancia y su pura exuberancia de amor, vemos la dimensión trascendente y mística que sustenta la moral. Sin conocimiento de esta verdad esencial sobre la alegría de ser y la naturaleza incondicional del amor, el ego prevalecerá.

Cada vez que meditamos, somos como el hijo pródigo que regresa a casa para ser abrazado y también como el hermano mayor que aprende que ser bueno es más que simplemente hacer el bien. La Cuaresma es un tiempo en el que, al simplificar ciertos aspectos de nuestra vida y fortalecer nuestra disciplina donde es débil, podemos vernos reflejados en cada uno de estos tres personajes y decidir –¿de verdad es tan difícil?– cuál de ellos queremos ser.

Este es un extracto de Sensing God de Laurence Freeman, SPCK Publishing - distribución exclusiva para miembros de WCCM.

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